Suena el despertador. Son aproximadamente las 8. Lo apago y
lo programo para las 8:30. No hay prisa.
Vuelve a sonar el despertador. Ahora sí. Me levanto, raudo y
veloz, y mientras rezo el Rosario –hoy, Misterios de Luz- hago la cama, y
friego los tiestos. Inmediatamente termino, rezo Laudes. Una vez terminado, me
visto y empiezo a hacer la gimnasia pre-correr. Pero mis movimientos y el
dudoso estado de una vieja banqueta, hacen que mi sobrina Raquel se despierte,
y con ello, llore. Pido perdón a mi hermano y a mi cuñada y decido que ha
llegado el momento de salir corriendo a correr.
Os explico: me he tomado un par de días de vacaciones en La
Caleta con Grego y Ana, y Raquelita. Hago los estiramientos y salgo a correr
por el camino del Paseo Marítimo que ayer mi hermano me recomendó.
Todo esto para mi es, por un lado, algo nuevo. Pero por
otro, algo viejo, del pasado. ¿Por qué? Te explico.
Algo nuevo: nunca había corrido por aquí. De hecho, nunca
había ido a la Playa de la Caleta. Algo totalmente diferente a lo que estoy
acostumbrado. Un ambiente, gente distinta. Algo nuevo. Por ser camino que no he
recorrido en mi vida, me planteaba estar un par de días sin correr, pero ¿en
qué estaba pensando? ¿me dejo amedrentar por el miedo a algo que puede ser
impresionante, por los posibles riesgos? ¿Qué habría pasado si los primeros
discípulos se hubieran contentado con evangelizar en su tierra, por el miedo a
salir de su país? ¿o si Santa Teresa se hubiera echado atrás en eso de reformar
el Carmelo? ¿o si el gran proyecto de San Josemaría se hubiera quedado en un
simple proyecto? Vale, no es lo mismo que correr, pero me entendéis, ¿no?
Empiezo a correr.
Y m recuerda a lo viejo: desde que llegué ayer por la tarde,
todo me recuerda a mi infancia. Desde que yo recuerde, pasábamos los veranos en
una casa en el Rincón de la Victoria. Y todo, todo, todo me trae recuerdos de
esos veranos. Desde la decoración de la casa –aquellas sillas de mimbre, aquellos
platos colgados en la pared, e incluso esa vieja edición de las novelas de
Agatha Chrisite- hasta el simple pasear por la playa –el estado de la arena, la
claridad del agua, las zonas rocosas, los bancos de arena, las rocas…-. Como ya
os digo: me trae recuerdos del pasado, como si volviera a vivirlo. I esto fuese
una película, estaría ahora con continuos flash backs. De grandes momentos. Y toda
mi vida pasa delante de mis ojos. Desde los 4 años hasta ahora, con 30 tacos. Todo
lo que he hecho bien, y todo lo que he hecho mal. Y las cosas que he hecho mal
es como un latigazo en mi conciencia. Todos mis errores del pasado, todo el mal
que hecho, o el bien que he dejado de hacer. Todas las veces que herí a alguien
con mis palabras o me he dejado llevar por mi soberbia. Todo esto es como una
patada en el estómago. Pero de repente salta a mi memoria las Palabras del
Evangelio de hoy: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?
Jesús le contesta: - No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces
siete.”. Eso me tranquiliza, porque el gran reto del hombre –al menos, el mío- empieza
por saber perdonarse a si mismo. Y me hace sentir bien saber que el Señor
invita a que sepamos aceptar y corregir nuestros errores, y que Él ya de por sí
nos perdona. Y cuando me doy cuenta, ya he corrido ocho kilómetro y medio. Y
estoy volviendo a la casa. Genial.
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