sábado, 31 de diciembre de 2011

¡Un año más!



Hoy correré a última hora de la tarde. Me hace ilusión que una de las últimas cosas que haga este año sea correr. Además, así podré hacer mientras recorro el Paseo Marítimo un poco de examen. Estos días atrás he corrido o bien a media mañana o recien comido, con prisas por hacer otras cosas. Hoy quiero hacerlo con algo más de tranquilidad.

Precisamente cuando ayer empecé a correr, me encontré con un antiguo amigo del gimnasio que me preguntaba qué había sido de mi. Cuando le comenté que estaba en el seminario, me respondió bastante sorprendido: "¡Yo pensaba que te habías casado!". Sonreí.

Cuando retomé el ritmo, empecé a pensar. La verdad es que este año ha estado cargado de grandes y muchos cambios. Muy buenas noticias, y otras un poco más tristes. Y a medida que iba avanzando, fui sintiendo todo lo que había pasado. Cuando paso por una pequeña plaza, recordaba el día que me senté allí a leer un rato (precisamente "De qué hablo cuando hablo de correr"). Cuando pasé por el Wok recordé la última vez que comí allí con uno de mis mejores amigos. Y cuántas veces quedábamos allí los compañeros de la facultad. En el momento que superé el cruce, saltó a mi memoria aquella mañana a las 6 que quedé a correr con mi entrenador. Y cómo le comenté el por qué dejaba el gimnasio, que iba al seminario, lo que significaba mi vocación. Cuando pasé por el cruce que daba a la Avenida Juan XXIII, recordé cuantos años estuve trabajando allí.

De repente me dí cuenta. No vale la pena mirar tanto hacia atrás. Por lo general todos los recuerdos los revestimos de nostalgia. Lo importante es mirar hacia delante. No pensar en todo lo que hemos dejado. Todo lo que hemos perdido o incluso todos los errores que hemos cometido. No. Hay que mirar hacia delante.

Y pienso que sí. Que esta nochevieja no será como las de siempre. No estamos todos. Hay nuevos. Claro que hay amigos con los que he perdido el contacto, familiares que ya no están. Pero hay nuevos amigos, nueva familia. Y nuevos sueños. Y en todos ellos, Cristo. Y en ese momento tomé conciencia. El por qué lo estaba haciendo todo: Cristo. Muchas veces ya me olvido de cuál es el sentido de mi vida. Él es el amigo, el familia, la buena noticia.

Por Él lo he dejado todo. Y Él no está nunca se queda atrás. Él es el que siempre corre delante mía, pero sin separarse de mi. Y mi primer propósito de este 2012 es seguirle más de cerca. Necesito entrenarme más. En mi fe y en mi vocación, por supuesto.

¡Feliz Año Nuevo!

jueves, 15 de diciembre de 2011

¡No tires la toalla!



Puede pensar alguien que sí, mucha palabrería de lo bonito que es correr, lo sano que es hacer deporte, pero una vez conseguido mi objetivo de la maratón, tiraré la toalla, me retiraré. Nada de lo que dije el último día tomará una forma real o tangible, pueden pensar. Por supuesto, la teoría -los proyectos- tiene que ser llevada a la práctica. Pues "no todo el que dice ´Señor, Señor´entrará en el Reino de los Cielos". Lo mismo: no todo el que dice "voy a correr todos los días", "voy a empezar a hacer gimnasia" o "este nuevo año voy a dejar el tabaco" luego lo consigue. Tiran la toalla, porque piensan que no pueden, que no merece la pena o -a su juicio- ya han hecho suficiente.

Eso rondaba mi cabeza los días post-maratón, pero tengo mis razones: agotamiento acumulado. El mismo día, después de los 42 Km, comí y dormí media hora y ensayé teatro. Y tuvimos charla. Y Misa. Y presentación del Belén hasta tarde. Así fueron los días hasta la noche del 8 de diciembre, que fue la gran fiesta. Y el fin de semana, la vuelta al ritmo normal. Estudia, prepárate, retiro… descansa poco. En definitiva, el domingo cuando terminé de estudiar fui a ver a mi padres, comí con ellos, y cuando salí a dar una vuelta… no me sostenía. Mi cuerpo había tocado por fin fondo. Cogí el coche, y volví temprano al seminario: necesitaba cama, mucha cama. Y así hice.

El lunes ya estaba mejor. Tenía mucho que estudiar. Mañana es el segundo parcial de Teología Fundamental, que no es poco. Pero me organicé, puse en orden mis prioridades y por qué hago las cosas. Así que decidí que el correr tenía que volver a mi ritmo de vida. Pero por el momento sin ser parte de un entrenamiento. No por obligación, sino por vocación. Vocación de corredor. Es decir, me tomaría unos días de vacaciones de correr. Correría solo, sin reloj, sin runkeeper que me controle, sin mariconera… solos mi shuffle y yo. Y qué mejor hora que después de cenar, que no tengo ninguna obligación, ni restricciones de ningún tipo. Con estar en el cuarto a las 11 es suficiente. Así que salí… y disfruté. Y repetí el martes. Y anoche. Hoy no, porque tendremos Adoración a las 10. Pero mañana sí lo haré justo después del examen.

Y, creedme, no hay nada como correr a las 10 de la noche por la Malagueta. Ni un alma por las calles, sólo otros corredores y farolas encendidas. Sin pensar que puede que no llegue con tiempo. Y sin controlar si voy más rápido o más lento. Sin obligarme a llegar a cierto punto. Y sin nadie que me restrinja. Verdaderas vacaciones, de verdad. Miro a la playa. Hay olas, el agua está picada. Pauso el mp3 para escucharlas. Respiro profundamente. Es verdaderamente bello. La mejor película del mundo es sin duda la creación, la mejor banda sonora el oleaje, y el Oscar al mejor director es, obviamente, para Dios. Y toda la calle iluminada de Navidad. Sé que tengo que volver, pero me quedaría todo el tiempo que hiciese falta corriendo.

Regreso a mi cuarto. Ducha, rezo de las completas y caer redondo a la cama. Me cuesta coger el sueño. Estoy cansado, pero con ganas de más. Mañana será otro día, sin duda, y probablemente mejor que ninguno de los que he vivido. Tonto de mi si hubiera tirado la toalla.

Por cierto... El sábado nos dieron la noticia de que repetiremos el teatro la semana que viene: al Obispo le gustó mucho y quiere que anime la convivencia sacerdotal del 22 de diciembre. ¡Cualquiera diría que la próxima vez a Broadway, jejeje!

miércoles, 7 de diciembre de 2011

¡¿Y ahora qué?!



La noche antes me comían los nervios. Tenía apetito, pero no tenía ganas de dormir. Estaba agotado, pero no conciliaba el sueño. Teníamos ensayo de teatro, pero no pude estar nada más que hasta las 22,30 porque tenía conciencia de que debía descansar. Y poner en orden las canciones que llevaría en mi shuffle. Estaba preparado para, al menos, intentarlo.

Hasta las 4:30 no consigo coger bien el sueño, y a las 6 ya está sonando el despertador. Me pongo en pie: me esperan, por el momento, prepararme dos cafés rápidos, con cereales extra-azucarados, de estos con energía tipo Frosties, pero del Mercadona. Saben igual… Y a las 6 de la mañana, no noto la diferencia. Inmediatamente empiezo con los laudes. Y el Rosario. Hago unos minutos de oración con el Evangelio del día: es la parábola del pastor que deja 99 ovejas para buscar la que se ha perdido. Me conforta: Él, Cristo, ahora también va a correr conmigo. No me dejaría solo. Nunca me ha dejado solo. Y salgo deprisa: mi entrenador y su mujer me esperan con el coche: ¡a la maratón!

Nico no participa: él sigue su propio plan de entrenamiento. Pero él nos va a acompañar unos kilómetros y seguirnos. Me da un último consejo: "es tu primera maratón. No intentes conseguir superar tu velocidad o hacerlo en menos tiempo: muchos así acaban dejándolo antes de terminar". Buf, cuantas veces he pecado de eso: de intentar pedirme más de lo que puedo, y acabar agotado antes de conseguir mis objetivos. El premio no se lo lleva el ser mejor que otros, sino la constancia. Así que cambio mi chip: no voy a participar en una maratón, ¡voy a disfrutarla!

Quedan unos minutos. Patri dice que ella va a seguir constantemente su ritmo de un kilómetro cada seis minutos. Genial. Yo iré a su ritmo también. Así voy acompañado: eso lo hace más llevadero, y serán 42 kilómetros. Ha llegado el momento… ¡A correr!

Empiezo a correr y, como no, empiezan a asaltarme las dudas: ¿podré hacerlo? ¿aguantaré? ¿qué pasará si a mitad de camino me da un bajó y complico el ritmo de Patricia? En ese momento salta una canción en mí iPod: "I always know where you are". Es de una banda sonora poco conocida, pero la letra es preciosa. Y viene a decir que pase lo que pase, él va a estar ahí, y sabré dónde está. Aunque no es de fondo religioso, yo siempre la interpreto a mi manera. Jesús me va a acompañar. Él se ha comprometido a venir conmigo, ya no tengo nada que temer. Lo mismo que cuando entré en el Seminario. Igual que cuando me independicé. De la misma forma que cuando empecé a trabajar, me saqué el carné de coche o cuando empecé a estudiar después del accidente. Él estuvo allí y ya no siquiera se lo agradecí. Ahora debo hacerlo: me santiguo. Queda raro santiguarse cada dos kilómetros, pero yo lo hago. Así le demuestro que le siento cerca.

