viernes, 14 de diciembre de 2012

Mi segunda Maratón



Ayer salí a correr después de tres días de no absoluto reposo, pero sí sin entrenamiento. Me costó bastante, porque se volvía a repetir un fuerte dolor en mi pierna derecha. Hoy, en cambio, he podido hacer mi ruta de costumbre, a buen trote.
Nada más empezar recordaba lo que ha sido la segunda maratón en la que participo. Fue el domingo pasado. La noche del sábado intenté no acostarme demasiado tarde, especialmente por el agotamiento que fue el día: el día de la Inmaculada es siempre una fiesta muy especial en el seminario: misa, almuerzo, teatro, vísperas… con toda las familias de todos nosotros.
El domingo me levanté a las 7 de la mañana. Y a las 7:15 ya estaba en el coche para dirigirme a casa de mis padres. Allí solté bártulos, me tomé un buen café, y me preparé para estar puntual en el Estadio de Atletismo.

No estaba seguro de si este año haría los 42 kilómetros solo, o coincidiría con un viejo amigo de mi hermano Antonio: Juanfran. En los últimos minutos previos al inicio de la competición, lo encontré. Hacía siglos que no le veía, y había cambiado bastante. Ha perdido bastante peso, y su complexión estaba mil veces más preparada que la mía para cualquier tipo de actividad relacionada con el atletismo.
Y es verdad que yo este año no he respetado demasiado un plan de entrenamiento fijo, por causas médicas y dificultades de horario. Realmente pensé que lo empezaría, pero no llegaría a la meta como el año pasado.
Dan las 9 y empezamos a correr. Juanfran y yo coincidimos en el tiempo que queremos conseguir. Otra cosa es que yo pudiera. Pero querer es poder, ¿no?
Empezamos a hablar y durante los primeros diez kilómetros nos ponemos al día de todo lo que había pasado en los últimos 15 años. Vamos a muy buen ritmo. Estoy orgulloso de mi mismo, porque estoy superando las marcas del año pasado.
A partir del kilómetro diez yo sigo sintiéndome bien, pero soy consciente que podría hacerlo mejor. Si hubiese seguido el plan que me remitió Nico, si no hubiese cogido esos kilos de más… Eso suele pasarnos con frecuencia: en los momentos en los que nos enfrentamos a algo en concreto, es cuando hacemos examen de si realmente nos habíamos preparado para eso, o lo había estado aplazando. Prácticamente como la parábola de las vírgenes necias y las prudentes. Todas esperaban la llegada del Señor, pero las necias no habían estado pendientes de tener sus velas encendidas. Esto pasa por eso también en la vida espiritual: nos “relajamos”, y propósitos y proyectos que hacemos, vamos dejándolos para más adelante. Y así nos vamos distanciando progresivamente del Señor.
Es el kilómetro 30 y me sorprendo de que pueda seguir a ese ritmo. Juanfran, con su sentido del humor, hace gracioso el trayecto. Pero llegamos al kilómetro 36. Siento mi cuerpo como desplomarse. Todos mis miembros en concierto se medio paralizan, y un fuerte dolor atraviesa desde el costado hasta los pies. Llegó el momento de reducir la velocidad. Le digo a Juanfran que siga adelante, que yo reduciré mi marcha.
Durante casi un kilómetro le veo alejándose muy poco a poco, pero llego a un momento en que debo reducir aun más. Tanto que hasta me planteo caminar, como otros muchos que veo en el camino. Y justo en el momento que voy a hacerlo… ¡Nico y su mujer pasan al lado mía en bicicleta! Empiezan a dar ánimos, a invitarme a que no decaiga, y que no lo deje. “Puedes hacerlo” insisten una y otra vez. Aunque en el estado físico en el que me encontraba me pesaba hasta el ruido de una mosca, la simple insistencia de estos dos grandes amigos, hacen que nos desista. Y sigo.
Y pienso en tantas veces que casi he tirado la toalla en algo, porque estaba cansado. Y como la ayuda y el apoyo de un amigo han hecho que siguiera.
Y así, cuando quedan metros para llegar a la meta, casi no me lo creo. Patri ya no entra en el recinto con la bici, y se despide. Aunque ya no siento ni mis piernas en plan Rambo, acelero la velocidad y llego. ¡3h:57 minutos! Menos tiempo que el año pasado. Genial. Eso sí, la tarde no me moví de la cama hasta la Misa. Que por cierto, fui a San Pedro, que la han re-abierto, y está preciosa. Os aconsejo verla.