Los últimos días han sido prácticamente un desastre. O aprendo a ponerme las pilas, o muero en el intento. Los proyectos pastorales, las implicaciones formativas, los actos de piedad, las clases, los apuntes, los trabajos… dejan poco tiempo libre, incluso para la familia o los amigos. Ya me lo habían advertido, me había hecho el cuerpo… pero casi que no me imaginaba que sería así. Ni que disfrutaría tanto, por supuesto.
Como en todo. Hay momentos difíciles, acompañados por dudas, tristeza, nostalgia… pero también hay estados de ánimo casi plenos, momentos felices, otros eufóricos y otros que te plantean si bien cortarte las venas o bien dejártelas largas. De todo.
Esto implica que en los últimos días no tuviese tiempo para mi entrenamiento -concretamente domingo y lunes-, lo que hacía que sintiera como "si me faltara algo". No corro, no soy yo. Pero hay otras cosas que merecen mayor prioridad.
Así que esta mañana, aunque descansé mucho anoche, no podía dejar de lado de nuevo el deporte. En pie a las 5:30, y corriendo desde la 6. Hoy cincuenta minutos. O menos. Con 10 kilómetros me quedo contento. Y cuando empiezo a correr, ver las calles vacías -completamente vacías- me da la impresión de ver un desierto, donde no hay vida humana. Y aunque una especie de ahogo me hace sentir que esto haciendo el "paria", que quizás ha llegado el momento de tirar la toalla, y que no seré capaz de alcanzar nada, salta a mi memoria el pasaje del Evangelio: "No es un Dios de muertos, sino de vivos".
Dios no quiere que desistamos de nuestros proyectos, que abortemos y abandonemos rápidamente. No. No valdría entonces la pena que hayamos sido creados, si no confiara en nosotros, y no nos enseñará que tenemos que aprender a confiar en nosotros mismos.
Y es que los mayores fracasos son los que son fruto de que no hayamos puesto constancia. En cualquier ámbito de la vida nos enfrentamos a contratiempos, dificultades, "sequías" espirituales, físicas o de tiempo. Ante ese, si nos sentimos abatidos -yo al menos- tengo que aprender a tener presente que mi vocación primera no es el sacerdocio. No, mi primera vocación es la de vivir. Él quiere que viva, que lleve una vida activa. Que dé frutos. El resto ya lo iré viendo con el tiempo. Pero no debo desistir nunca: Él es Dios de vivos.
Y consigo mis diez kilómetros. Y eso me anima. Si cuento con Él, todo será más fácil.
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