Nico nos acompaña. Nos da muchos ánimos, continuamente pregunta cómo estamos. Lo estamos haciendo muy bien. Los primero 16 kilómetros se me pasan volando. Casi ni me lo creo. Él nos deja, y dice que nos esperará en la meta. Nosotros seguimos. Afortunadamente, en el camino no deja de haber voluntarios del Ayuntamiento que nos facilitan agua y aquarius cada dos o tres kilómetros. Es esa mano amiga que da ánimos. Y tenemos público en las aceras que nos gritan que podemos: me siento grande. Y estoy disfrutando. Increible. Hemos pasado los 21 kilómetro de la media maratón y ni me he dado cuenta. Ya estamos en el 22.

Sigo corriendo. Mi cuerpo empieza a resentirse. Sobre todo porque la tarde que me espera no será de descanso: es limpieza, puesta en orden, teatro… buf… Pero no dejo que eso me altere. Yo puedo seguir. Lo primero es lo primero: además, a lo mejor mis compis del seminario tienen el detalle de darme la tarde de descanso (ingenuo que es uno).

Kilómetro 30. Sigo bien. ilusionado. Lo paso pipa. Patri ya me advierte: lo duro empieza en el kilómetro 35. Le creo. Aunque llegamos y sigo bien. Las piernas las medio siento, pero puedo seguir, incluso ir más rápido. Suena en mi mp3 "How to save a life" de "The Fray". Me encanta. Es de un amigo que intenta ayudar a su otro amigo a que cambie, pero sabe que así va a perderlo, pero debe hacerlo: es su obligación. Eso pasa muchas veces: nos cuesta, porque nos duele ser sinceros, tomar el camino correcto, especialmente si así perdemos amigos. El cantante reza "Pray to god He hears you".

Kilómetro 36. Un par de parejas que nos habían adelantado en el kilómetro 20 ahora están detrás nuestra. Eso demuestra que el ritmo que llevamos es genial.

Lo difícil llega en el kilómetro 39. Ese último kilómetro me ha sido algo eterno. Todo me pesa. Mi cuerpo, mi ropa. La gente que da ánimos preferiría que no estuviera. Lo siento por Patri, pero en este momento seguiré solo. Acelero. Quiero terminar lo antes posible. Eramos muchos los que empezamos, pero ya no hay tanto bullicio. Muchos han desistido a la mitad, unos por cansancio, otros siguen pero andando, otros están tirados en el suelo. Y no pueden ni mover las piernas. Gracias a Dios yo estoy bien. Y llego ya a la meta. Casi ni me lo puedo creer. En el Estadio hay público que grita dando ánimos desde lo alto: "¡rubio, ya llegas! ¡rubio, ya lo has hecho!". Imagino que es a mi, porque soy el único que está entrando en ese momento.

Me dan una camiseta, una medalla y una coca cola, y agua, y fruta. Lo he hecho en 4:16. Ya lo he hecho. Justo en ese momento salta a mi mente una pregunta… ¿y ahora qué? ¿todo termina aquí? he cumplido mi objetivo. He sido capaz de hacerlo: he corrido una maratón. Sin problemas. Por eso respondo al ¿y ahora qué? con una clara determinación: seguir entrenándome. Lo puedo hacer mejor y lo haré. Y puedo hacer mucho más., y más cosas. He disfrutado como un enano, y lo seguiré haciendo. ¿Quién dice que no? Miro atrás y veo tantas cosas que yo creía imposible en mi vida, y ahora están cumplidas. Puedo correr una ultramaratón, hacer más deporte, y hacer otras muchas cosas con las que sueño, pero me he creído incapaz. Al "¿y ahora qué?" soy tajante: ¡Esto no ha hecho más que empezar!

lunes, 5 de diciembre de 2011

¡¡Mañana es el gran día!!

Quedan horas, menos de diez horas para el gran momento. Parece que fue esta misma tarde que decidí prepararme en serio para el Maratón. Que en el trabajo comentaba que quería prepararme para participar en esa competición, y así demostrarme que los proyectos nos se quedan en palabras. Que el esfuerzo y la constancia dan su fruto.

Eso sí, soy realista. Confieso -no en plan "yo confieso", obviamente- que desde mi entrada al Seminario mi plan de entrenamiento cambió bastante. Dejémoslo en mucho, no demasiado. Y no he podido ir cumpliendo todas las metas propuestas en lo del deporte, y mi constitución física ha adoptado de nuevo su forma de flan original. Aunque no tanto como hace un año, sí que he hachado algo de buche.

Eso implica que no estoy en mi mejor momento. Ni he llegado a correr 42 kilómetros e seguidos. Y muchos días, a mitad del camino, la tensión baja o la comida en la boca del estómago me han obligado a detenerme antes de cumplir mis objetivos del día.

Con esto estoy diciendo, de forma clara y concisa, que es posible que no lo termine. Pero al menos lo habré intentado. Y eso es lo que importa. Como me decía un cura, "tú pon tus ganas, que Dios hará el resto". Y eso haré, sin duda alguna.

Gracias doy a todos los que me han apoyado, muy especialmente a mi entrenador, al que hasta hace menos de una hora le he dado la tabarra para que me recogiera el dorsal. Estos días en el Seminario son de locos, con preparativos para la Inmaculada, el Teatro, el Belén, las decoraciones, la limpieza… ¡y ya me había olvidado de recoger el dorsal! Gracias de nuevo, Nico.

¡Rezad por mi!

viernes, 25 de noviembre de 2011

¡El espectáculo debe continuar! (y van 2)



Unos cuantos días sin dejar de correr, pero sin hacer distancias largas, hacen que el cuerpo se resienta bastante. Además, tengo pendiente hacer 30 Km, que todavía no los he hecho, para ir bien preparado a la maratón. Está en el plan de entrenamiento, pero… digamos que las últimas semanas me he hecho unas cuantas piardas del entrenamiento, por falta de tiempo (no es pereza, que conste).

Por eso, cuando el miércoles empecé a planificar y organizar el jueves, me vino de perlas que toda la tarde fuera de estudio, y hasta las 21 no teníamos la cena. ¡Genial! - me dije- entonces el jueves después de almorzar, salgo y hago los 30 kilómetros. Dos horas y media aproximadamente, y sin parar.

La comida tenía que haberla hecho un "poquito" mucho más ligera: un atracón de macarrones tendría efectos negativos en la inmediata incorporación al trote ligero. Pero valía la pena. El plato me gustaba y yo tenía mucha hambre.

Empiezo a correr a eso de las 15,30. Buenas velocidad, buena música. Genial. Empiezo a pensar en el martes. Eché mucho de menos a los que ya no estaban, sí. Pero también tuve -y tengo- muy presentes a los que siguen estando. Y saltan a mi memoria tantas y tantas personas a las que quiero horrores -familia y amigos-, y que siguen ahí, y se preocupan por mi, y me dejan preocuparme por ellos. Y por supuesto la gran cantidad de amigos que el Señor me ha ido regalando en los últimos doce años, y que han supuesto y son una parte muy importante de mi vida. Eso me reconforta. Llevo diez minutos corriendo y los macarrones ya se me suben… buf… ¡lo que me queda! Me planteo el desistir y dejarlo para otro día, pero ¡no! ¡debo continuar!

Y por supuesto también recuerdo a las nuevas vidas que han nacido, y muy especialmente mis cuatro sobrinos. ¡Impresionante! ¿no? No solemos pararnos a pensar en la grandeza que es una nueva vida. En ese nacer, en ese momento en que una nueva criatura abre los ojos y contempla el panorama. Antes de empezar a coger rabietas y chillar desmesuradamente, claro. En esos cinco minutos que lo sostienes en brazo, y el chaval en cuestión abre sus redondos ojos como si fuera un sapo. Hum… pensar en un sapo me da nauseas. Y los macarrones se me repiten. ¡Ay! que solo llevo 3 Kilómetros y medio.

Sigo corriendo. Y aunque me siento tentado en dar media vuelta antes por el estado en el que me encuentro, sigo adelante. No miro hacia atrás. Mirar hacia atrás es la peor decisión que se puede tomar. Entonces es cuando saltan más dudas, más miedos y fobias, de lo que podía ver hecho, de lo que he dejado, de lo que fui y no seré. Pero miro hacia delante, y recapacito en mis miedos al futuro. Aun no sé si aguantaré los 30 kilómetros. Pienso en que probablemente no, pero ¿quién sabe? Yo sigo, y lo dejo en manos de Dios. Claro que hay que reconocer nuestras limitaciones, pero no ahogarnos en ellas. No somos dioses, así que no tenemos derecho a opinar sobre nosotros mismos como si fuéramos Dios, sino que debemos actuar desde Él. Hacer lo que está en nuestras posibilidades. Y ya llevo 7 kilómetros. Genial. El estómago ya no me da tanto por saco.

Hace un par de semanas, leyendo "Llamados a la vida" de Jacques Philippe, el autor contaba el caso de una religiosa que había aprendido por la experiencia a que lo mucho que planeemos para el futuro -en cinco o seis años- puede verse troncado en un minuto. Esto cambia nuestra vida por completo. Así que ella había optado a actuar según lo que puede en ese momento. Si puede, genial. Si no, si surge algún contratiempo o está limitada por sus capacidades, entonces ya desistirá. Diez kilómetros. Doy media vuelta porque repetiré cinco kilómetros de ida y cinco de vuelta para volver al mismo sitio.

