jueves, 29 de septiembre de 2011

Dios está vivo

"Todo corredor devoto tiene un despertar. Sabemos cuál fue el lugar, el momento y la razón por las que aceptamos correr en nuestras vidas. Después de media vida, había vuelto a nacer. La mayoría de los corredores son capaces de mantener una perspectiva racional de su devoción, y entrenan con responsabilidad. Yo no pude y me volví un fanático". (Dean Karnazes)

Empiezo hoy con una impresionante cita de Dean Karnazez, autor de "Ultramartón", libro que empecé a leer la semana pasada y con el que identifico -no hasta el extremo del protagonista- en esa impresionante sensación que transmite correr. Efectivamente se disfruta.

Ayer no pude correr. Me tomé el día de descanso porque pasamos todo el día por el Arciprestazgo de Marbella. Un largo, largo día. Así que hoy me tocan 14 kilómetros. Me levanto con ganas a las 6:15, y después del primer café de la mañana, entro sin demora en el baño para afeitarme. De repente, se me viene a la cabeza una sugerencia del rector en los primeros días: mirarse en el espejo para conocerse, tanto exterior como exteriormente. Aprender de nuestras rarezas y aceptarlas o corregirlas en la medida de la posible. Verdaderamente tengo la cara algo desfigurada. Dios, los años no pasan en balde. Y el sobrepeso que permitía que tuviese el mote de Doraemon ya no está vigente en mi rostro. Ojeras, sobre todo ojeras. Bueno, ahora toca afeitarme. Para explorar mi interior, ya tendré tiempo en la oración después de las laudes.

Rápidamente, me preparo y salgo correr. Esta mañana voy solo. En los últimos días he ido por la mañana o por la noche acompañado, habiendo hecho previamente el circuito o ejercicios que correspondiesen. Hoy voy solo porque me apetecen 14 Kilómetros.

Salta a mi mente mi sensación ante el espejo. Han pasado muchos años, y sí, he cambiado bastante. Pero me queda mucho por aprender, mucho por madurar, mucho por sentir. Me siento como una pequeña hormiga en un inmenso mundo. Cuando salgo a correr, observo gente mucho más preparada que yo. Cuando estoy en el seminario, siento la impresión de que jamás llegaré a ser como esos otros sacerdotes a los que tanto admiro. Y el celo llega a apoderarse un pelín de mi. Me siento mediocre, estancado en el que yo fui y lo que no pude hacer.

Sigo corriendo. Hoy he empezado bastante bien. Desde el minuto 10, voy superando los 2 Kilómetros. Y con todo y por todo, recuerdo las palabras del Papa en un reciente mensaje a los seminaristas: "Dios está vivo". Lo repite un par de veces. Es importante recordarlo. Con todo, Dios está vivo. Nada debe importarnos. Y también recuerdo algo de la homilía que dijo en la JMJ en relación a una vocación: Dios llama a personas normales, no a superhombres. De superman yo tengo poco. Y pese a eso, me llama. Me siento grande.

Llevo ya 7 kilómetros. Es hora de dar media vuelta. Y recapacito. No vale la pena ahogarse en los propios defectos de uno: es importante combatirlos, sí. Pero no ahogarse en ellos. Eso es la mediocridad. Aceptarlos y luchar es humildad. Gran virtud. Cuanto me queda para llegar a ella.

Y recuerdo que recientemente mi entrenador ha conseguido uno de sus objetivos. Superar los 100 Km de Cantabria en menos de 1 hora y 20 minutos. Y lo ha hecho en 1 hora 4 minutos. Impresionante. Es importante marcarte tus objetivos y luchar por ellos. No importa lo pequeño o inútil que seas. Si hay fe, Dios pone el resto.

Llego ya al Seminario. El rector me ve llegar algo sorprendido. Vengo empapado de sudor. Él sonríe. No puedo detenerme. ¡Voy con el tiempo justo para los laudes!.

sábado, 24 de septiembre de 2011

El hombre es un ser social

Cuando llegué aquí el sábado al seminario, conocí a buenísimos compañeros que en su momento entraron -como yo- practicando una actividad física constante que, por circunstancias de tiempo e indisponibilidad, fueron abandonando. Esto sinceramente me desanimó. Ya me veía yo renunciando al hecho de correr, y volviendo a adoptar esa constitución fofa y en baja forma que marcó mi infancia, y perdiendo la oportunidad de disfrutar superando kilómetros, alargando distancias, sudando a chorros... "Bien empezamos" me dije. Y me desanimé un poco.

