viernes, 14 de diciembre de 2012

Mi segunda Maratón



Ayer salí a correr después de tres días de no absoluto reposo, pero sí sin entrenamiento. Me costó bastante, porque se volvía a repetir un fuerte dolor en mi pierna derecha. Hoy, en cambio, he podido hacer mi ruta de costumbre, a buen trote.
Nada más empezar recordaba lo que ha sido la segunda maratón en la que participo. Fue el domingo pasado. La noche del sábado intenté no acostarme demasiado tarde, especialmente por el agotamiento que fue el día: el día de la Inmaculada es siempre una fiesta muy especial en el seminario: misa, almuerzo, teatro, vísperas… con toda las familias de todos nosotros.
El domingo me levanté a las 7 de la mañana. Y a las 7:15 ya estaba en el coche para dirigirme a casa de mis padres. Allí solté bártulos, me tomé un buen café, y me preparé para estar puntual en el Estadio de Atletismo.

No estaba seguro de si este año haría los 42 kilómetros solo, o coincidiría con un viejo amigo de mi hermano Antonio: Juanfran. En los últimos minutos previos al inicio de la competición, lo encontré. Hacía siglos que no le veía, y había cambiado bastante. Ha perdido bastante peso, y su complexión estaba mil veces más preparada que la mía para cualquier tipo de actividad relacionada con el atletismo.
Y es verdad que yo este año no he respetado demasiado un plan de entrenamiento fijo, por causas médicas y dificultades de horario. Realmente pensé que lo empezaría, pero no llegaría a la meta como el año pasado.
Dan las 9 y empezamos a correr. Juanfran y yo coincidimos en el tiempo que queremos conseguir. Otra cosa es que yo pudiera. Pero querer es poder, ¿no?
Empezamos a hablar y durante los primeros diez kilómetros nos ponemos al día de todo lo que había pasado en los últimos 15 años. Vamos a muy buen ritmo. Estoy orgulloso de mi mismo, porque estoy superando las marcas del año pasado.
A partir del kilómetro diez yo sigo sintiéndome bien, pero soy consciente que podría hacerlo mejor. Si hubiese seguido el plan que me remitió Nico, si no hubiese cogido esos kilos de más… Eso suele pasarnos con frecuencia: en los momentos en los que nos enfrentamos a algo en concreto, es cuando hacemos examen de si realmente nos habíamos preparado para eso, o lo había estado aplazando. Prácticamente como la parábola de las vírgenes necias y las prudentes. Todas esperaban la llegada del Señor, pero las necias no habían estado pendientes de tener sus velas encendidas. Esto pasa por eso también en la vida espiritual: nos “relajamos”, y propósitos y proyectos que hacemos, vamos dejándolos para más adelante. Y así nos vamos distanciando progresivamente del Señor.
Es el kilómetro 30 y me sorprendo de que pueda seguir a ese ritmo. Juanfran, con su sentido del humor, hace gracioso el trayecto. Pero llegamos al kilómetro 36. Siento mi cuerpo como desplomarse. Todos mis miembros en concierto se medio paralizan, y un fuerte dolor atraviesa desde el costado hasta los pies. Llegó el momento de reducir la velocidad. Le digo a Juanfran que siga adelante, que yo reduciré mi marcha.
Durante casi un kilómetro le veo alejándose muy poco a poco, pero llego a un momento en que debo reducir aun más. Tanto que hasta me planteo caminar, como otros muchos que veo en el camino. Y justo en el momento que voy a hacerlo… ¡Nico y su mujer pasan al lado mía en bicicleta! Empiezan a dar ánimos, a invitarme a que no decaiga, y que no lo deje. “Puedes hacerlo” insisten una y otra vez. Aunque en el estado físico en el que me encontraba me pesaba hasta el ruido de una mosca, la simple insistencia de estos dos grandes amigos, hacen que nos desista. Y sigo.
Y pienso en tantas veces que casi he tirado la toalla en algo, porque estaba cansado. Y como la ayuda y el apoyo de un amigo han hecho que siguiera.
Y así, cuando quedan metros para llegar a la meta, casi no me lo creo. Patri ya no entra en el recinto con la bici, y se despide. Aunque ya no siento ni mis piernas en plan Rambo, acelero la velocidad y llego. ¡3h:57 minutos! Menos tiempo que el año pasado. Genial. Eso sí, la tarde no me moví de la cama hasta la Misa. Que por cierto, fui a San Pedro, que la han re-abierto, y está preciosa. Os aconsejo verla.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Mis 13 años