Esos diez kilómetros se me pasan volando. Me estoy exprimiendo al máximo. Ya se resienten los músculos, pero puedo seguir. Reduzco la velocidad para beber algo de líquido, y vuelvo al mismo ritmo de 12 Km/h. El problema está en el kilómetro 20. Ahí ya mi cuerpo está especialmente agotado. Bebo lo que me queda en la botella. Mi estómago vuelve a dar señales de vida, y especialmente con gases y movimientos de las tripas. Pero debo seguir. Si he llegado hasta ahí, puedo hacer más.

Y además, en cuanto vuelva al seminario, tengo que estudiar latín. Tengo un examen al día siguiente. Mientras corro, recito con la música las declinaciones. -us, -e, -um… -us, -us, -um… Las cinco declinaciones, en masculino, femenino y neutro; en consonante, en falsos imparisílabos. Sí, ¡me lo sé! Kilómetro 25, ya estoy en los baños del Carmen. ¡Bien!

Pero en el kilómetro 28 el estómago se me sale por la boca. Las piernas me medio sostienen, sí, pero tengo la sensación de que voy a hacer la gracia. Opto por hacer los dos kilómetros que me quedan andando. Orgullo tengo, pero no soy masoquista. No vale la pena matarme vivo por dos kilómetros. Otro día lo volveré a hacer, y seguro que mejor.

Hoy todavía guardo agujetas de ayer. Pero vale la pena. Lo disfruté. Y es que el correr, como la vida, es un regalo de Dios. Tiene sus momentos difíciles, los más duros, pero los bonitos, los bellos, hacen que valga la pena.

martes, 22 de noviembre de 2011

¡El espectáculo debe continuar!


Esta mañana me levanto un poquito antes para correr. La situación lo merece. Hoy hacen doce años. Correría con Dumi, pero debe de estar dormido todavía, porque no ha dado señales de vida. Ok. Voy solo. Es más, debo llegar con prisa hasta el vialia, y si voy acompañado de alguien corro el riesgo de pasarme del tiempo.

Doce años. Hoy me sigue pareciendo ayer. Recuerdo perfectamente aquel día. Era lunes, y estaba ya algo de los nervios porque el viernes empezábamos los exámenes. Era el año que ponía fin a la década de los 90, y yo pondría fin al C.O.U., lo que significaba que entraría en la Universidad al año siguiente.

Aquel día comí cerca del colegio con algunos compañeros. No comí demasiado. Solíamos comprar un bocata, pero ese día se les apeteció un menú. Y éste tenía pescado, y yo no tenía muchas pelas para pedir otro plato. Salíamos como todos los lunes a las 17,30, y yo iba directo a coger el 20. Llevaba cogiendo esa línea de autobús cuatro años, y me sabía de memoria los horarios. Pero un compañero que hacía ciencias me retuvo unos minutos: me pidió que le acompañara a Krauss, a recoger unas fotocopias. Yo hice 3º B.U.P. ciencias, pero en C.O.U. me pasé a letras: iba a hacer económicas, mi segunda vocación (la primera era la de magisterio, pero a mi familia no le parecía buena idea).

La cosa es que en la copistería había una cola de "¡apaga y vámonos!". Aunque Fernando "el Pirita" insistía en que le siguiera acompañando, miré el reloj -el Viceroy que me regaló mi padre hacía un par de años- y a otros dos compañeros que estaban un par de cruces más abajo, y salí deprisa. Lo último que recuerdo fue eso. Salir deprisa. Debí cruzar demasiado deprisa aquel paso de cebra.

A partir de ahí, empezó una especie de circunstancias cíclicas al estilo de "Atrapado en el tiempo": siempre me despertaba, no tenía ni idea de qué hacía ahí, inmóvil, sin poder hablar en una cama, rodeado de otras camillas, y monitores con líneas y luces, y acaba contando cuantas losetas había en el techo. Es más, contaba las de una linea en horizontal, otra en vertical, y las multiplicaba. Con los repetidos despertares empecé a tomar conciencia de que estaba en un Hospital.

En una ya pude ver a mis padres. Yo tenía en mente -no sé por qué- que estaba en el hospital porque un amigo me hizo ir con él en una furgoneta, y había robado un banco o algo así. Los efectos de los sedantes que me tenían puesto, supongo. Cuando ya vi a mis padres con gestos intenté preguntarles porque estaba ahí. Me facilitaron una pizarrita de rotulador y pude hacerles ya la cuestión. La respuesta me la dio mi padre: "Te pilló un autobús".

Que tranquilidad. No era yo el culpable de un robo. Buf… Pero la cosa fue grave: sufrí un traumatismo craneo-encefálico, y un consecuente problema en los pulmones. Lo de la cabeza se solucionó rápido. Los segundo, tardó un poco más. Y llegaron a decirles a mi padres que se despidieron de mi.

Cuando tomé plena conciencia -es decir, subí a planta, y fueron quitándome tantos tubitos- vi la gran cantidad de personas que habían estado allí en el momento difícil. En los largos días habían rezado y acompañado a mi familia muchísimos amigos, el seminario al completo, gran cantidad de Iglesias y comunidades religiosas habían orado por mi sin siquiera conocerme ni a mi ni a mi familia. Sorprendente.

Voy llegando al Vialia y tengo que parar para sacar dinero. Hoy voy a llevarles para desayunar a mis compañeros unos donuts del Dunkin, que abre a las 6,30. Son las 6,25. Voy bien de tiempo. Cuando me detengo, me paro también a pensar en cuantas personas que día a día estuvieron allí, y ya no están. Han pasado doce años, y han pasado volando.

Saltan a mi memoria la prima de mi padre, Mariquita, que llamó muchas veces; Encarnita y Agustín; D. Constancio; mis tías Magadalena y Remedios, y mi tío Claudio; Remedios, Manolo y Toñi (de ella, me enteré hace poco), vecinos del bloque; y muy especialmente mi abuela. Cada día me acuerdo mucho de ella. Hace poco más de siete meses que nos dejó, y no dejo de recordar cuanto tiempo pasé con ella, y cuanto estuvo ella conmigo en el hospital, cuidándome en la casa…

Me pongo en plan nostálgico con la bolsa del Dunkin entre los brazos, y casi me veo obligado a detenerme. Ahora tampoco puedo correr porque los donuts pueden salir por los aires, pero no debo pararme. La vida sigue. El tiempo pasa volando, y muchas veces en muy poco tiempo pueden pasar muchísimos acontecimientos, momentos buenos y otros amargos. Pero nunca se detiene: el tiempo sigue, y yo con él. Y es que ¡El espectáculo debe continuar!

domingo, 6 de noviembre de 2011

Justo un mes...

A estas alturas del domingo, que pronto se nos acaba, salta a mi mente un dato importante... queda justo un mes para la maratón. ¡Un mes! ¡Que rápido pasa el tiempo!

Y no es solo es dato el que lo demuestra... en poco más de una semana, ya harán dos meses de mi entrada al seminario, y el próximo miércoles a tengo mi primer examen. Como diría Jesulin de Ubrique... "en dos palabas... ¡im prezionante!".

Ayer hice algo tarde mi entrenamiento, porque durante todo el día estuve de retiro. Pero no podía dejarlo, porque -y mi entrenador me lo recordó la noche antes- me tocaban 20 kilómetros, que no es poco.

Obviamente, para esas distancias y en esas circunstancias, hago mi entrenamiento solo, sin ningun compañero del seminario. Así que me sirvió un poco para refrescar las palabras que D. Antonio Dorado -obispo de Málaga hasta hace un par de años- había dicho durante el retiro. Especialmente como definía la palabra "sacerdote". "Es un hombre que cree".

Puede parecer algo trivial. Que el cura tiene que creer no es nada nuevo. Sí, pero es crucial. La base, su vocación, es la fe. Toda su vida está cimentada en ella, y una vida que no se edifica sobre ella, es vacía. Y más para el que elige entregar toda su vida.

Cuando corría examinaba como llevaba la fe en mi propia vida. ¡Cuantas veces caigo en la rutina! ¡Tantos momentos en los que no me detengo que en pensar qué hago y -lo más importante- por qué lo hago!

Me pregunto... ¿por qué entreno? Hay un fin: la maratón. Pero ese fin está muy próximo, y mi vida no acaba en ello. Hay otro fin, de fondo, más profundo: me gusta. Me gusta hacerlo, y tiene muchas ventajas: mi salud, mi estado de ánimo, etc.

Entonces, ¿por qué estoy en el seminario? Hay una finalidad no muy lejana, que es sacerdote. Pero, ¿por qué lo hago? ¿qué es lo que me ha movido a tomar esa decisión?: Cristo. En Él debo aprender a ceer y a quererlo más que nada. Y mientras esto circulaba por mi mente, tome una importante nota mental: llevar más a mi oración mi propia fe.

jueves, 27 de octubre de 2011

Ante la caída… ¡levantarse!