Pero el pasado jueves tuve la suerte de entablar conversación con otro gran compañero de 5º curso. Él también disfruta corriendo, y ya planeamos esa misma noche, hacer un circuito dentro del Seminario. Yo ya llevaba mis 14 kilómetros de por la mañana, pero eso no importaba.

Correr solo tiene sus ventajas. Permite explorarte, ahondar, conociendo tus límites y marcándote metas más allá de lo que es una competición atlética. Hablas cara a cara con Dios, como si el corriera contigo. Esa sensación no tiene precio.

Pero correr acompañado es también algo impresionante: para empezar, te enriquece. Te permite compartir cómo eres, con sinceridad, sin una careta. El acto de correr genera esa misma sensación de afectividad y confianza que hace tomar una cerveza con unos amigos. Aprendes mucho de la otra persona e incluso de ti mismo.

Ricardo de la Vega, psicólogo, lo deja claro: "Los datos dicen que si te has iniciado en esto de correr y en las carreras populares con otros, persistirás más tiempo que si lo has hecho solo. Correr es, indudablemente, una actividad solitaria. Quiero decir, nadie lo puede hacer por ti…, no hay un balón que tú, fino centrocampista, pases al extremo para que corra él. Aquí el esfuerzo lo tiene que hacer cada uno para llegar a la meta. Pero cuando llegas, te vas a tomar una cerveza con tus compañeros con los que entrenas, o llamas a tu familia… es decir, correr aporta un factor integrador, socializador, definitivo".

Y concluye que "en efecto, la tentación de dejarlo está siempre ahí", y muchos sucumben y han sucumbido a ella. "Pero hay hasta cuarenta y cincuenta motivos por los que la gente corre. (…) Y así una lista de factores que, como los diez mandamientos, se pueden resumir en dos: socializar y, sobre todo, superarse".

Como marca la sociología, "el hombre es un ser social": Irremediablemente. De todas formas, aunque anoche también repetimos (7 Km a trote suave, hasta las 23:30), esta mañana me veo obligado a madrugar porque hoy me tocan 12 Km. Ni más ni menos. A las 6:40 en la puerta y en el minuto 3, ya me dio un temible "apretón" que viene a ser una realidad bastante incómoda, y que te acompaña y te estresa durante todo el recorrido. Yo aguanto, y recuerdo que ya me pasó otra vez corriendo con Nico. Que mal lo pase, pero también lo que nos reímos contando circunstancias parecidas a las que te enfrentas corriendo. Aguanto, lo ofrezco, y sigo hacia adelante. Y como es sábado todavía temprano, las calles están todavía llenas de jóvenes algo bebidos. Todos me miran asombrados, otros riendo, de ver a un "pringao" corriendo a esas horas. Yo sonrío y sigo. Y aunque me cuesta, consigo cumplir mis propósitos: los 12 Km en 58 minutos.

jueves, 22 de septiembre de 2011

A mi manera, eso sí



"Este cambio debe inaugurar una novedad en mi historia. Mucha mayor exactitud, delicadeza, finura, en mi trato con el Espíritu. A mi manera, eso sí: la delicadeza o finura del león o del búfalo, y no precisamente la de las alumnas de colegios de monjas antiguas". Esta pequeña reflexión del Padre José Rivera (1925-1991) fue una de las últimas que leí anoche haciendo oración. Y se me quedó grabada. Por un lado, el término "cambio" -en su caso, hacía referencia a la fiesta de Pentecostés; yo, a mi entrada en el seminario-; y por otro, el "a mi manera".

Todos tenemos nuestra propia forma de entender las cosas. No cabe duda. Y por eso podemos trabajar en nuestra vida -interior y exterior- desde una serie de patrones, reglas u horarios, pero la forma de hacerla de cada uno es algo estrictamente personal. Y eso es lo que la hace algo grande. Porque nos exige trabajarnos cada uno según nuestras propias condiciones, nuestras limitaciones. Habrá veces que podamos hacer más, y otras en las que menos. Sino vivimos la vida desde esa óptica -salta a mi memoria las palabras de D. Fernando Sebastián el martes- "llegaremos a un temible día del desencanto". Dejar de entender el qué vivimos, y finalmente caer en la mediocridad.

Esto atañe al tema vocacional, pero también es posible verlo desde mi entrenamiento. Así que sin más dilación me levanto de la cama. Hoy, media hora antes. Me tocan sólo 10 Km., pero tengo el mono de hacer un pelín más. Ayer era el día de descanso, y hoy tengo el mono. Además, el martes el correr fue una rutina: 20 minutos de trote suave, pruebas de velocidad, ejercicios, y otros 10 minutos dando vueltas. Sé que tengo que hacerlo cuando me toca, pero no me gusta. Mi mente va absorta en el hacer bien la actividad, y no puedo disfrutar tanto.