Hoy hace trece años del 22 de Noviembre de 1999. No, no estoy ensayando cálculo, aunque así lo parezca. Lo resalto porque aquel día fue cuando sufrí un accidente. No es un día especial, ni una celebración, pero sí es un día importante. Una cosa que parece que pasó ayer tiene ya la friolera de 13 tacos. Y han pasado muchas cosas en esos trece años. La vida da muchas vueltas, y muchas personas se van, y otras llegan. El carácter individual cambia, procedemos a madurar, a hacernos fuertes. A resistir ante las dificultades, y optar por caminos que no son los apetecibles, y sobre los que no respira la mayoría. Pero Dios sí está ahí.
Almuerzo algo ligero. Una ensalada y una Pepsi. En cuanto como, salgo pitando para correr. Bueno, pitando no. Hoy trote suave. Quiero correr 12 kilómetros. Voy acompañado de Andrés, otro seminarista, aunque probablemente lo deje atrás, para hacer más distancia en menos tiempo.
Empiezo. Hace buen clima. Eso favorece bastante, y ayuda mucho a sentirse animado. Se hace más satisfactorio el trote cuando las condiciones son positivas. Como en la vida misma, ¿verdad?
Sobrepaso Baños del Carmen, y sigo a mi ritmo. Voy recordando cuántas cosas han pasado en trece años. Puede que sea porque es el mes de Noviembre, pero últimamente recuerdo a los que ya no están, y que me acompañaron en el Hospital. Una pequeña oración por ellos, que sé que siguen acompañándome ahora.
Doy media vuelta. Leo un whatsapp de Andrés, que dice que él ya ha dado media vuelta. Aligero mi trote para al menos el último tramo del trayecto, hacerlo acompañado. Miro al suelo. Está todo el Paseo Marítimo embarrado. Y… ¡¡resbalo!! ¿Has estado alguna vez en el Aquapark, en esos toboganes en los que bajas bocabajo? Pues así me he restregado por parte de la acera y el césped. Me detengo por fin las manos, que por la sangre, parecen las de Jim Caviezel en “La Pasión”. Hace trece años me pilló un bus. Hoy sólo me he pegado un guarrazo en el suelo. Vamos progresando.
Me incorporo y sigo corriendo. Una pareja joven me preguntan si necesito ayuda. Niego con la cabeza, y recupero el trote. A veces pasan cosas que no esperamos, pero por la que no tenemos que abandonar nuestro proyectos. Simplemente hay que afrontarlas. Si tengo que ir más lento, pues eso haré. No ha sido para tanto, y ya me echaré Betadine en el Seminario.
Alcanzo a Andrés, y llevo 10 kilómetros. Él está parado, así que opto por seguir el recorrido andando. El guerrero necesita también necesita tomarse la cosas con calma.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Mi puesta a punto

Llevo ya varios días pensándolo. Mi plan de entrenamiento lo medio llevo. Los kilos de más que he cogido, la medicación y el horario son esos pequeños obstáculos que se ponen en medio para cumplir unos objetivos de a corto plazo que me marqué este verano. Así que hoy, sin más preámbulos, voy a hacer -después de mucho tiempo- una distancia larga. Aproximadamente 18 kilómetros. A ver qué tal.

Salgo después de comer. El clima me acompaña: está algo nublado, así que ni pega el sol ni llueve; pero mi estómago no me acompaña: aunque el almuerzo ha sido algo ligero, la cuesta abajo hace que lo ingerido de saltos hasta la boca del estómago. La acumulación de saliva hace algo.

Pero nada me impide que lo intente. Ésa es la gran virtud en el hombre: nuestra propia libertad. Nada nos ata al 100% a algo que nos impida cumplir nuestros sueños y nuestros proyectos. Somos nosotros los que nos autoesclavizamos y nos marcamos nuestros propios límites.

Casi sin darme cuenta, sobrepaso los 5 kilómetros que me marcan los Baños del carmen. Sigo corriendo . Y empiezo a pensar en el día que es hoy: el día de los fieles difuntos. Y empiezo a pensar en cuantas personas he perdido a lo largo de mi vida. Y muy especialmente este año. Desde el mes de febrero, he perdido a mi tío Jorge, mi tío Felix, a un buenísimo amigo de la familia, y a un profesor que me dio clases, y con el que he seguido manteniendo el contacto. Casi nada. Sé que ya están en el cielo. Así que  en el momento en el que ya llevo 9 kilómetros y voy a dar media vuelta, lo ofrezco por ellos. Aun recuerdo una frase que dijo el Padre Antonio Gómez en el entierro de mi abuela: que no hay que llorarle a Dios porque ya no estén con nosotros, sino que hay que darle gracias por los años que nos han acompañado. Y eso me reconforta. Todo lo que he crecido y he madurado, se lo debo en parte a ellos.

Ya casi llego al seminario. ¡Por fin! me he demostrado que sí estoy preparado para la maratón. Ahora más que nunca retomaré el entrenamiento más en serio. ¡Palabrita!

viernes, 26 de octubre de 2012

Mi “Corriendo bajo la lluvia”