Esta mañana no podía fallar. Tenía que salir a correr temprano. Sonó el despertador a su hora. Y lo escuché. Eran las 5:30, momento de ponerse en pie. Pero debo confesar que el ruido de la lluvia sonaba más fuerte que el móvil: tenía pinta de ser le diluvio universal. Así que solo cerré a la ventana, me senté un minuto, y decidí volver a la cama. Cuando no se puede, no se puede, y más me vale evitar un gripazo o una mala caída. Cosa que ya me pasó el viernes, y por lo que estuve dos días sin practicar más deporte que el de andar. Me explico: ya volvía, ya llevaba siete kilómetros aproximadamente. Y en los Baños del Carmen -en esa zona que es entrada a un balneario- tropecé con una piedra y me pegué un auténtico guarrazo. Caí sobre las rodillas, y aunque me levanté y seguí corriendo a buen ritmo, llegué con las piernas de un Cristo al Seminario. ¡Como me dolía cuando ya se enfrió!

Seamos sinceros. No pocas veces nos caemos, y hay que admitir que esas caídas interrumpen nuestro ritmo, nuestra rutina, nuestra carrera. Alguna vez son contratiempos o graves fallos que nos exigen detenernos, reflexionar, pensar en qué ha pasado y por qué. Pedir ayuda a alguien que pueda sanarnos esa herida profunda de nuestro interior. Pero sobre todo y ante todo, no dejar de levantaron ni perder la esperanza. La esperanza es crucial.

Pero a veces esas caídas solo son pequeños errores, que no dejan cicatriz, y le damos mucha más importancia de la que merece. Y con esas caída nos detenemos, en vez de seguir adelante, sin miedo. Y nos hundimos, pensamos que eso será así siempre, que "yo soy así", "estoy yo solo ante esto" y "siempre tropiezo con la misma piedra": es entonces cuando nos ahogamos en nuestro egoísmo. No miramos hacia arriba ni pensamos en que es posible salir adelante. Solo nos autocontemplamos, sin pensar en cuantos hay que lo están pasando peor, en peores circunstancias, sin nada ni nadie que sea una mano amiga.

Con esas caídas, cuando podamos pensar en que hemos cometido un fallo que no es tal, o que no va a repercutir, hay que recordar las Palabras del Señor: "No tengáis miedo". Yo, el primero.

Por cierto, que ayer salí de mi plan de entrenamiento y corrí casi 19 kilómetros, a buen ritmo, jejeje. ¡Ya me queda menos para la marathon!

martes, 18 de octubre de 2011

¡Poneos en camino!

Dígase que aunque no estoy actualizando mucho el blog, sigo entrenándome. Espiritual y físicamente. Con sus baches, con sus faltas, y con una serie de factores tajantes que interrumpen mi karma y me obligan a cambiar planes a lo largo del día… ¡como todo!

Cuando esta mañana salía a correr a las 6 -todavía de noche- saltaba a mi mente que ¡ya hace un mes que entré en el seminario! La pasada noche se cumplía un mes. Más de cuatro semanas. Por un lado, se me ha pasado volando; por otro, me parece que ya llevo aquí toda una vida.

Y cuando empezaba a correr, también me acordé de la fiesta de hoy… ¡San Lucas! Gran apóstol. E inmediatamente, recordé el Evangelio de hoy… "La mies es abundante pero los obreros pocos". Y con la calle vacía, por un lado me sentía solo: no había nadie. Pocos corredores, pero eso no tiene que hacer que desestime mi esfuerzo. Hay pocos que se peguen semejante madrugón para correr, vale. Igualmente hay pocos sacerdotes para tanta población. Faltan vocaciones, personas que den su vida al servicio de Cristo, por Cristo y con Cristo.

Voy por el kilómetro 2, en poco menos de 9 minutos. Voy bien. Estoy solo, pero sigo avanzando. Vale la pena seguir corriendo, aunque mi mirada no atisbe otra persona.

Voy por el kilómetro cuatro. Pronto daré media vuelta. Y recuerdo otro pasaje del Evangelio de hoy: ¡Poneos en camino! Cuántas veces no nos ponemos en camino. Dejamos proyectos, propósitos o decisiones. Naufragamos antes de tiempo porque pensamos que no podremos, o no nos cansamos con facilidad. Yo mismo estoy ya cansado… de correr. Llego al kilómetro cinco, y todavía me quedan siete. Estoy cansado pero me motiva pensar en lo que estoy haciendo y por qué lo estoy haciendo. Es importante echarle valor a todo. La vida está sosa si carece de valor, sino se hace por algo en concreto. Si se vive al día. Si no prestamos atención a lo que estamos haciendo.

Kilómetro seis. Seguiría corriendo más lejos aunque esté cansado. Pero debo llegar a tiempo al seminario, y me quedan correr los seis de vuelta. ¡Allá voy!

martes, 11 de octubre de 2011

No es un Dios de muertos, sino de vivos

Los últimos días han sido prácticamente un desastre. O aprendo a ponerme las pilas, o muero en el intento. Los proyectos pastorales, las implicaciones formativas, los actos de piedad, las clases, los apuntes, los trabajos… dejan poco tiempo libre, incluso para la familia o los amigos. Ya me lo habían advertido, me había hecho el cuerpo… pero casi que no me imaginaba que sería así. Ni que disfrutaría tanto, por supuesto.

Como en todo. Hay momentos difíciles, acompañados por dudas, tristeza, nostalgia… pero también hay estados de ánimo casi plenos, momentos felices, otros eufóricos y otros que te plantean si bien cortarte las venas o bien dejártelas largas. De todo.

Esto implica que en los últimos días no tuviese tiempo para mi entrenamiento -concretamente domingo y lunes-, lo que hacía que sintiera como "si me faltara algo". No corro, no soy yo. Pero hay otras cosas que merecen mayor prioridad.

Así que esta mañana, aunque descansé mucho anoche, no podía dejar de lado de nuevo el deporte. En pie a las 5:30, y corriendo desde la 6. Hoy cincuenta minutos. O menos. Con 10 kilómetros me quedo contento. Y cuando empiezo a correr, ver las calles vacías -completamente vacías- me da la impresión de ver un desierto, donde no hay vida humana. Y aunque una especie de ahogo me hace sentir que esto haciendo el "paria", que quizás ha llegado el momento de tirar la toalla, y que no seré capaz de alcanzar nada, salta a mi memoria el pasaje del Evangelio: "No es un Dios de muertos, sino de vivos".

Dios no quiere que desistamos de nuestros proyectos, que abortemos y abandonemos rápidamente. No. No valdría entonces la pena que hayamos sido creados, si no confiara en nosotros, y no nos enseñará que tenemos que aprender a confiar en nosotros mismos.

Y es que los mayores fracasos son los que son fruto de que no hayamos puesto constancia. En cualquier ámbito de la vida nos enfrentamos a contratiempos, dificultades, "sequías" espirituales, físicas o de tiempo. Ante ese, si nos sentimos abatidos -yo al menos- tengo que aprender a tener presente que mi vocación primera no es el sacerdocio. No, mi primera vocación es la de vivir. Él quiere que viva, que lleve una vida activa. Que dé frutos. El resto ya lo iré viendo con el tiempo. Pero no debo desistir nunca: Él es Dios de vivos.

Y consigo mis diez kilómetros. Y eso me anima. Si cuento con Él, todo será más fácil.

viernes, 7 de octubre de 2011

La riqueza del hombre se basa en lo que no necesitas


Verdaderamente, el testimonio de Dean Karnazes en "Ultramaratón" está encendiendo en mi más todavía -si se puede- la llama que supone participar en la maratón.

Habla de sus experiencias, de su volver a nacer cuando cumplió los treinta, de la reacción de su familia, el apoyo de su mujer -Julie-, y de sus impresionantes ganas de vivir. Me identifico con él en como el hecho de correr es una como una terapia de autoayuda. Bueno, rectifico. Dejémoslo en ayuda. Para mi, mi fe católica es crucial en esta práctica deportiva. Reconozco el por qué lo hago, pero también con quién lo hago. No importa que vaya con unos compañeros del seminario, o alguno de mis mejores amigos de la infancia. O que vaya solo.

En el momento que salgo me preocupo de llevar las llaves, el iPhone, botellín si va a ser una gran distancia, etc. Pero puede que alguna vez me despiste de algo. Pero nunca nunca me olvido de santiguarme y ofrecerlo. Y pedirle a Cristo que me acompañe. Le necesito. Y cuando emprendo la marcha le veo en ese anciano que va solo por el paseo marítimo; en aquel padre de familia que sale de su casa para ir al trabajo; en aquel joven que sale a clases o se recoge de una noche de marcha; en ese otro que va corriendo; y en mi. Le veo en mí. Y en mí, le siento llevando la cruz, abrazado a ella. Y abrazándola, se que me abraza también a mi, para que me sienta más ligero.

Y me doy cuenta de lo poco que hace verdadera falta para ser feliz. Vale, yo estoy usando un iPhone. Sí, es una pijada. Pero podría correr sin él. De hecho, a penas llevo tres meses con él (pero le he cogido un cariño…). A lo que iba. Que uno puede estar rodeado de miles de cosas y no sentir ese estado de paz al que te lleva la Eucaristía, o la oración personal, u otros actos de piedad; o correr, como estoy diciendo.

