jueves, 16 de agosto de 2012

Mi viaje al Pasado



Suena el despertador. Son aproximadamente las 8. Lo apago y lo programo para las 8:30. No hay prisa.
Vuelve a sonar el despertador. Ahora sí. Me levanto, raudo y veloz, y mientras rezo el Rosario –hoy, Misterios de Luz- hago la cama, y friego los tiestos. Inmediatamente termino, rezo Laudes. Una vez terminado, me visto y empiezo a hacer la gimnasia pre-correr. Pero mis movimientos y el dudoso estado de una vieja banqueta, hacen que mi sobrina Raquel se despierte, y con ello, llore. Pido perdón a mi hermano y a mi cuñada y decido que ha llegado el momento de salir corriendo a correr.
Os explico: me he tomado un par de días de vacaciones en La Caleta con Grego y Ana, y Raquelita. Hago los estiramientos y salgo a correr por el camino del Paseo Marítimo que ayer mi hermano me recomendó.
Todo esto para mi es, por un lado, algo nuevo. Pero por otro, algo viejo, del pasado. ¿Por qué? Te explico.
Algo nuevo: nunca había corrido por aquí. De hecho, nunca había ido a la Playa de la Caleta. Algo totalmente diferente a lo que estoy acostumbrado. Un ambiente, gente distinta. Algo nuevo. Por ser camino que no he recorrido en mi vida, me planteaba estar un par de días sin correr, pero ¿en qué estaba pensando? ¿me dejo amedrentar por el miedo a algo que puede ser impresionante, por los posibles riesgos? ¿Qué habría pasado si los primeros discípulos se hubieran contentado con evangelizar en su tierra, por el miedo a salir de su país? ¿o si Santa Teresa se hubiera echado atrás en eso de reformar el Carmelo? ¿o si el gran proyecto de San Josemaría se hubiera quedado en un simple proyecto? Vale, no es lo mismo que correr, pero me entendéis, ¿no? Empiezo a correr.
Y m recuerda a lo viejo: desde que llegué ayer por la tarde, todo me recuerda a mi infancia. Desde que yo recuerde, pasábamos los veranos en una casa en el Rincón de la Victoria. Y todo, todo, todo me trae recuerdos de esos veranos. Desde la decoración de la casa –aquellas sillas de mimbre, aquellos platos colgados en la pared, e incluso esa vieja edición de las novelas de Agatha Chrisite- hasta el simple pasear por la playa –el estado de la arena, la claridad del agua, las zonas rocosas, los bancos de arena, las rocas…-. Como ya os digo: me trae recuerdos del pasado, como si volviera a vivirlo. I esto fuese una película, estaría ahora con continuos flash backs. De grandes momentos. Y toda mi vida pasa delante de mis ojos. Desde los 4 años hasta ahora, con 30 tacos. Todo lo que he hecho bien, y todo lo que he hecho mal. Y las cosas que he hecho mal es como un latigazo en mi conciencia. Todos mis errores del pasado, todo el mal que hecho, o el bien que he dejado de hacer. Todas las veces que herí a alguien con mis palabras o me he dejado llevar por mi soberbia. Todo esto es como una patada en el estómago. Pero de repente salta a mi memoria las Palabras del Evangelio de hoy: “Señor, si mi hermano me ofende,  ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: - No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.”. Eso me tranquiliza, porque el gran reto del hombre –al menos, el mío- empieza por saber perdonarse a si mismo. Y me hace sentir bien saber que el Señor invita a que sepamos aceptar y corregir nuestros errores, y que Él ya de por sí nos perdona. Y cuando me doy cuenta, ya he corrido ocho kilómetro y medio. Y estoy volviendo a la casa. Genial.

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