Ya por fin se nota que ha llegado el otoño en nuestra ciudad. La lluvia, el clima, los autobuses escolares, los atascos y el paseo marítimo vacío demuestran que ya es casi el mes de noviembre.
Que el blog haya estado parado no significa que yo no haya estado corriendo. Pero ahora más que me estoy poniendo las pilas para correr: es decir, o sí o sí. No hay otra opción. Y llevamos unos cuantos días con un clima no del todo favorable: la lluvia.
Yo disfruto corriendo bajo la lluvia, lo admito, pero sé que esta práctica deportiva en esas condiciones es la cuna de un enfriamiento u otra infección vírica. Y más cuando la mucosidad y los dolores de cabeza frecuentes me han acompañado durante unos días. Pero empecé la semana pasada a tomar de nuevo el entrenamiento, y no puedo aparcarlo.
El miércoles noche llovía, pero no por eso lo dejé. Es más, la lluvia me hizo dudar, pero no podía dejarlo de lado. Y ayer al mediodía lo mismo.
Lo bonito de salir cuando chispea es que la lluvia no es un engorro. Es ese pequeño acompañante en el camino. Refresca, a penas lo notas cuando llevas una velocidad considerable. Viene a ser como uno más, algo que a primera vista piensas que te hará la vida imposible, pero que a largo plaza se vuelve indispensable. Podría aquí matizarlo a la vida espiritual: es como esas pequeñas dificultades, que una vez asumidas, hacen de la oración más fecunda y la piedad mucho más rica. Cuando se superan, verdaderamente sabes por lo que lo estás haciendo.
Por eso, cuando salgo a correr me digo: está lloviendo y pese a eso, salgo a correr. Sé lo que estoy haciendo, y me gusta.
Lo malo es cuando ya aprieta. Y lo he sufrido: en esos momentos hay dos opciones: dejarlo o seguir. Correr cuando aprieta es engorroso. Me canso más fácilmente, y pierdo las ganas de seguir. Pero sé que si me paro, ¡va a ser peor! Ir corriendo hace que dificulte más que mi cuerpo se enfríe. Si me paro, todo ese sudor, sumado al agua, y la temperatura del ambiente, hará que pronto coja un constipado de aúpa. Así que sigo corriendo. El miércoles acorté distancia (de Baños del Carmen, di media vuelta), pero el jueves quise seguir.
Por eso, cuando en el campo vocacional y en el mismo día me surgen esos contratiempos, tengo dos opciones: o dejar de correr, o a seguir corriendo más rápido. Yo prefiero seguir corriendo. A ver quien es el guapo que me alcanza.

martes, 18 de septiembre de 2012

Mi nuevo comienzo de curso


Se acaban las vacaciones. Eso es algo inminente e inevitable. El pasado viernes ya empezamos en el Seminario el nuevo curso, y -con ello- poner en orden tanto el dormitorio como la planificación de cada día. He estado dos días sin poder correr. Una agenda algo apretada y un agotamiento físico acumulado han hecho estragos. Pero el lunes no podía dejarlo. Y hoy, tampoco. Así que -respetando que estamos de ejercicios espirituales, y debo correr solo- después de la meditación planifico que tengo tiempo para correr siete kilómetros aproximadamente. No está dentro del plan de entrenamiento propuesto por Nico, pero es lo que hay. Hasta que no esté todo en orden, ese plan lo tengo de adorno en el móvil.

Empiezo a correr. Como parto del recorrido que pasa por El Calvario, es todo cuesta arriba. Y bastante inclinado. Para empezar ya me siento algo agotado. Y pienso que no voy a aguantar suficiente. Aunque eso son naderías, como diría Super López. Además, como dice San Juan de Ávila, el pesimismo es algo que no viene de Dios. Así que nada, nada. No debo dejarme derrotar por lo que creo que no puedo. Todo es intentarlo, y sí, puedo.

Los ejercicios espirituales giran en torno a la figura de San Juan de Ávila. Y están siendo bastante interesantes. Como el hecho de que ahora me toca una cuesta abajo también muy inclinada. Lo malo vendrá a la vuelta. Pero no dejo a mi cuerpo llevarse cuesta abajo. Hago algo de resistencia, para así fortalecer las piernas, y no dejar que todo el peso caiga sobre mis muy muy doloridos tobillos. 
Sí, podría haberme dejado llevar y no oponer resistencia a la bajada. Pero esa actitud que -en apariencia y solo apariencia- parece más descansada, es a la larga más agotadora. Y eso en la sociedad actual no suele entrar en la sesera de los que fardan de eruditos y grandes pensadores. Ellos alaban el dejarse llevar por la naturaleza y, sí, nuestra propia naturaleza. Por un lado, es totalmente opuesto al "ir contracorriente". Y por otro, además, como dejar una casa abandonada en medio de un bosque. ¿Qué pasa? El edificio, si se descuida, acaba reventando. Como nosotros si nos descuidamos.