Karnazars cita a Thoureau, que dijo una vez que la riqueza del hombre se basa en lo que no necesitas. Quizás necesitando menos, realmente estás ganado más.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Dios es infinito


Son las 5:30 de la mañana. El despertador del iPhone ha sonado justo 15 minutos antes y ahora de nuevo. Si quiero salir a correr, no me queda más remedio que incorporarme. Así que directamente, lo silencio y… lo programo para que me avise una hora más tarde. Entiéndanme. Anoche volví a acostarme algo tarde, entre una cosa y otra: pasar apuntes, preparar trabajos, o preparar el recordatorio de las próximas ordenaciones de Diácono. Y de todas formas, hoy las clases las termino antes: a las 12:15 puedo salir a correr y seguir el entrenamiento luego en mi dormitorio.

Me resulta algo difícil reincorporarme a este ritmo. Ya sabéis, no lo de madrugar o trabajar, sino lo de volver a asistir a clases,participar, tomar apuntes, etc. No en vano, lo estoy haciendo; con la gracia de Dios, eso sí.

Son ya las 12:15 y -como había previsto- ya estoy saliendo del seminario. La hora es muy diferente a la habitual, claro. Y me enfrento a la tremenda jungla que hay a esa hora en la calle, especialmente en el centro. Además, aceras estrechas y personas que parece que están esperando que alguien se les cruce para obstruirte el paso, abundan. Y vaya que sí abundan.

Además, el sol aprieta, y esos cambios constantes de ritmo para no arrasar con esa mujer especialmente gruesa, o el típico funcionario que ha salido a tomarse su café de dos horas, cansan bastante. Se convierte en un auténtico Via Crucis. (IV Estación "El obeso que sostiene un bollicao con una mano y un café con la otra"). Pese a todo, voy a buen ritmo.

Y salta a mi memoria una de las cosas que hemos visto hoy en "Introducción a la Teología" con D. Juan Antonio Paredes. Se define a Dios como un ser infinito, inalcanzable por el hombre. El hombre, si acaso, puede ver de él "una mijita". De esta forma, describió el cielo como una infinita excursión en la que conoceremos verdaderamente la grandeza de Dios. Y puntualizaba: "una excursión, eso sí, en la que no tendrás dolores de tobillo, ni nadie se te pondrá en medio ni tendrás que llevarte el sandwich para media mañana". En ese sentido, para mi el cielo sería como una interminable maratón. Sólo pensarlo me ilusiona. No me cansaría nunca. Y lo que contemplaría sería impresionante. Y no sería en plan competición, todos los participantes vamos al mismo ritmo.

Ya casi voy por el kilómetro cinco y me encuentro a mi hermano. ¡Hacía ya una semana que no lo veía!, y en breve tiene que volver a Roma. Me paro con gusto para hablar con él. Mañana vendrá a verme el seminario, lo que me alegra mucho. Retomo lo de correr y en breve doy media vuelta: otros cinco kilómetros… ¡que luego me toca entrenamiento!

Dios es infinito

Son las 5:30 de la mañana. El despertador del iPhone ha sonado justo 15 minutos antes y ahora de nuevo. Si quiero salir a correr, no me queda más remedio que incorporarme. Así que directamente, lo silencio y… lo programo para que me avise una hora más tarde. Entiéndanme. Anoche volví a acostarme algo tarde, entre una cosa y otra: pasar apuntes, preparar trabajos, o preparar el recordatorio de las próximas ordenaciones de Diácono. Y de todas formas, hoy las clases las termino antes: a las 12:15 puedo salir a correr y seguir el entrenamiento luego en mi dormitorio.

Me resulta algo difícil reincorporarme a este ritmo. Ya sabéis, no lo de madrugar o trabajar, sino lo de volver a asistir a clases,participar, tomar apuntes, etc. No en vano, lo estoy haciendo; con la gracia de Dios, eso sí.

Son ya las 12:15 y -como había previsto- ya estoy saliendo del seminario. La hora es muy diferente a la habitual, claro. Y me enfrento a la tremenda jungla que hay a esa hora en la calle, especialmente en el centro. Además, aceras estrechas y personas que parece que están esperando que alguien se les cruce para obstruirte el paso, abundan. Y vaya que sí abundan.

Además, el sol aprieta, y esos cambios constantes de ritmo para no arrasar con esa mujer especialmente gruesa, o el típico funcionario que ha salido a tomarse su café de dos horas, cansan bastante. Se convierte en un auténtico Via Crucis. (IV Estación "El obeso que sostiene un bollicao con una mano y un café con la otra"). Pese a todo, voy a buen ritmo.

Y salta a mi memoria una de las cosas que hemos visto hoy en "Introducción a la Teología" con D. Juan Antonio Paredes. Se define a Dios como un ser infinito, inalcanzable por el hombre. El hombre, si acaso, puede ver de él "una mijita". De esta forma, describió el cielo como una infinita excursión en la que conoceremos verdaderamente la grandeza de Dios. Y puntualizaba: "una excursión, eso sí, en la que no tendrás dolores de tobillo, ni nadie se te pondrá en medio ni tendrás que llevarte el sandwich para media mañana". En ese sentido, para mi el cielo sería como una interminable maratón. Sólo pensarlo me ilusiona. No me cansaría nunca. Y lo que contemplaría sería impresionante. Y no sería en plan competición, todos los participantes vamos al mismo ritmo.

Ya casi voy por el kilómetro cinco y me encuentro a mi hermano. ¡Hacía ya una semana que no lo veía!, y en breve tiene que volver a Roma. Me paro con gusto para hablar con él. Mañana vendrá a verme el seminario, lo que me alegra mucho. Retomo lo de correr y en breve doy media vuelta: otros cinco kilómetros… ¡que luego me toca entrenamiento!

lunes, 3 de octubre de 2011

Volver a Empezar

Valga la redundancia: estos últimos días están siendo un "empezar" un volver a empezar. Ya empezamos el viernes los que serán nuestros proyectos pastorales del Seminario, y hoy ya hemos empezado la clase. En definitiva, a día de hoy, estoy re-empezando mi vida.

Eso mismo estaba pensando esta mañana cuando el despertador del iPhone pitaba a las 5 y media de la mañana, para poder salir a correr a las 6. Me tocaban 10 Kilómetros, y ahora el ritmo del día a día empieza una hora antes. A las 7 y media en la capilla. Como siempre, café rápido, afeitado sin apurar demasiado y ¡a correr se ha dicho!

No es lo mismo salir a las 7 de la mañana que a las 6. Todo hay que decirlo. No se ve ni un alma en las calles. Ni corriendo, ni yendo a pasear, ni cometiendo crímenes. Málaga sigue dormida. Menos yo, y cuatro gatos que salen o entrar a trabajar. Pero son pocos, y me miran con cara rara.

Cuando voy por el kilómetro 2 me acuerdo de mi experiencia de este último fin de semana. Me han destinado a Colichet, un centro de asistencia de enfermos terminales de sida. Es impresionante. Y me acuerdo muy especialmente porque Loli "la chica" -una mujer de 40 años, que aparenta 65- fue la primera persona que conocí. Simpática, agradable y consciente de su estado. Al sida, súmale el cáncer. Sus pulmones a penas le permiten desplazarse de un lado a otro. Es de Granada, y está orgullosa de su tierra. Se relaciona con sus otros compañeros con mucho cariño. El sábado a penas pude hablar con ella porque ella se encontraba especialmente mal. Y el domingo por la mañana se la llevaron muy grave al clínico. Los otros enfermos y el monitor ya vaticinaban que no saldría de ésta.

Voy un poco más lento de lo normal -fruto del madrugón, probablemente- por lo que me veo obligado a acelerar a partir del kilómetro 5. E igual de rápido que voy, podemos definir que así de rápida es la vida… ¡Que fugaces somos! Tan pronto estamos saliendo a correr, que sin darnos cuenta, hemos llegado al destino. A veces nos paramos, nos da pereza seguir o vamos más lentos, pero llega un momento que todo acaba. Y pensar que esa simpática mujer con la que entable conversación el viernes, es probable que ya no esté viva me genera tristeza. Pero es lo natural. Bello, pero duro.

Y sin darme cuenta, ya he llegado al seminario. Ya terminó esa parte del entrenamiento hoy. Como tantas otras veces.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Dios está vivo

"Todo corredor devoto tiene un despertar. Sabemos cuál fue el lugar, el momento y la razón por las que aceptamos correr en nuestras vidas. Después de media vida, había vuelto a nacer. La mayoría de los corredores son capaces de mantener una perspectiva racional de su devoción, y entrenan con responsabilidad. Yo no pude y me volví un fanático". (Dean Karnazes)

Empiezo hoy con una impresionante cita de Dean Karnazez, autor de "Ultramartón", libro que empecé a leer la semana pasada y con el que identifico -no hasta el extremo del protagonista- en esa impresionante sensación que transmite correr. Efectivamente se disfruta.

Ayer no pude correr. Me tomé el día de descanso porque pasamos todo el día por el Arciprestazgo de Marbella. Un largo, largo día. Así que hoy me tocan 14 kilómetros. Me levanto con ganas a las 6:15, y después del primer café de la mañana, entro sin demora en el baño para afeitarme. De repente, se me viene a la cabeza una sugerencia del rector en los primeros días: mirarse en el espejo para conocerse, tanto exterior como exteriormente. Aprender de nuestras rarezas y aceptarlas o corregirlas en la medida de la posible. Verdaderamente tengo la cara algo desfigurada. Dios, los años no pasan en balde. Y el sobrepeso que permitía que tuviese el mote de Doraemon ya no está vigente en mi rostro. Ojeras, sobre todo ojeras. Bueno, ahora toca afeitarme. Para explorar mi interior, ya tendré tiempo en la oración después de las laudes.

