martes, 29 de mayo de 2012

Mi Nuevo Día


Son las 6 menos diez de la mañana. Escucho llegar la furgoneta de la panadería, y ya me despierto. Remoloneo un poco en la cama. No me levantaré hasta las 6,30. Pero mi cuerpo me pide ponerme ya en marcha, así que me incorporo un poco y empiezo a pensar en el día que comienza.

Y comienza bien, la verdad. Son las 6,25 y ya estoy en pie, comienzo a hacer algo de calentamiento, algunas abdominales, flexiones y ejercicios de espalda con las mancuernas. ¡Y a correr! Una hora, no más. Tengo examen a las 10,30. Pues eso, que comienzo bien el día. Y ayer hice igual. Nada parecido a la semana pasada. Qué semana. 

Ya llevaba un par de semanas que a ratos sí, a ratos también, un fuerte dolor de cabeza me atormentaba. Estaba como un zombie tanto en la casa como en el seminario. Y sí, salía a correr. Era la única forma de espabilarme. Pero ya llevaba unos días que la vista por la luz se me cansaba al minuto (benditas gafas de sol), y el sonido exterior era un concierto en mi cabeza. Y ya el viernes… En misa, sentía mi cráneo como aprisionado como si Arnold Schwalzeneger oprimiese los dos hemisferios, y un puñal interior insistía en sacar mis globos oculares. Terminada la misa, salí corriendo a mi cuarto. Persianas echadas, almohada cubriendo los oídos. Llamé al médico, me indicó unas pastillas. Y así estuve hasta el domingo por la tarde. Ni estudié, ni corrí, ni salí. 

Pero por obra y gracia del Espíritu Santo (no en vano, el domingo fue Pentecostés) el domingo a última hora estaba ya bien. Hasta enérgico. Me había recuperado. Y además, a lo bestia. La noche del domingo ya estaba planeando como distribuiría mi tiempo de estudio del lunes: tenía que recuperar las horas perdidas, y darle al body el ejercicio físico que necesitaba. Me levantaría a las 6,30. No paré en todo el día. Y cundió. No me sentía tan bien desde hacía tiempo. Y eso me ayudó a apreciar como ese estado de salud y mi estado de ánimo se llevan de la mano. Y como tenemos motivos de agradecer a Dios todos los días como el contribuye para que las dificultades sean más llevaderas. Que Él nos premia. Y nos acompaña siempre. Y seguro que viéndome así, sufría por mi. Lo sentía, porque en la cama a oscuras, no me sentía solo. E hizo el milagro de ponerme bien… y a lo bestia. "Lo que no nos mata, nos hace más fuertes". Pues eso.Que he decidido volver a correr tempranito. Cunde y disfruto más. Ahí me has dado, Señor.

martes, 15 de mayo de 2012

Mi Navaja de Ockham

Éste es el nombre que se le da al principio establecido por William de Ockham (s. XIV), que postula que no deben multiplicarse los entes sin necesidad. En otras palabras: desprénderse de las cosas y actividades que sobran. Digamos que a lo largo de este curso he rasurado con frecuencia tanto mi horario de actividades como las cosas que utilizo, a fin de hacer más cómodo y más útil mi día a día. Y en mis actividades deportivas, hice demasiados "recortes". 

Después de la marathon, al no contar con un proyecto próximo, me desprendí de controlar la velocidad y la distancia recorrida. También reduje el número de actividades musculares. Y, al no tener ningún plan de entrenamiento, ya no corría todos los días. Consecuencias: "economicé" demasiado. Y de la misma forma que lo he ido notando en mi organismo y mi constitución física, he ido viendo como el reducir o prescindir de otras actividades, han dejado mella en mi. Por eso mismo, hace ya casi un mes que estoy -progresivamente- recuperando mis actividades deportivas en sentido pleno. Y con ello, la alimentación. Hoy he dado un gran paso: me he llevado (después de mucho tiempo) el runkeeper, que me indica cuánto y cómo de rápido he corrido. Y los resultados han sido gratificantes. El esfuerzo de las últimas semanas ha valido la pena. Casi vuelvo a mi ritmo original. Casi diez kilómetros. En poco más de 45 minutos. 