Llevo más de tres kilómetros y el reloj ya me mete prisa. Así que vuelvo. Ahora, después de volver a patear un poco la Malagueta, me toca la cuesta arriba. Me encanta -pese a que me asfixio con facilidad- subir cuesta arriba. Creo que significa demostrarme a mi mismo lo que puedo hacer. Y que lo hago bien. Así que es un verdadero placer y una auténtica falta de oxígeno coger esa inclinada cuesta. Sé que aunque corro solo, no estoy solo. Él me ha acompañado, y ahora -cuando todo pinta un poco más difícil- Él va a seguir conmigo. Y efectivamente, he hecho siete kilómetros y medio. Contento, hago los debidos estiramientos y elongaciones. Ahora hay Plática, y llegaré puntual.

martes, 4 de septiembre de 2012

Mi "puedo hacer más"

Después de mucho tiempo, me tomo en serio madrugar para correr. Hoy no puedo fallar. He quedado para correr con el amigo de un amigo. No sé la capacidad de esta persona, pero el correr con otra persona me compromete a respetar el horario y la distancia prevista.
Son las 8 de la mañana y él ya está en la entrada del Vialia. Es puntual, y eso es buena señal. Por lo "canijo" que está, da la impresión de que ya ha practicado deporte antes. No presume de ello, no en vano acepta que hoy hagamos doce kilómetros. Empieza la prueba.
Me sorprende. La única vez que he corrido con alguien a esa velocidad es... con mi entrenador. Vamos hablando. Sí, no es un novato corriendo. Le apasiona correr y ha participado ya en unas cuantas competiciones de atletismo. Es más, aunque voy a mi velocidad normal, el hecho de ir hablando empieza a asfixiarme. Mis pulmones de viejo fumador -aunque no soy ni viejo, ni fumo- empiezan a dar la tabarra. Tengo que adecuarme al ritmo controlando la respiración. Puedo hacerlo en seguida, pero me enfrento con una persona que está retomando el correr, y que probablemente me dé mil vueltas en menos de un mes. Eso me motiva.
¿Por qué? Quizás me he acomodado a correr a una velocidad, a un ritmo, determinado recorrido. Él va proponiendo otros circuitos, competiciones, e incide en pruebas de velocidad. Yo no quiero caer en la tibieza de "bueno, yo no puedo ya hacerlo mejor". En todos los sentidos.
Es natural en el hombre acomodarse a una rutina. Es lo fácil. Ya me pasó en el cumplimiento del Plan del vida. Y pensar que ya hago suficiente. No, nunca hacemos suficiente. Siempre podemos hacer más: ya sea en nuestra relación con los demás, nuestra relación con Dios, en nuestra capacidad intelectual o, como en este caso, corriendo. Y -al menos a mi- me apasiona darme cuenta de que puedo hacer más. Nada ni nadie me limita.
Antes de que me dé cuenta, hemos hecho los primeros seis kilómetros, y empezamos la vuelta. Y ya planificamos que mañana volvemos a correr a las 8 de la mañana. Mañana tocan cincuenta minutos de trote suave. Algo menos que hoy, que cumplimos los doce kilómetros en menos de una hora. Genial.

sábado, 25 de agosto de 2012

Mi Maldición del Escorpión de Jadre

Llevo así cosa de tres días. Me cuesta bastante más de lo normal ponerme en pie, y hago con pocas ganas la gimnasia pre-correr. Y coger un buen ritmo en cuanto a velocidad y distancia, es como una Misión Imposible. Sólo que yo no soy Tom Cruise, y hago de tripas corazón para ceñirme al plan de entrenamiento propuesto por Nico. Una de dos, o me estoy haciendo viejo, o he sufrido hipnotismo, y la noche no la paso en la cama.
Hoy he estado a esto de suspender el entrenamiento. Pero si no corro, no soy yo. Así que después de laudes y oración de la mañana, he pasado de la gimnasia, y he pasado directamente a las mancuernas. Eso, y por supuesto, correr. Pero esta vez no me llevo el iPhone. No sé cuanto voy a aguantar, así que paso de sentirme "obligado" a la distancia que toca. Si lo hago, vale. Sé que llegando al Carpena he corrido 5 kilómetros. Más los otros de vuelta, ya son 10.
Empiezo a correr. Y sigo pensando que me han echado una maldición. La velocidad de arranque no es la acostumbrada. Pero sigo. Sé por qué lo hago y sé que me gusta hacerlo. Con un poco más de esfuerzo, seguro que consigo ponerme en marcha.
A la altura de los chiringuitos, una parte de mi ya me propone darme la vuelta. Me siento cansado con sólo 2 kilómetros. Pero sé que eso es volverse con "el rabo entre las piernas". Es un acto de cobardía. Sé que puedo. Y sé que quiero. Eso me pasa mucho. Cuando algo me parece imposible, me ahogo en mis limitaciones en vez de pensar en mis posibilidades. Nunca debo dar nada por perdido. Y menos cuando sólo llevo 2 kilómetros. Sigo adelante.
Efectivamente, llego a pasar el cartel de "Urbanización Sacaba" y ya casi "sacaba" la primera mitad de mi circuito. Y cuando llego al Carpena, me siento tentado de hacer la vuelta andando. De escoger "lo cómodo", en vez de por lo que lo estoy haciendo. Y de repente, salta a mi memoria que ayer daba ánimos a mi amigo Borja en relación a las oposiciones a las que se está preparando. A finales de septiembre tiene ya el primer examen. Y está algo agotado, y yo le comparé el mes que queda para ese examen, con el hecho de estar cansado en los últimos kilómetros. Es como la recta final, y en la que verdaderamente demostramos por qué hacemos las cosas. Yo corro porque me gusta, pero también por amor a Dios. Porque me hace sentir bien conmigo mismo y con Él. Así que desestimo el hecho de volver andando y además aligero mi velocidad. Y lo ofrezco por Borja, que seguro que está ahora estudiando.
Y llego a casa como si me hubiera bañado en la playa: empapado en sudor. Sigo pensando en que sufro algún tipo de Maldición. O es eso, o es la nueva medicación que me recetaron hace un par de semanas. Hum. Algo me hace pensar que es lo segundo.

