Llevo ya varios días pensándolo. Mi plan de entrenamiento lo medio llevo. Los kilos de más que he cogido, la medicación y el horario son esos pequeños obstáculos que se ponen en medio para cumplir unos objetivos de a corto plazo que me marqué este verano. Así que hoy, sin más preámbulos, voy a hacer -después de mucho tiempo- una distancia larga. Aproximadamente 18 kilómetros. A ver qué tal.
Salgo después de comer. El clima me acompaña: está algo nublado, así que ni pega el sol ni llueve; pero mi estómago no me acompaña: aunque el almuerzo ha sido algo ligero, la cuesta abajo hace que lo ingerido de saltos hasta la boca del estómago. La acumulación de saliva hace algo.
Pero nada me impide que lo intente. Ésa es la gran virtud en el hombre: nuestra propia libertad. Nada nos ata al 100% a algo que nos impida cumplir nuestros sueños y nuestros proyectos. Somos nosotros los que nos autoesclavizamos y nos marcamos nuestros propios límites.
Casi sin darme cuenta, sobrepaso los 5 kilómetros que me marcan los Baños del carmen. Sigo corriendo . Y empiezo a pensar en el día que es hoy: el día de los fieles difuntos. Y empiezo a pensar en cuantas personas he perdido a lo largo de mi vida. Y muy especialmente este año. Desde el mes de febrero, he perdido a mi tío Jorge, mi tío Felix, a un buenísimo amigo de la familia, y a un profesor que me dio clases, y con el que he seguido manteniendo el contacto. Casi nada. Sé que ya están en el cielo. Así que en el momento en el que ya llevo 9 kilómetros y voy a dar media vuelta, lo ofrezco por ellos. Aun recuerdo una frase que dijo el Padre Antonio Gómez en el entierro de mi abuela: que no hay que llorarle a Dios porque ya no estén con nosotros, sino que hay que darle gracias por los años que nos han acompañado. Y eso me reconforta. Todo lo que he crecido y he madurado, se lo debo en parte a ellos.
Ya casi llego al seminario. ¡Por fin! me he demostrado que sí estoy preparado para la maratón. Ahora más que nunca retomaré el entrenamiento más en serio. ¡Palabrita!
Salgo después de comer. El clima me acompaña: está algo nublado, así que ni pega el sol ni llueve; pero mi estómago no me acompaña: aunque el almuerzo ha sido algo ligero, la cuesta abajo hace que lo ingerido de saltos hasta la boca del estómago. La acumulación de saliva hace algo.
Pero nada me impide que lo intente. Ésa es la gran virtud en el hombre: nuestra propia libertad. Nada nos ata al 100% a algo que nos impida cumplir nuestros sueños y nuestros proyectos. Somos nosotros los que nos autoesclavizamos y nos marcamos nuestros propios límites.
Casi sin darme cuenta, sobrepaso los 5 kilómetros que me marcan los Baños del carmen. Sigo corriendo . Y empiezo a pensar en el día que es hoy: el día de los fieles difuntos. Y empiezo a pensar en cuantas personas he perdido a lo largo de mi vida. Y muy especialmente este año. Desde el mes de febrero, he perdido a mi tío Jorge, mi tío Felix, a un buenísimo amigo de la familia, y a un profesor que me dio clases, y con el que he seguido manteniendo el contacto. Casi nada. Sé que ya están en el cielo. Así que en el momento en el que ya llevo 9 kilómetros y voy a dar media vuelta, lo ofrezco por ellos. Aun recuerdo una frase que dijo el Padre Antonio Gómez en el entierro de mi abuela: que no hay que llorarle a Dios porque ya no estén con nosotros, sino que hay que darle gracias por los años que nos han acompañado. Y eso me reconforta. Todo lo que he crecido y he madurado, se lo debo en parte a ellos.
Ya casi llego al seminario. ¡Por fin! me he demostrado que sí estoy preparado para la maratón. Ahora más que nunca retomaré el entrenamiento más en serio. ¡Palabrita!
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