Y así en lo demás: desde la Cuaresma, mi proximidad a Cristo se ha intensificado. La navaja había rasurado en mi relación con Él: yo había convertido mis actos de piedad, mi oración e incluso la Eucaristía en pura rutina. En un segundo plato. Mi atención se fijaba en los estudios, en las actividades de pastoral, en mi relación con los demás. Sin darme cuenta que todo eso gira en torno a mi vocación, y con ella, mi relación con Dios. Y de ahí, la Eucaristía. Y la Oración. Y, en pocas palabras, mi vida entera. Una vez que eso se recupera, todo cambia. Y mientras corro por la Malagueta, también me anima que ya huele a verano. Las playas repletas. La gente pasea, se da un chapuzón y toma el sol. El sol pica, pero la temperatura no es demasiado alta. Una gozada.

jueves, 3 de mayo de 2012

Mi "algo" de estómago


Aviso. Si no ye gusta leer sobre los "apretones" de estómago, no sigas leyendo. El contenido de este post hoy es ése. Y es que, seamos realistas, hay momentos en la vida que uno, por más que quiera, le guste, lo desee… no está totalmente posibilitado para hacerlo todo. Especialmente cuando las razones afectan al estado de salud del interesado. Éste es mi caso. Os pongo en antecedentes. Llevo ya más de un mes que tengo de forma continua ardor de estómago. Sí, no es gran cosa. Pero el problema se agravó la semana pasada. Era el jueves por la noche, y la cena creo que no me sentó del todo bien. Mientras hacíamos la adoración del Santísimo, empecé a sentir escalofríos, un fuerte dolor de estómago… y unas tremendas ganas de poder irme ya a mi cuarto. No le di demasiada importancia. Pero la mañana del viernes ya empecé a pasarlo algo peor. Pasada la primera hora de clase, decidí retirarme a mi dormitorio. Pedí permiso, y caí rendido en la cama. Había empezado lo que sea. Ese día, obviamente, no corrí. Ni comí ni cené gran cosa. El sábado me levanté algo mejor, y decidí hacer vida normal. Esto no sólo incluye correr (a media mañana esta vez), sino también una alimentación bastante normal. Tuvimos por la tarde-noche un Vía Lucis con los de la Cofradía del Calvario. Un acto precioso. Los seminarista íbamos a llevar el trono en la segunda parte pero… la lluvia apretó y no pudo ser. El domingo también parecía ser normal. Comí normal. Corrí incluso. Pero a la noche volví a sentirme algo mal. La cosa se había complicado. Pasó el lunes. Decidí no correr ese día. Además de que tenía exámenes, tenía muy mal cuerpo. Nada más comer, caía rendido en la cama. Dolor de cabeza y malestar del estómago. Llega el martes. Como era fiesta, aproveché la mañana para estudiar a muerte. Y la tarde, sí corrí. Pero no mucho, mi estómago parecía estar dando a entender de que no debía. Es miércoles. Tengo examen. Y el estómago algo peor. No pude contabilizar cuantas veces fui al baño. Mi vientre parecía un altavoz de un equipo de música. No sólo sonaba. También vibraba. Y se agitaba. Nada, tampoco corro. Hoy ya es jueves. La noche he ido unas cuantas veces al baño. Otra durante la misa. Pero ya no me duele. Ni tengo tan mal cuerpo. Además, durante la mañana, no vuelvo a ir al baño. Nada más comer, decido salir a correr. Salgo en plan valiente. Mi Shuffle, mi ropa, mis deportivas… Parece que puede llover un poco. Mejor. Peeeero… a la altura del Mercadona de la Malagueta, cuesta abajo… Mi estómago dice "aquí estoy". Buf, que mal rato. Me vi obligado a detenerme. Y "con el rabo entra las piernas" volví, cabizbajo, al seminario. Moraleja: cuando no se puede, ¡no se puede! Pero eso no implica que no pueda volver a hacerlo, sólo que hay momentos en los que no podemos darnos al 100%. En esos casos, paciencia. Para esta tarde, ya he estado disponible para devolver la imagen de Nuestra Señora a la Cofradía. Es la primera vez que llevo trono sobre el hombre. Una experiencia muy bonita. Las cosas como son. Se contempla desde abajo la imagen, e impone bastante.