jueves, 16 de agosto de 2012

Mi viaje al Pasado



Suena el despertador. Son aproximadamente las 8. Lo apago y lo programo para las 8:30. No hay prisa.
Vuelve a sonar el despertador. Ahora sí. Me levanto, raudo y veloz, y mientras rezo el Rosario –hoy, Misterios de Luz- hago la cama, y friego los tiestos. Inmediatamente termino, rezo Laudes. Una vez terminado, me visto y empiezo a hacer la gimnasia pre-correr. Pero mis movimientos y el dudoso estado de una vieja banqueta, hacen que mi sobrina Raquel se despierte, y con ello, llore. Pido perdón a mi hermano y a mi cuñada y decido que ha llegado el momento de salir corriendo a correr.
Os explico: me he tomado un par de días de vacaciones en La Caleta con Grego y Ana, y Raquelita. Hago los estiramientos y salgo a correr por el camino del Paseo Marítimo que ayer mi hermano me recomendó.
Todo esto para mi es, por un lado, algo nuevo. Pero por otro, algo viejo, del pasado. ¿Por qué? Te explico.
Algo nuevo: nunca había corrido por aquí. De hecho, nunca había ido a la Playa de la Caleta. Algo totalmente diferente a lo que estoy acostumbrado. Un ambiente, gente distinta. Algo nuevo. Por ser camino que no he recorrido en mi vida, me planteaba estar un par de días sin correr, pero ¿en qué estaba pensando? ¿me dejo amedrentar por el miedo a algo que puede ser impresionante, por los posibles riesgos? ¿Qué habría pasado si los primeros discípulos se hubieran contentado con evangelizar en su tierra, por el miedo a salir de su país? ¿o si Santa Teresa se hubiera echado atrás en eso de reformar el Carmelo? ¿o si el gran proyecto de San Josemaría se hubiera quedado en un simple proyecto? Vale, no es lo mismo que correr, pero me entendéis, ¿no? Empiezo a correr.
Y m recuerda a lo viejo: desde que llegué ayer por la tarde, todo me recuerda a mi infancia. Desde que yo recuerde, pasábamos los veranos en una casa en el Rincón de la Victoria. Y todo, todo, todo me trae recuerdos de esos veranos. Desde la decoración de la casa –aquellas sillas de mimbre, aquellos platos colgados en la pared, e incluso esa vieja edición de las novelas de Agatha Chrisite- hasta el simple pasear por la playa –el estado de la arena, la claridad del agua, las zonas rocosas, los bancos de arena, las rocas…-. Como ya os digo: me trae recuerdos del pasado, como si volviera a vivirlo. I esto fuese una película, estaría ahora con continuos flash backs. De grandes momentos. Y toda mi vida pasa delante de mis ojos. Desde los 4 años hasta ahora, con 30 tacos. Todo lo que he hecho bien, y todo lo que he hecho mal. Y las cosas que he hecho mal es como un latigazo en mi conciencia. Todos mis errores del pasado, todo el mal que hecho, o el bien que he dejado de hacer. Todas las veces que herí a alguien con mis palabras o me he dejado llevar por mi soberbia. Todo esto es como una patada en el estómago. Pero de repente salta a mi memoria las Palabras del Evangelio de hoy: “Señor, si mi hermano me ofende,  ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: - No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.”. Eso me tranquiliza, porque el gran reto del hombre –al menos, el mío- empieza por saber perdonarse a si mismo. Y me hace sentir bien saber que el Señor invita a que sepamos aceptar y corregir nuestros errores, y que Él ya de por sí nos perdona. Y cuando me doy cuenta, ya he corrido ocho kilómetro y medio. Y estoy volviendo a la casa. Genial.

viernes, 3 de agosto de 2012

Mi "Lightning Bolt"