Bien. Como decía, me preparo para salir a correr. Un entrenamiento exige saber el por qué lo hacemos. En mi caso, participar en la maratón. Y eso es lo que me motiva a hacerlo. Así que gorra y linterna en cabeza, y el iPhone en la cartuchera. Ya estoy listo.

Ayer ya terminé de leerme "La Pasión de Correr", que recoge entrevistas a personas de diferentes sectores que tienen una misma afición: correr. Me llamó la atención el testimonio de un jubilado que ya había participado en todas las maratones de Madrid: "las carreras son una especie de diario que vas escribiendo cada año, y tú vas viendo como todo cambia a tu alrededor". A su lado, un chico más joven que participó sólo una vez, le dice más adelante: "Correr implica disciplina, sacrificio, ir descubriendo tus límites… La experiencia es la propia carrera". Eso en sí es la vida humana, un trabajo constante para llegar a la gran meta. La meta final, por supuesto, el Reino de los Cielos. Al respecto, D. Fernando lo dejó bien claro: el error del hombre -curiosamente comparó la vida con una competición ciclista- es desistir, querer detenerse porque esté pasando sed, esté agotado, o porque piense que ya no puede más. En ese caso, ya se olvida de por qué está corriendo. Y ahí enumera una serie de afecciones terrenas, problemas de personalidad, y necesidad de reconocimiento, que interrumpen nuestra vida. Yo me quedo cuajado, está claro. Sé que muchas veces me olvido de por qué estoy aquí o por qué estoy viviendo. En ese momento, en el iPhone salta la canción de "Aproximación" de Pereza. Sí, todo esto que estoy ahora viviendo, conociendo y estudiando es sólo una aproximación de lo que me espera. Leches.

Para más inri, la chica del Runkeeper me interrumpe -muy cortés, ella- diciendo que solo llevo 780 metros. Y dale. Algo le pasa a esa chica conmigo. Estoy seguro de que he hecho más de un kilómetro -¡Estoy a tope con las pulsaciones!- y ella sólo quiere amargarme. Allá ella. Ella es un programa, y yo soy un humano. Ahí te quedas.

Sigo corriendo, y para no desanimarme, empiezo a recordar todo el ánimo que me han dado mis amigos y familiares desde el Facebook respecto a la maratón. Creen en mi. Inocentes. Algunos habrá que no crean, y sé que hay algunos que piensan que no podré ni participar. Bueno, no todo tiene que ser laureles.

De repente, me doy cuenta de que ¡me he perdido! Y encima llevo ya 10 minutos y sólo 1´60 Km. El error sería desesperarse. Detenerse o ir marcha atrás. No, eso no lleva a nada. Sigo hacia delante. Sino lo encuentro por mi mismo, algún transeúnte me podrás ayudar. Eso nos pasa algunas veces en la vida -o en un mismo día-: el sentimiento de que vamos por un camino erróneo, que no sabemos ni a dónde vamos. Ahí juega un papel crucial la confianza. La confianza en Dios y en uno mismo. ¡Y seguir adelante!.

Vislumbro desde lejos los maristas. Eso significa que sí, que voy voy bien, ya he vuelto a mi ruta. Pero el el runkeeper insiste en que voy más lento de lo normal. Me da lo mismo. Yo sigo. Tengo sed, pero tengo que aguantarme. No me traje botellín porque la distancia no es demasiado larga.

Ya sobrepaso el O2 -¡Que tiempos, cuando yo iba a ese gimnasio!- y saludo al Dr. Jose Luis, que está entrando con su bolsa deportiva. En otro momento ya hablaré de él. Ahora no. Sigo corriendo, y tengo que llegar a un buen ritmo.

Justo en el minuto 30 voy por el kilómetro 6. Y en el 35, 7´23 Km. He logrado alcanzar -y superar el ritmo que tenía previsto- y ya doy media vuelta. A una velocidad constante, al final he hecho 14´30 Kilómetros… ¡Olé!

lunes, 19 de septiembre de 2011

… Son seis años

Suena el despertador… son ya las 6,30… ¡cachis! ¡que pocas ganas de madrugar! La noche ha sido mejor que la anterior, pero me he despertado incómodo repetidas veces. El colchón y el somier no se llevan del todo bien conmigo. Retraso el despertador 10 minutos, lo justo para poder empezar a tomar conciencia de lo que voy a hacer.