Rápidamente, me preparo y salgo correr. Esta mañana voy solo. En los últimos días he ido por la mañana o por la noche acompañado, habiendo hecho previamente el circuito o ejercicios que correspondiesen. Hoy voy solo porque me apetecen 14 Kilómetros.

Salta a mi mente mi sensación ante el espejo. Han pasado muchos años, y sí, he cambiado bastante. Pero me queda mucho por aprender, mucho por madurar, mucho por sentir. Me siento como una pequeña hormiga en un inmenso mundo. Cuando salgo a correr, observo gente mucho más preparada que yo. Cuando estoy en el seminario, siento la impresión de que jamás llegaré a ser como esos otros sacerdotes a los que tanto admiro. Y el celo llega a apoderarse un pelín de mi. Me siento mediocre, estancado en el que yo fui y lo que no pude hacer.

Sigo corriendo. Hoy he empezado bastante bien. Desde el minuto 10, voy superando los 2 Kilómetros. Y con todo y por todo, recuerdo las palabras del Papa en un reciente mensaje a los seminaristas: "Dios está vivo". Lo repite un par de veces. Es importante recordarlo. Con todo, Dios está vivo. Nada debe importarnos. Y también recuerdo algo de la homilía que dijo en la JMJ en relación a una vocación: Dios llama a personas normales, no a superhombres. De superman yo tengo poco. Y pese a eso, me llama. Me siento grande.

Llevo ya 7 kilómetros. Es hora de dar media vuelta. Y recapacito. No vale la pena ahogarse en los propios defectos de uno: es importante combatirlos, sí. Pero no ahogarse en ellos. Eso es la mediocridad. Aceptarlos y luchar es humildad. Gran virtud. Cuanto me queda para llegar a ella.

Y recuerdo que recientemente mi entrenador ha conseguido uno de sus objetivos. Superar los 100 Km de Cantabria en menos de 1 hora y 20 minutos. Y lo ha hecho en 1 hora 4 minutos. Impresionante. Es importante marcarte tus objetivos y luchar por ellos. No importa lo pequeño o inútil que seas. Si hay fe, Dios pone el resto.

Llego ya al Seminario. El rector me ve llegar algo sorprendido. Vengo empapado de sudor. Él sonríe. No puedo detenerme. ¡Voy con el tiempo justo para los laudes!.

sábado, 24 de septiembre de 2011

El hombre es un ser social

Cuando llegué aquí el sábado al seminario, conocí a buenísimos compañeros que en su momento entraron -como yo- practicando una actividad física constante que, por circunstancias de tiempo e indisponibilidad, fueron abandonando. Esto sinceramente me desanimó. Ya me veía yo renunciando al hecho de correr, y volviendo a adoptar esa constitución fofa y en baja forma que marcó mi infancia, y perdiendo la oportunidad de disfrutar superando kilómetros, alargando distancias, sudando a chorros... "Bien empezamos" me dije. Y me desanimé un poco.

Pero el pasado jueves tuve la suerte de entablar conversación con otro gran compañero de 5º curso. Él también disfruta corriendo, y ya planeamos esa misma noche, hacer un circuito dentro del Seminario. Yo ya llevaba mis 14 kilómetros de por la mañana, pero eso no importaba.

Correr solo tiene sus ventajas. Permite explorarte, ahondar, conociendo tus límites y marcándote metas más allá de lo que es una competición atlética. Hablas cara a cara con Dios, como si el corriera contigo. Esa sensación no tiene precio.

Pero correr acompañado es también algo impresionante: para empezar, te enriquece. Te permite compartir cómo eres, con sinceridad, sin una careta. El acto de correr genera esa misma sensación de afectividad y confianza que hace tomar una cerveza con unos amigos. Aprendes mucho de la otra persona e incluso de ti mismo.

Ricardo de la Vega, psicólogo, lo deja claro: "Los datos dicen que si te has iniciado en esto de correr y en las carreras populares con otros, persistirás más tiempo que si lo has hecho solo. Correr es, indudablemente, una actividad solitaria. Quiero decir, nadie lo puede hacer por ti…, no hay un balón que tú, fino centrocampista, pases al extremo para que corra él. Aquí el esfuerzo lo tiene que hacer cada uno para llegar a la meta. Pero cuando llegas, te vas a tomar una cerveza con tus compañeros con los que entrenas, o llamas a tu familia… es decir, correr aporta un factor integrador, socializador, definitivo".

Y concluye que "en efecto, la tentación de dejarlo está siempre ahí", y muchos sucumben y han sucumbido a ella. "Pero hay hasta cuarenta y cincuenta motivos por los que la gente corre. (…) Y así una lista de factores que, como los diez mandamientos, se pueden resumir en dos: socializar y, sobre todo, superarse".

Como marca la sociología, "el hombre es un ser social": Irremediablemente. De todas formas, aunque anoche también repetimos (7 Km a trote suave, hasta las 23:30), esta mañana me veo obligado a madrugar porque hoy me tocan 12 Km. Ni más ni menos. A las 6:40 en la puerta y en el minuto 3, ya me dio un temible "apretón" que viene a ser una realidad bastante incómoda, y que te acompaña y te estresa durante todo el recorrido. Yo aguanto, y recuerdo que ya me pasó otra vez corriendo con Nico. Que mal lo pase, pero también lo que nos reímos contando circunstancias parecidas a las que te enfrentas corriendo. Aguanto, lo ofrezco, y sigo hacia adelante. Y como es sábado todavía temprano, las calles están todavía llenas de jóvenes algo bebidos. Todos me miran asombrados, otros riendo, de ver a un "pringao" corriendo a esas horas. Yo sonrío y sigo. Y aunque me cuesta, consigo cumplir mis propósitos: los 12 Km en 58 minutos.

jueves, 22 de septiembre de 2011

A mi manera, eso sí



"Este cambio debe inaugurar una novedad en mi historia. Mucha mayor exactitud, delicadeza, finura, en mi trato con el Espíritu. A mi manera, eso sí: la delicadeza o finura del león o del búfalo, y no precisamente la de las alumnas de colegios de monjas antiguas". Esta pequeña reflexión del Padre José Rivera (1925-1991) fue una de las últimas que leí anoche haciendo oración. Y se me quedó grabada. Por un lado, el término "cambio" -en su caso, hacía referencia a la fiesta de Pentecostés; yo, a mi entrada en el seminario-; y por otro, el "a mi manera".

Todos tenemos nuestra propia forma de entender las cosas. No cabe duda. Y por eso podemos trabajar en nuestra vida -interior y exterior- desde una serie de patrones, reglas u horarios, pero la forma de hacerla de cada uno es algo estrictamente personal. Y eso es lo que la hace algo grande. Porque nos exige trabajarnos cada uno según nuestras propias condiciones, nuestras limitaciones. Habrá veces que podamos hacer más, y otras en las que menos. Sino vivimos la vida desde esa óptica -salta a mi memoria las palabras de D. Fernando Sebastián el martes- "llegaremos a un temible día del desencanto". Dejar de entender el qué vivimos, y finalmente caer en la mediocridad.

Esto atañe al tema vocacional, pero también es posible verlo desde mi entrenamiento. Así que sin más dilación me levanto de la cama. Hoy, media hora antes. Me tocan sólo 10 Km., pero tengo el mono de hacer un pelín más. Ayer era el día de descanso, y hoy tengo el mono. Además, el martes el correr fue una rutina: 20 minutos de trote suave, pruebas de velocidad, ejercicios, y otros 10 minutos dando vueltas. Sé que tengo que hacerlo cuando me toca, pero no me gusta. Mi mente va absorta en el hacer bien la actividad, y no puedo disfrutar tanto.

Bien. Como decía, me preparo para salir a correr. Un entrenamiento exige saber el por qué lo hacemos. En mi caso, participar en la maratón. Y eso es lo que me motiva a hacerlo. Así que gorra y linterna en cabeza, y el iPhone en la cartuchera. Ya estoy listo.

Ayer ya terminé de leerme "La Pasión de Correr", que recoge entrevistas a personas de diferentes sectores que tienen una misma afición: correr. Me llamó la atención el testimonio de un jubilado que ya había participado en todas las maratones de Madrid: "las carreras son una especie de diario que vas escribiendo cada año, y tú vas viendo como todo cambia a tu alrededor". A su lado, un chico más joven que participó sólo una vez, le dice más adelante: "Correr implica disciplina, sacrificio, ir descubriendo tus límites… La experiencia es la propia carrera". Eso en sí es la vida humana, un trabajo constante para llegar a la gran meta. La meta final, por supuesto, el Reino de los Cielos. Al respecto, D. Fernando lo dejó bien claro: el error del hombre -curiosamente comparó la vida con una competición ciclista- es desistir, querer detenerse porque esté pasando sed, esté agotado, o porque piense que ya no puede más. En ese caso, ya se olvida de por qué está corriendo. Y ahí enumera una serie de afecciones terrenas, problemas de personalidad, y necesidad de reconocimiento, que interrumpen nuestra vida. Yo me quedo cuajado, está claro. Sé que muchas veces me olvido de por qué estoy aquí o por qué estoy viviendo. En ese momento, en el iPhone salta la canción de "Aproximación" de Pereza. Sí, todo esto que estoy ahora viviendo, conociendo y estudiando es sólo una aproximación de lo que me espera. Leches.