Creo que conocéis a Usain Bolt. Ya hablé de él a principio de curso. Es un atleta jamaicano que ha batido records de velocidad impresionantes. Y era de imaginar que en los Juegos Olímpicos de Londrés volvería a ganar otras tantas competiciones. El corredor volvió a batir su propio récord, esta vez en 9,48 segundos. 
Confieso que lo admiro bastante. Y seguro que un gran número de atletas o aficionados se marcan con meta parecerse a él. Pero éste no es mi caso. Soy realista. Sé que tengo muchas expectativas, y que algún día pueda que alcance algunas de ellas, pero -por el momento- sigo trabajando las metas que mi entrenador y amigo Nico me propone. Y es que, para mí, Nico es como "mi Lightning Bolt", a quien me gustaría imitar. Nico es un deportista admirable. Y no tanto por su nivel de resistencia o su velocidad, sino por su pasión por lo que hace. El domingo va a hacer la subida al Veleta. Cincuenta kilómetros. Lo acabo de llamar y está verdaderamente ilusionado.
La semana pasada tuve la suerte de correr con él 20 kilómetros. Su esposa, Patri,  nos acompañó durante los 7 u 8 primeros. Yo no corría semejante distancia desde antes del Maratón del pasado año. Y tampoco había disfrutado tanto como en la Maratón cuando corría junto a Patri. Por eso, esos 20 kilómetros me sirvieron para recordar lo bien que lo paso corriendo. Marcándome metas, siendo persistente, y -sobre todo- no dejarse abatir por las contrariedades.
Y esto también lo encajo en el campo de mi vocación. Ya en el 31 de Julio terminé la pastoral que me habían encomendado. Justo en ese momento terminó mi primer año como seminarista. Pero no con ello estas vacaciones son "vacaciones" para la vocación. Continuar trabajando, aunque a otro nivel, por lo que se está luchando es crucial para captar el verdadero sentido de lo que hacemos. Y seguir trabajando la liturgia de las horas, la oración, el acompañamiento espiritual, y -por qué no- la pastoral. Sigo yendo a las Hermanitas de las Pobres. Así no dejo de recordar de por qué lo estoy haciendo. Por el amor a Dios, por el amor a los demás.
Y yo sigo con ganas de seguir poniendo a prueba mis límites, lo que soy capaz de hacer. Como dijo Dean Karnazes: "¿Qué es lo siguiente?".

martes, 10 de julio de 2012

Mi "FíatE"

Hoy he medio madrugado. Me he levantado a eso de las 8 de la mañana, justo para terminar de llevar las cosas al coche y salir hacia la casa de mis padres. La razón: anoche ya terminamos la Convivencia de Verano del Seminario Menor. Fue temprano: a las 23 h. ya se habían ido casi todos. Así que estuvimos hasta las 1:30 recogiendo y ordenando las mesas y limpiando los talleres.
Estas dos últimas semanas han sido algo caóticas, pero también gratificantes. A penas pude salir a correr un par de veces y mi cuerpo y mi conciencia me lo pedía a gritos. Por eso, hoy en cuanto he desmontado mi equipaje, me he puesto mis deportivas, mi shuffle y ¡adelante! al menos, 7 kilómetros.

Empiezo a correr recordando la experiencia por Valencia, guiados por el señor Obispo, por ser su ciudad natal. A penas paramos, haciendo un recorrido bastante interesante y bien planificado. El último día fue bastante duro: una hermana de D. Jesús había fallecido la noche anterior. Eso a todos nos dejos paralizados. Algo inesperado, y a la vez tan duro. Nuestro Obispo lo aceptó y se enfrentó a ello con entereza, y una admirable homilía el mismo día que nos enteramos.

Ya voy entrando en Huelín, y ver las obras del nuevo gimnasio que van a abrir me recuerdan a que, en cuanto volvimos de Valencia, los que nos quedábamos, tuvimos que empezar a arreglar y a montar el Seminario Menor, para la convivencia que empezaría dos días más tarde. Un no parar, planificando actividades, colgando lonetas y limpiando habitaciones. El lema de la Convivencia: "FíatE". Yo tenía algo de pánico a esa semana, pero desde la primera noche, la estuve disfrutando. La convivencia con los chavales, las conversaciones y las actividades deportivas... algo agotador, pero impresionante. Desde los 12 a los 18 años, chavales verdaderamente comprometidos con su fe, o con una especial inquietud por conocerla más de cerca.

Paso la primera chiminea. Pero no todo fueron buenos momentos. La mañana del miércoles, justo después de ensayar los cantos que usaríamos en la oración de la tarde, recibí una llamada. Era mi padre. Mi tío Felix había fallecido. Me dejó helado. A penas hacia dos semanas que había hablado con él, y a los poco días, me mandó un mensaje agradeciéndome la llamada. Y ya no estaba. Pedí permiso al vicerrector para ir a hacer compañía a mi familia en Parcemasa. Ningún problema. Pero justo en cuanto subí a mi habitación arranqué a llorar. No me lo podía creer. Tanto Paco como Javi me aconsejaron y me dieron ánimos. Esa misma tarde, la misa con los chicos, la ofrecieron por él. Y al día siguiente fue el  entierro.

Voy a dar media vuelta. Y es que también hay que darle media vuelta a las cosas. Por un lado, no hay que llorar porque ya no esté, sino agradecerle a Dios por los años que sí ha estado. Y por otro lado, al día siguiente había yo pedido permiso para ir a Almería a la boda de unos de mis mejores amigos, Jose Luis y María. Y no iba a faltar. Y lo pasé estupendamente. Y me reencontré con otra pareja de amigos, Paqui y Segundo, que también me anunciaban que se casan en octubre. Y ya estaban pensando hasta en los hijos. En nuevas vidas.

