martes, 25 de agosto de 2015

Creáis o no...

Sigo siendo seminarista, sigo corriendo y sigue gustándome. Hace tiempo que dejé atrás eso de las competiciones. A un profesor sí le metí el gusanillo, y he conseguido que se inscriba en dos ocasiones en los 100 Km de Ronda.

Pero no he dejado de correr. He tenido mis rachas. Mi estado de salud no es el mismo. Y con ello, mi constitución física ha pasado de ser la de un posible corredor a la de un saco de patatas. Pero no con ello el Señor ha estado ahí cada día incentivando las ganas de correr. Llevo este verano con sus parones por un esguince, el mal reintento después del esguince, etc... pero casi de forma continuada. Como mi vocación: tengo mis baches, mis caídas, mis desalientos, pero siempre después de cada caída -como el Señor con la cruz- para que no desespere me enseña a alzarme, aunque fatigado.

¿Maratón? No sé. Eduardo Blesa me lo ha propuesto. Pero mi nivel económico y de tiempo no me lo permite. Llevo casi un mes corriendo casi todos los días 10 Km. Pero no a la velocidad de antes. Yo siempre adelantaba. Ahora soy el adelantado. Pasará algo de tiempo.

Tengo esperanzas en que -con el tiempo- vuelva a ser el que fui. Pero si no... ¿A mi qué? Como el Señor a Pedro. Tengo una vida apostólica activa, muchas ilusiones y otras competiciones que nadie conoce con victorias que quizás que merecen más reconocimiento que una maratón. Eso ha de hacerme feliz.

Ayer empecé mis semi-vacaciones (hasta que mi directora de tesis de nuevas órdenes). Esta mañana después de correr, pensé hacer un alto en el camino e irme a orar a solas, en silencio, en una Iglesia. Sentir el ardor del Señor. Eso es más refrescante que un Aquarius. Me fui cuando ya empezaba la Misa.