Para más inri, la chica del Runkeeper me interrumpe -muy cortés, ella- diciendo que solo llevo 780 metros. Y dale. Algo le pasa a esa chica conmigo. Estoy seguro de que he hecho más de un kilómetro -¡Estoy a tope con las pulsaciones!- y ella sólo quiere amargarme. Allá ella. Ella es un programa, y yo soy un humano. Ahí te quedas.

Sigo corriendo, y para no desanimarme, empiezo a recordar todo el ánimo que me han dado mis amigos y familiares desde el Facebook respecto a la maratón. Creen en mi. Inocentes. Algunos habrá que no crean, y sé que hay algunos que piensan que no podré ni participar. Bueno, no todo tiene que ser laureles.

De repente, me doy cuenta de que ¡me he perdido! Y encima llevo ya 10 minutos y sólo 1´60 Km. El error sería desesperarse. Detenerse o ir marcha atrás. No, eso no lleva a nada. Sigo hacia delante. Sino lo encuentro por mi mismo, algún transeúnte me podrás ayudar. Eso nos pasa algunas veces en la vida -o en un mismo día-: el sentimiento de que vamos por un camino erróneo, que no sabemos ni a dónde vamos. Ahí juega un papel crucial la confianza. La confianza en Dios y en uno mismo. ¡Y seguir adelante!.

Vislumbro desde lejos los maristas. Eso significa que sí, que voy voy bien, ya he vuelto a mi ruta. Pero el el runkeeper insiste en que voy más lento de lo normal. Me da lo mismo. Yo sigo. Tengo sed, pero tengo que aguantarme. No me traje botellín porque la distancia no es demasiado larga.

Ya sobrepaso el O2 -¡Que tiempos, cuando yo iba a ese gimnasio!- y saludo al Dr. Jose Luis, que está entrando con su bolsa deportiva. En otro momento ya hablaré de él. Ahora no. Sigo corriendo, y tengo que llegar a un buen ritmo.

Justo en el minuto 30 voy por el kilómetro 6. Y en el 35, 7´23 Km. He logrado alcanzar -y superar el ritmo que tenía previsto- y ya doy media vuelta. A una velocidad constante, al final he hecho 14´30 Kilómetros… ¡Olé!

lunes, 19 de septiembre de 2011

… Son seis años

Suena el despertador… son ya las 6,30… ¡cachis! ¡que pocas ganas de madrugar! La noche ha sido mejor que la anterior, pero me he despertado incómodo repetidas veces. El colchón y el somier no se llevan del todo bien conmigo. Retraso el despertador 10 minutos, lo justo para poder empezar a tomar conciencia de lo que voy a hacer.

Me consuela que ayer me levanté a la misma hora, pero la noche anterior me había acostado a las 12, después de un primer día en el seminario algo agotador. Además, mi primer circuito fue en el interior, y se hace algo pesado dar las vueltas una y otra vez por el mismo sitio, ademñas porque todo es puro campo, sin asfaltar, y aunque llevaba una luz en mi frente (60 metros de alcance) el miedo a pegarse el guarrazo no desaparece.

Bien. Mientas que me afeitaba recordaba las palabras con las que el Vicerrector terminaba la charla a los que entramos nuevos este curso: "… son seis años". Seis años. Ahora me parecen una eternidad, aunque estoy seguro que se me pasarán volando.
Pero bueno, no debo salir de contexto. Hoy me toca correr 10 Km. y circuito de actividades físicas. El circuito puedo dejarlo para más tarde, pero los 10 Km. no. Ahora o nunca. Así que me dispongo a correr, enciendo la linterna, pongo en marcha el Runkeeper y la música en el iPhone y ¡Ya estoy listo!.

Cuando empiezo, se me vienen a la cabeza unas palabras de Murakami ("De qué hablo cuando hablo de correr") en las que comparaba este deporte como un método de meditación. Es eso muy cierto. Mientras una persona corre, parece que todo lo que ha hecho, y lo que debe hacer toma vida en su mente, y empieza incluso a tomar forma.

Por eso mismo, empiezo a hacer un poco de memoria de lo que aprendí ayer en la primera meditación de D. Fernando Sebastián. El tema central era conocerse a uno mismo. Es cierto que es crucial en la vida de toda persona aprender a conocerse. Yo soy plenamente consciente de que si llegase un clon mío, no podría predecir como iba a actuar. La verdad: no sé como verdaderamente soy, de la misma forma de que no he sido siempre el mismo. Y salta a mi mente unas palabras que me dijo mi entrenador Nico la última mañana que corrí con él: "El gran defecto es pensar que una persona no ha cambiado con los años; no en lo referente a la constitución física, no, ¡sino en la personalidad! Por el facebook hablo con amigos de cuando era niño, que piensan que sigo siendo el mismo y ¡no! he corrido muchos kilómetros desde entonces.

Acto seguido, el Runkeeper interrumpe mis pensamientos: me avisa de que ya llevo cinco minutos y no he hecho más de 790 metros. Y eso que voy cuesta abajo. Me veo obligado a acelerar. Y pienso en que si me cuesta tanto hacer 10, 15 o 20 kilómetros… ¿qué serán los 42 de la próxima maratón? ¿Podré hacerlo? Inmediatamente recuerdo aquellas palabras de Juan Pablo II: "No tengáis miedo". No debo tener miedo a nada. Además, precisamente estoy entrenándome para la maratón y estoy siguiendo a rajatabla los ejercicios previstos por Nico. Y empiezo a compararlos con las palabras que dejó claras ayer D. Fernando: "La vida nos la va haciendo el Señor". No podemos asegurar como seremos dentro de cinco años o cinco meses. Podemos hacer proyectos, pero a medida que vaya pasando el tiempo es cuando conoceremos nuestros verdaderos límites. Y todo ese día a día que empezamos -como hoy mismo- "es el fruto de decisiones a corto plazo, que vamos renovando cada día". Esas decisiones para mi son, por un lado, entrenar para la maratón de diciembre -que no será posible si no es algo que voy trabajando día a día, como Nico ha dispuesto- y la entrada al seminario -que no es más que precisamente una especie de entrenamiento hacia el sacerdocio. No me entiendan mal, sé que no tienen ni punto de comparación, pero sí guardan cierta analogía. Además de que la segunda, es la primera en mi vida, a día de hoy.

Sigo corriendo. Sin darme cuenta, ya he llegado a Huelín. Casi 5 Km. Y lo mejor, menos de 25 minutos. Y recuerdo que ayer la velocidad que tomé -tan baja- y la corta distancia que recorrí -7 Km. y medio- son pequeños bajones, pero que no deben desalentarme. El hoy es hoy, y eso es lo principal. Igual que en nuestra vida interior, como terminaba ayer D. Fernando, "debemos pensar más en nuestros proyectos del futuro que en los errores del pasado".

Doy medio vuelta. Y orgulloso reemprendo el camino hacia el seminario. Al mismo trote, y seguro de que, si es voluntad de Dios, podré hacerlo.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Sobre roca, sobre tierra

El Evangelio de la Misa de ayer me bino como anillo al dedo para meditar la importancia de la oración. Transcribo un fragmento:

Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.

En pocas palabras, hay dos modelos de vida: los que planifican sus decisiones importantes y los que se lanzan a proyectos sin tomar las medidas oportunas. Para los primeros, es crucial "cavar profundamente" en su vida, es decir, conocerse, y esto significa que -con humildad y orgullo- sepan tanto reconocer sus limitaciones y defender sus virtudes y, en ambos casos, no dejar nunca de trabajar en ellas. Y trabajar en ellas exige un tiempo para uno mismo, de oración y reflexión: una puesta a punto antes de hacer nada, un diálogo sincero con el Señor, en el que se reconoce si es posible hacer eso que uno tiene en mente, y cómo y cuándo. Respecto a la oración decía la Beata Teresa de Calcuta que "tenemos necesidad de encontrar a Dios, y no le vamos a encontrar ni en la agitación ni en el medio del ruido. Dios es amigo del silencio". Muchas veces necesitará en este caso, como el que edifica su casa, unos planos, es decir, unas directrices: la experiencia de otra persona de la que leamos, o que ella mismo nos aconseje -un acompañante espiritual, un amigo-. En esos casos, además, el hecho de tener otra persona que nos apoye o nos guíe, nos da esa confianza de pensar que si "sobreviene una inundación", él nos va a ayudar.

En cambio, el que no planifica ni presta importancia al qué puede pasar (ojo, tampoco hay nunca que obsesionarse por eso, porque eso nos puede acobardar, y siempre sacar pegas a alguna decisión) puede que le salga bien, puede que no. Y a la primera de cambio, que un torrente se lo lleve por delante, todo lo que ha hecho se puede ir al traste.