Voy llegando de nuevo a casa. A la vuelta de la boda, fueron los dos últimos días de convivencia, en la que intercambiamos números de móvil, cuentas de tuenti y facebook. No sólo había sido su monitor durante esa semana, sino también su amigo, su confidente y -para algunos- su hermano.

Y mañana, una nueva etapa. Pastoral en las Hermanitas de los Pobres. ¡Genial!

martes, 19 de junio de 2012

Mi retorno a Brideshead

Bueno. No. No retorno a Brideshead. Vuelvo al Seminario después de cuatro días de semi-vacaciones. Pero casi lo mismo. El estress acumulado por los exámenes, el agotamiento mental y las continuos dolores de cabeza al estilo Ned Flanders (ay, mi jaquequita) exigían que hiciese un break.
Estos días han sido un no parar. Reencuentros con buenos y viejos amigos, comidas familiares, un poco de playa, ningún conflicto homicida demostrable, oración constante, y mucho deporte. He corrido por Huelín como ya hice en Semana Santa y en Navidades, pero alargando un poco más las distancias: como hacía el verano pasado. Hacía tiempo que no llegaba al Malaga Nostrum.
Y vuelvo al Seminario con los intereses renovados, muchos proyectos en mente, aunque con algunas cosas en el tintero. Pero no he dejado de visitar a las Hermanitas de los Pobres, disfrutar de alguna cerveza con los colegas, visitar mi antiguo puesto de trabajo, y de pasar algo de rato con mis sobrinos.
Como la Parábola del Sembrador. Son esas cosas que el Señor siembra en mi, y que cuida, y que mima, y que dan sus frutos. "La tierra va produciendo la cosecha ella sola": En mi, y en los demás. Un verdadero regalo de Dios.

martes, 29 de mayo de 2012

Mi Nuevo Día


Son las 6 menos diez de la mañana. Escucho llegar la furgoneta de la panadería, y ya me despierto. Remoloneo un poco en la cama. No me levantaré hasta las 6,30. Pero mi cuerpo me pide ponerme ya en marcha, así que me incorporo un poco y empiezo a pensar en el día que comienza.

Y comienza bien, la verdad. Son las 6,25 y ya estoy en pie, comienzo a hacer algo de calentamiento, algunas abdominales, flexiones y ejercicios de espalda con las mancuernas. ¡Y a correr! Una hora, no más. Tengo examen a las 10,30. Pues eso, que comienzo bien el día. Y ayer hice igual. Nada parecido a la semana pasada. Qué semana. 

Ya llevaba un par de semanas que a ratos sí, a ratos también, un fuerte dolor de cabeza me atormentaba. Estaba como un zombie tanto en la casa como en el seminario. Y sí, salía a correr. Era la única forma de espabilarme. Pero ya llevaba unos días que la vista por la luz se me cansaba al minuto (benditas gafas de sol), y el sonido exterior era un concierto en mi cabeza. Y ya el viernes… En misa, sentía mi cráneo como aprisionado como si Arnold Schwalzeneger oprimiese los dos hemisferios, y un puñal interior insistía en sacar mis globos oculares. Terminada la misa, salí corriendo a mi cuarto. Persianas echadas, almohada cubriendo los oídos. Llamé al médico, me indicó unas pastillas. Y así estuve hasta el domingo por la tarde. Ni estudié, ni corrí, ni salí. 

Pero por obra y gracia del Espíritu Santo (no en vano, el domingo fue Pentecostés) el domingo a última hora estaba ya bien. Hasta enérgico. Me había recuperado. Y además, a lo bestia. La noche del domingo ya estaba planeando como distribuiría mi tiempo de estudio del lunes: tenía que recuperar las horas perdidas, y darle al body el ejercicio físico que necesitaba. Me levantaría a las 6,30. No paré en todo el día. Y cundió. No me sentía tan bien desde hacía tiempo. Y eso me ayudó a apreciar como ese estado de salud y mi estado de ánimo se llevan de la mano. Y como tenemos motivos de agradecer a Dios todos los días como el contribuye para que las dificultades sean más llevaderas. Que Él nos premia. Y nos acompaña siempre. Y seguro que viéndome así, sufría por mi. Lo sentía, porque en la cama a oscuras, no me sentía solo. E hizo el milagro de ponerme bien… y a lo bestia. "Lo que no nos mata, nos hace más fuertes". Pues eso.Que he decidido volver a correr tempranito. Cunde y disfruto más. Ahí me has dado, Señor.

martes, 15 de mayo de 2012

Mi Navaja de Ockham

Éste es el nombre que se le da al principio establecido por William de Ockham (s. XIV), que postula que no deben multiplicarse los entes sin necesidad. En otras palabras: desprénderse de las cosas y actividades que sobran. Digamos que a lo largo de este curso he rasurado con frecuencia tanto mi horario de actividades como las cosas que utilizo, a fin de hacer más cómodo y más útil mi día a día. Y en mis actividades deportivas, hice demasiados "recortes". 