Me consuela que ayer me levanté a la misma hora, pero la noche anterior me había acostado a las 12, después de un primer día en el seminario algo agotador. Además, mi primer circuito fue en el interior, y se hace algo pesado dar las vueltas una y otra vez por el mismo sitio, ademñas porque todo es puro campo, sin asfaltar, y aunque llevaba una luz en mi frente (60 metros de alcance) el miedo a pegarse el guarrazo no desaparece.

Bien. Mientas que me afeitaba recordaba las palabras con las que el Vicerrector terminaba la charla a los que entramos nuevos este curso: "… son seis años". Seis años. Ahora me parecen una eternidad, aunque estoy seguro que se me pasarán volando.
Pero bueno, no debo salir de contexto. Hoy me toca correr 10 Km. y circuito de actividades físicas. El circuito puedo dejarlo para más tarde, pero los 10 Km. no. Ahora o nunca. Así que me dispongo a correr, enciendo la linterna, pongo en marcha el Runkeeper y la música en el iPhone y ¡Ya estoy listo!.

Cuando empiezo, se me vienen a la cabeza unas palabras de Murakami ("De qué hablo cuando hablo de correr") en las que comparaba este deporte como un método de meditación. Es eso muy cierto. Mientras una persona corre, parece que todo lo que ha hecho, y lo que debe hacer toma vida en su mente, y empieza incluso a tomar forma.

Por eso mismo, empiezo a hacer un poco de memoria de lo que aprendí ayer en la primera meditación de D. Fernando Sebastián. El tema central era conocerse a uno mismo. Es cierto que es crucial en la vida de toda persona aprender a conocerse. Yo soy plenamente consciente de que si llegase un clon mío, no podría predecir como iba a actuar. La verdad: no sé como verdaderamente soy, de la misma forma de que no he sido siempre el mismo. Y salta a mi mente unas palabras que me dijo mi entrenador Nico la última mañana que corrí con él: "El gran defecto es pensar que una persona no ha cambiado con los años; no en lo referente a la constitución física, no, ¡sino en la personalidad! Por el facebook hablo con amigos de cuando era niño, que piensan que sigo siendo el mismo y ¡no! he corrido muchos kilómetros desde entonces.

Acto seguido, el Runkeeper interrumpe mis pensamientos: me avisa de que ya llevo cinco minutos y no he hecho más de 790 metros. Y eso que voy cuesta abajo. Me veo obligado a acelerar. Y pienso en que si me cuesta tanto hacer 10, 15 o 20 kilómetros… ¿qué serán los 42 de la próxima maratón? ¿Podré hacerlo? Inmediatamente recuerdo aquellas palabras de Juan Pablo II: "No tengáis miedo". No debo tener miedo a nada. Además, precisamente estoy entrenándome para la maratón y estoy siguiendo a rajatabla los ejercicios previstos por Nico. Y empiezo a compararlos con las palabras que dejó claras ayer D. Fernando: "La vida nos la va haciendo el Señor". No podemos asegurar como seremos dentro de cinco años o cinco meses. Podemos hacer proyectos, pero a medida que vaya pasando el tiempo es cuando conoceremos nuestros verdaderos límites. Y todo ese día a día que empezamos -como hoy mismo- "es el fruto de decisiones a corto plazo, que vamos renovando cada día". Esas decisiones para mi son, por un lado, entrenar para la maratón de diciembre -que no será posible si no es algo que voy trabajando día a día, como Nico ha dispuesto- y la entrada al seminario -que no es más que precisamente una especie de entrenamiento hacia el sacerdocio. No me entiendan mal, sé que no tienen ni punto de comparación, pero sí guardan cierta analogía. Además de que la segunda, es la primera en mi vida, a día de hoy.

Sigo corriendo. Sin darme cuenta, ya he llegado a Huelín. Casi 5 Km. Y lo mejor, menos de 25 minutos. Y recuerdo que ayer la velocidad que tomé -tan baja- y la corta distancia que recorrí -7 Km. y medio- son pequeños bajones, pero que no deben desalentarme. El hoy es hoy, y eso es lo principal. Igual que en nuestra vida interior, como terminaba ayer D. Fernando, "debemos pensar más en nuestros proyectos del futuro que en los errores del pasado".

Doy medio vuelta. Y orgulloso reemprendo el camino hacia el seminario. Al mismo trote, y seguro de que, si es voluntad de Dios, podré hacerlo.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Sobre roca, sobre tierra

El Evangelio de la Misa de ayer me bino como anillo al dedo para meditar la importancia de la oración. Transcribo un fragmento:

Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.