De la misma forma, esto es parecido a un entrenamiento físico: primero, yo no puedo decir a lo loco "Venga, voy a participar en una marathon", si nunca he corrido más de 30 minutos o no sé si mis capacidades físicas lo aguantarían. Porque en cuanto se empieza a correr ya en la competición, vendrán las dificultades con las que no hemos contado. Por eso, hay que trabajar con un plan bien propuesto, con tiempo de antelación, y la ayuda de alguien que haya hecho eso mismo o algo parecido. De esta forma, siempre que pienso en mi entrenador, salta a mi mente la figura de un director espiritual, que va siguiendo tus logros, planteándote metas y consolándote por tus errores.

lunes, 5 de septiembre de 2011

‎"Lo único que quería era llegar rápido a la meta''

Días atrás hice referencia a Usain Bolt, quien empezó el Mundial de Atletismo con una descalificación. Pues bien, este hombre ayer cumplió su promesa de no darle importancia a su error, al correr como un bala en el relevo 4x100, que eclipsó el récord mundial.
‎Su respuesta ante la multitud eufórica por sus resultados: "Lo único que quería era llegar rápido a la meta''. No le importaba lo que le pasó la semana pasada, ni cómo podrían reaccionar si no lo conseguía: sólo quería llegar a ello, sin miedo a las posibles complicaciones.
Muchas veces podemos experimentar una situación parecida: el ánimo puede jugar malas pasadas, haciéndonos creer que no conseguiremos lo que nos proponemos, o que los pasos que daremos no valen la pena en relación a lo que buscamos obtener. En estos casos, nos hundimos en una especie de depresión, y a veces hasta nos sentimos solos, o rechazados, o subestimados. Y si no nos detenemos a pensar el por qué lo hacemos, tarde o temprano nos echaremos atrás, y dejaremos de luchar por ello.
Imagina que Bolt, ante el fracaso anterior, hubiese desestimado la oportunidad de llegar a la cumbre; pues de una forma parecida -no la misma, ya que no tiene ni punto de comparación- piensa en qué habría pasado si Cristo, cuando oraba en Getsemani, se viese totalmente incapacitado de dar su vida. En su caso, oró: "Señor, que pase de mi este cáliz, pero que no sea mi voluntad, sino la tuya". Pero no desistió: sabía que dar su vida era por una fuerza mayor: la salvación de la humanidad entera.
Yo ahora me enfrento a seis años de formación, y -sinceramente- me parece una eternidad: ¿podré hacerlo? ¿vale la pena? ¿es el sacerdocio mi verdadera vocación? Entonces pienso que el por qué lo hago es una fuerza mayor, y eso me consuela, y no me hace sentirme solo, porque -para empezar- Cristo me acompañará.
Y bueno, también me enfrento a unos meses corriendo como una cabra -de forma tanto metafórica como real- para competir en la Marathon. Y día a día, cuando he corrido 15 o 20 Km, pienso "¡buf, no es ni la mitad! ¡Yo no podré terminarla!". Pero inmediatamente caigo en la cuenta de que, como en cualquier proyecto, necesito mi preparación, mi entrenamiento, mi formación, y si la estoy siguiendo, entonces podré. Además, cuento con algo más que un entrenador, un amigo que me marca las pautas diarias.

lunes, 29 de agosto de 2011

‎"¿Buscáis lágrimas? Pues eso no va a suceder"


Éstas palabras que recojo en el título del post provienen del atleta ‎Usain Bolt, en el momento en que fue descalificado el pasado domingo de la final de los 100 metros. Su problema: salió antes de tiempo.
Éste hombre tenía todas las de ganar: no le faltaba nada más que le garantizara el oro. Los otros competidores ya contaban con que él sería el primero en llegar. Pero ese error inesperado fue el que se interpuso en los objetivos de Bolt.
Eso nos pasa a todos con frecuencia: un pequeño error con el que no contamos, un acontecimiento inesperado, o simplemente unos resultados que no eran los que no habíamos marcado, hacen que lo que habíamos previsto no llegue a buen cauce. Entonces nos hundimos, nos desesperamos, nos vemos incapaces de seguir adelante. Esa conducta errónea nos amedrenta, nos atemoriza, y nos ciega: no vemos más allá de lo que ha pasado, en vez de intentar ver como salir del problema. Nos quedamos en el fango de nuestros errores o nuestra falta de suerte.
Pero cuando recapacitamos, cuando ponemos en verdadero orden nuestras prioridades, nuestros sueños... nos damos cuenta de que ese suceso inesperado no ha hecho tanta mella, y si a caso, lo que verdaderamente ha producido es que seamos más fuertes, hayamos aprendido más de nosotros mismo y hayamos experimentado nuevas circunstancias.
Hoy, después del fracaso de ayer, Bolt ya mira al futuro: "Ahora tengo que seguir adelante, ya que no tiene sentido continuar pensando en el pasado", y se dispone a prepararse con más ganas para los 200 metros.
Esto me genera confianza, en Dios y en mi mismo: el Espíritu Santo actua en la vida como un auténtico zig zag: no importa donde o como hayamos empezado, ni lo que pueda pasarnos mañana, el año que viene o dentro de cinco minutos. Lo importante es este mismo instante, y lo que queremos hacer en él. Así no hay sitio para penas o temores.

sábado, 27 de agosto de 2011

La Parábola de los Talentos

El Evangelio del día de hoy me ha venido como anillo al dedo para la oración. En los últimos días -tan próxima ya la entrada al Seminario- no han parado de asaltarme dudas, inquietudes, la típica vocecilla interior que emite un chirrido molesto, mientras susurra: "No podrás, no podrás". El pensar que me pueda estar equivocando, que no pueda hacerlo, que cuando llegue el momento, voy a hundirme.
Bien. Eso no es síntoma de cordura, sino de cobardía. De baja autoestima y de "mejor me quedo donde estoy, para evitar riesgos". Es una conducta natural, sobre todo si la decisión que se ha tomado implica un cambio de semejante índole. Por eso, la Parábola de los Talentos ha tenido tanto significado hoy para mi: uno recibe cinco, otro dos, y otro uno. Los dos primeros se lo curran, y obtienen los beneficios que les corresponden. El tercero en cambio... lo entierra, se queda como estaba... no se arriesga a obtener lo que su Señor le ha encargado. Y cuando llega la hora de la verdad, se justifica: "Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo". Esa ha sido mi actitud durante muchos años: he tenido miedo. Miedo al fracaso, miedo a no saber enfrentarme a la realidad, miedo a la soledad. En definitiva, miedo a mi mismo.
Así el Señor me ha recordado que nunca nunca voy a fracasar, nunca dejaré de saber salir de los apuros, y nunca estaré solo, si deposito siempre mi confianza en Él.
Y me ha demostrado que lo que quiero, puedo hacerlo. Y así, han saltado a mi memoria tantos logros, pasos que he dado, que jamás -hace doce años- habría pensado que haría. El claro ejemplo es las recientes marcas corriendo. De un vago asentado en un sillón, a un corredor entusiasta. ¡Quién me ha visto y quién me ve!
Todo hay que decirlo. Ahora he quedado para cenar y espero no recogerme muy tarde, porque mañana a las 9 de la mañana me esperan dos horas y media a trote ligero. Mientras que una parte de mi piensa que ni loco podré levantarme mañana para hacerlo, la otra está deseando empezar ya a correr. Veinticinco, veinteseis kilómetros... ¡Aaaah! ¡Que ganas!

jueves, 25 de agosto de 2011

¡Ahora comienzo!


Bien. Antes de comenzar, conviene que me presente. Primero, no, no me gusta correr: me apasiona. Y segundo, no soy seminarista. Lo seré a partir del próximo 17 de septiembre. Sí, soy vocación tardía -matizo, no tardía, sino vaga, porque la vocación llevaba ya algunos años rondando-, y creo que hasta el próximo 8 de Diciembre realmente no seré un auténtico seminarista. Ese día -si no han cambiado las rutinas- será cuando yo "pase" por el rito de admisión.
Leía hace poco una cita del P. José Rivera que decía que "el Espíritu Santo actua en zig zag". Las cosas cambian de una forma que no nos podemos esperar, y llegamos muchas veces a un estado que no es el que imaginábamos. Ése es mi caso. El chico que hace 12 años odiaba practicar cualquier deporte -por sus condiciones físicas, por su sobrepeso, y por su adoración al dios Matutano- es ahora uno que no le importa levantarse a las 5 de la mañana para correr 20 o 23 Kilómetros. En cualquier caso, estas metas son recientes: hasta hace poco lo máximo que hacía eran 12 Kilómetros, y en ocasiones extraordinarias, pero de eso ya hablaré en otro momento.
En cualquier caso, debo darle muchas gracias a Dios como ha hecho ese zig zag en mi vida: poco a poco, pasito a pasito, ha puesto un proyecto de orden en mi vida (de prioridades, de objetivos, de aptitudes, y de amistades), que me costará sudor y lágrimas conseguirlo pero -como decía Santa Teresa- "quien a Dios tiene, nada le falta". Y eso me tranquiliza, porque sé que de la misma forma que Él me ha acompañado hasta ahora, lo seguirá haciendo continuamente, si no le doy la espalda -y aunque se la dé, Él no dejará de estar a mi lado-, guiándome y adoctrinándome.
Mis objetivos más próximos son dos: el primero, entrar y sentirme bien adaptado en el seminario diocesano: sé que me va a costar mucho cambiar mi ritmo de vida, mis formas de trabajo y mi horario; el segundo, prepararme para participar por primer vez en una marathon. He corrido carreras populares, pero no es lo mismo, y me hace mucha ilusión poder hacerlo.
Mañana me espera solo 40 minutos a trote -es poca cosa-, pero el domingo pinta a que haga una ruta más larga. Aunque, como digo en el título, ¡esto sólo es el comienzo!