Son las 5:30 de la mañana. El despertador del iPhone ha sonado justo 15 minutos antes y ahora de nuevo. Si quiero salir a correr, no me queda más remedio que incorporarme. Así que directamente, lo silencio y… lo programo para que me avise una hora más tarde. Entiéndanme. Anoche volví a acostarme algo tarde, entre una cosa y otra: pasar apuntes, preparar trabajos, o preparar el recordatorio de las próximas ordenaciones de Diácono. Y de todas formas, hoy las clases las termino antes: a las 12:15 puedo salir a correr y seguir el entrenamiento luego en mi dormitorio.
Me resulta algo difícil reincorporarme a este ritmo. Ya sabéis, no lo de madrugar o trabajar, sino lo de volver a asistir a clases,participar, tomar apuntes, etc. No en vano, lo estoy haciendo; con la gracia de Dios, eso sí.
Son ya las 12:15 y -como había previsto- ya estoy saliendo del seminario. La hora es muy diferente a la habitual, claro. Y me enfrento a la tremenda jungla que hay a esa hora en la calle, especialmente en el centro. Además, aceras estrechas y personas que parece que están esperando que alguien se les cruce para obstruirte el paso, abundan. Y vaya que sí abundan.
Además, el sol aprieta, y esos cambios constantes de ritmo para no arrasar con esa mujer especialmente gruesa, o el típico funcionario que ha salido a tomarse su café de dos horas, cansan bastante. Se convierte en un auténtico Via Crucis. (IV Estación "El obeso que sostiene un bollicao con una mano y un café con la otra"). Pese a todo, voy a buen ritmo.
Y salta a mi memoria una de las cosas que hemos visto hoy en "Introducción a la Teología" con D. Juan Antonio Paredes. Se define a Dios como un ser infinito, inalcanzable por el hombre. El hombre, si acaso, puede ver de él "una mijita". De esta forma, describió el cielo como una infinita excursión en la que conoceremos verdaderamente la grandeza de Dios. Y puntualizaba: "una excursión, eso sí, en la que no tendrás dolores de tobillo, ni nadie se te pondrá en medio ni tendrás que llevarte el sandwich para media mañana". En ese sentido, para mi el cielo sería como una interminable maratón. Sólo pensarlo me ilusiona. No me cansaría nunca. Y lo que contemplaría sería impresionante. Y no sería en plan competición, todos los participantes vamos al mismo ritmo.
Ya casi voy por el kilómetro cinco y me encuentro a mi hermano. ¡Hacía ya una semana que no lo veía!, y en breve tiene que volver a Roma. Me paro con gusto para hablar con él. Mañana vendrá a verme el seminario, lo que me alegra mucho. Retomo lo de correr y en breve doy media vuelta: otros cinco kilómetros… ¡que luego me toca entrenamiento!
No hay comentarios:
Publicar un comentario