En pocas palabras, hay dos modelos de vida: los que planifican sus decisiones importantes y los que se lanzan a proyectos sin tomar las medidas oportunas. Para los primeros, es crucial "cavar profundamente" en su vida, es decir, conocerse, y esto significa que -con humildad y orgullo- sepan tanto reconocer sus limitaciones y defender sus virtudes y, en ambos casos, no dejar nunca de trabajar en ellas. Y trabajar en ellas exige un tiempo para uno mismo, de oración y reflexión: una puesta a punto antes de hacer nada, un diálogo sincero con el Señor, en el que se reconoce si es posible hacer eso que uno tiene en mente, y cómo y cuándo. Respecto a la oración decía la Beata Teresa de Calcuta que "tenemos necesidad de encontrar a Dios, y no le vamos a encontrar ni en la agitación ni en el medio del ruido. Dios es amigo del silencio". Muchas veces necesitará en este caso, como el que edifica su casa, unos planos, es decir, unas directrices: la experiencia de otra persona de la que leamos, o que ella mismo nos aconseje -un acompañante espiritual, un amigo-. En esos casos, además, el hecho de tener otra persona que nos apoye o nos guíe, nos da esa confianza de pensar que si "sobreviene una inundación", él nos va a ayudar.

En cambio, el que no planifica ni presta importancia al qué puede pasar (ojo, tampoco hay nunca que obsesionarse por eso, porque eso nos puede acobardar, y siempre sacar pegas a alguna decisión) puede que le salga bien, puede que no. Y a la primera de cambio, que un torrente se lo lleve por delante, todo lo que ha hecho se puede ir al traste.

De la misma forma, esto es parecido a un entrenamiento físico: primero, yo no puedo decir a lo loco "Venga, voy a participar en una marathon", si nunca he corrido más de 30 minutos o no sé si mis capacidades físicas lo aguantarían. Porque en cuanto se empieza a correr ya en la competición, vendrán las dificultades con las que no hemos contado. Por eso, hay que trabajar con un plan bien propuesto, con tiempo de antelación, y la ayuda de alguien que haya hecho eso mismo o algo parecido. De esta forma, siempre que pienso en mi entrenador, salta a mi mente la figura de un director espiritual, que va siguiendo tus logros, planteándote metas y consolándote por tus errores.

lunes, 5 de septiembre de 2011

‎"Lo único que quería era llegar rápido a la meta''

Días atrás hice referencia a Usain Bolt, quien empezó el Mundial de Atletismo con una descalificación. Pues bien, este hombre ayer cumplió su promesa de no darle importancia a su error, al correr como un bala en el relevo 4x100, que eclipsó el récord mundial.
‎Su respuesta ante la multitud eufórica por sus resultados: "Lo único que quería era llegar rápido a la meta''. No le importaba lo que le pasó la semana pasada, ni cómo podrían reaccionar si no lo conseguía: sólo quería llegar a ello, sin miedo a las posibles complicaciones.
Muchas veces podemos experimentar una situación parecida: el ánimo puede jugar malas pasadas, haciéndonos creer que no conseguiremos lo que nos proponemos, o que los pasos que daremos no valen la pena en relación a lo que buscamos obtener. En estos casos, nos hundimos en una especie de depresión, y a veces hasta nos sentimos solos, o rechazados, o subestimados. Y si no nos detenemos a pensar el por qué lo hacemos, tarde o temprano nos echaremos atrás, y dejaremos de luchar por ello.
Imagina que Bolt, ante el fracaso anterior, hubiese desestimado la oportunidad de llegar a la cumbre; pues de una forma parecida -no la misma, ya que no tiene ni punto de comparación- piensa en qué habría pasado si Cristo, cuando oraba en Getsemani, se viese totalmente incapacitado de dar su vida. En su caso, oró: "Señor, que pase de mi este cáliz, pero que no sea mi voluntad, sino la tuya". Pero no desistió: sabía que dar su vida era por una fuerza mayor: la salvación de la humanidad entera.
Yo ahora me enfrento a seis años de formación, y -sinceramente- me parece una eternidad: ¿podré hacerlo? ¿vale la pena? ¿es el sacerdocio mi verdadera vocación? Entonces pienso que el por qué lo hago es una fuerza mayor, y eso me consuela, y no me hace sentirme solo, porque -para empezar- Cristo me acompañará.
Y bueno, también me enfrento a unos meses corriendo como una cabra -de forma tanto metafórica como real- para competir en la Marathon. Y día a día, cuando he corrido 15 o 20 Km, pienso "¡buf, no es ni la mitad! ¡Yo no podré terminarla!". Pero inmediatamente caigo en la cuenta de que, como en cualquier proyecto, necesito mi preparación, mi entrenamiento, mi formación, y si la estoy siguiendo, entonces podré. Además, cuento con algo más que un entrenador, un amigo que me marca las pautas diarias.