Después de la marathon, al no contar con un proyecto próximo, me desprendí de controlar la velocidad y la distancia recorrida. También reduje el número de actividades musculares. Y, al no tener ningún plan de entrenamiento, ya no corría todos los días. Consecuencias: "economicé" demasiado. Y de la misma forma que lo he ido notando en mi organismo y mi constitución física, he ido viendo como el reducir o prescindir de otras actividades, han dejado mella en mi. Por eso mismo, hace ya casi un mes que estoy -progresivamente- recuperando mis actividades deportivas en sentido pleno. Y con ello, la alimentación. Hoy he dado un gran paso: me he llevado (después de mucho tiempo) el runkeeper, que me indica cuánto y cómo de rápido he corrido. Y los resultados han sido gratificantes. El esfuerzo de las últimas semanas ha valido la pena. Casi vuelvo a mi ritmo original. Casi diez kilómetros. En poco más de 45 minutos. 

Y así en lo demás: desde la Cuaresma, mi proximidad a Cristo se ha intensificado. La navaja había rasurado en mi relación con Él: yo había convertido mis actos de piedad, mi oración e incluso la Eucaristía en pura rutina. En un segundo plato. Mi atención se fijaba en los estudios, en las actividades de pastoral, en mi relación con los demás. Sin darme cuenta que todo eso gira en torno a mi vocación, y con ella, mi relación con Dios. Y de ahí, la Eucaristía. Y la Oración. Y, en pocas palabras, mi vida entera. Una vez que eso se recupera, todo cambia. Y mientras corro por la Malagueta, también me anima que ya huele a verano. Las playas repletas. La gente pasea, se da un chapuzón y toma el sol. El sol pica, pero la temperatura no es demasiado alta. Una gozada.

jueves, 3 de mayo de 2012

Mi "algo" de estómago


Aviso. Si no ye gusta leer sobre los "apretones" de estómago, no sigas leyendo. El contenido de este post hoy es ése. Y es que, seamos realistas, hay momentos en la vida que uno, por más que quiera, le guste, lo desee… no está totalmente posibilitado para hacerlo todo. Especialmente cuando las razones afectan al estado de salud del interesado. Éste es mi caso. Os pongo en antecedentes. Llevo ya más de un mes que tengo de forma continua ardor de estómago. Sí, no es gran cosa. Pero el problema se agravó la semana pasada. Era el jueves por la noche, y la cena creo que no me sentó del todo bien. Mientras hacíamos la adoración del Santísimo, empecé a sentir escalofríos, un fuerte dolor de estómago… y unas tremendas ganas de poder irme ya a mi cuarto. No le di demasiada importancia. Pero la mañana del viernes ya empecé a pasarlo algo peor. Pasada la primera hora de clase, decidí retirarme a mi dormitorio. Pedí permiso, y caí rendido en la cama. Había empezado lo que sea. Ese día, obviamente, no corrí. Ni comí ni cené gran cosa. El sábado me levanté algo mejor, y decidí hacer vida normal. Esto no sólo incluye correr (a media mañana esta vez), sino también una alimentación bastante normal. Tuvimos por la tarde-noche un Vía Lucis con los de la Cofradía del Calvario. Un acto precioso. Los seminarista íbamos a llevar el trono en la segunda parte pero… la lluvia apretó y no pudo ser. El domingo también parecía ser normal. Comí normal. Corrí incluso. Pero a la noche volví a sentirme algo mal. La cosa se había complicado. Pasó el lunes. Decidí no correr ese día. Además de que tenía exámenes, tenía muy mal cuerpo. Nada más comer, caía rendido en la cama. Dolor de cabeza y malestar del estómago. Llega el martes. Como era fiesta, aproveché la mañana para estudiar a muerte. Y la tarde, sí corrí. Pero no mucho, mi estómago parecía estar dando a entender de que no debía. Es miércoles. Tengo examen. Y el estómago algo peor. No pude contabilizar cuantas veces fui al baño. Mi vientre parecía un altavoz de un equipo de música. No sólo sonaba. También vibraba. Y se agitaba. Nada, tampoco corro. Hoy ya es jueves. La noche he ido unas cuantas veces al baño. Otra durante la misa. Pero ya no me duele. Ni tengo tan mal cuerpo. Además, durante la mañana, no vuelvo a ir al baño. Nada más comer, decido salir a correr. Salgo en plan valiente. Mi Shuffle, mi ropa, mis deportivas… Parece que puede llover un poco. Mejor. Peeeero… a la altura del Mercadona de la Malagueta, cuesta abajo… Mi estómago dice "aquí estoy". Buf, que mal rato. Me vi obligado a detenerme. Y "con el rabo entra las piernas" volví, cabizbajo, al seminario. Moraleja: cuando no se puede, ¡no se puede! Pero eso no implica que no pueda volver a hacerlo, sólo que hay momentos en los que no podemos darnos al 100%. En esos casos, paciencia. Para esta tarde, ya he estado disponible para devolver la imagen de Nuestra Señora a la Cofradía. Es la primera vez que llevo trono sobre el hombre. Una experiencia muy bonita. Las cosas como son. Se contempla desde abajo la imagen, e impone bastante.