Esta mañana no podía fallar. Tenía que salir a correr temprano. Sonó el despertador a su hora. Y lo escuché. Eran las 5:30, momento de ponerse en pie. Pero debo confesar que el ruido de la lluvia sonaba más fuerte que el móvil: tenía pinta de ser le diluvio universal. Así que solo cerré a la ventana, me senté un minuto, y decidí volver a la cama. Cuando no se puede, no se puede, y más me vale evitar un gripazo o una mala caída. Cosa que ya me pasó el viernes, y por lo que estuve dos días sin practicar más deporte que el de andar. Me explico: ya volvía, ya llevaba siete kilómetros aproximadamente. Y en los Baños del Carmen -en esa zona que es entrada a un balneario- tropecé con una piedra y me pegué un auténtico guarrazo. Caí sobre las rodillas, y aunque me levanté y seguí corriendo a buen ritmo, llegué con las piernas de un Cristo al Seminario. ¡Como me dolía cuando ya se enfrió!
Seamos sinceros. No pocas veces nos caemos, y hay que admitir que esas caídas interrumpen nuestro ritmo, nuestra rutina, nuestra carrera. Alguna vez son contratiempos o graves fallos que nos exigen detenernos, reflexionar, pensar en qué ha pasado y por qué. Pedir ayuda a alguien que pueda sanarnos esa herida profunda de nuestro interior. Pero sobre todo y ante todo, no dejar de levantaron ni perder la esperanza. La esperanza es crucial.
Pero a veces esas caídas solo son pequeños errores, que no dejan cicatriz, y le damos mucha más importancia de la que merece. Y con esas caída nos detenemos, en vez de seguir adelante, sin miedo. Y nos hundimos, pensamos que eso será así siempre, que "yo soy así", "estoy yo solo ante esto" y "siempre tropiezo con la misma piedra": es entonces cuando nos ahogamos en nuestro egoísmo. No miramos hacia arriba ni pensamos en que es posible salir adelante. Solo nos autocontemplamos, sin pensar en cuantos hay que lo están pasando peor, en peores circunstancias, sin nada ni nadie que sea una mano amiga.
Con esas caídas, cuando podamos pensar en que hemos cometido un fallo que no es tal, o que no va a repercutir, hay que recordar las Palabras del Señor: "No tengáis miedo". Yo, el primero.
Por cierto, que ayer salí de mi plan de entrenamiento y corrí casi 19 kilómetros, a buen ritmo, jejeje. ¡Ya me queda menos para la marathon!
jueves, 27 de octubre de 2011
martes, 18 de octubre de 2011
¡Poneos en camino!
Dígase que aunque no estoy actualizando mucho el blog, sigo entrenándome. Espiritual y físicamente. Con sus baches, con sus faltas, y con una serie de factores tajantes que interrumpen mi karma y me obligan a cambiar planes a lo largo del día… ¡como todo!
Cuando esta mañana salía a correr a las 6 -todavía de noche- saltaba a mi mente que ¡ya hace un mes que entré en el seminario! La pasada noche se cumplía un mes. Más de cuatro semanas. Por un lado, se me ha pasado volando; por otro, me parece que ya llevo aquí toda una vida.
Y cuando empezaba a correr, también me acordé de la fiesta de hoy… ¡San Lucas! Gran apóstol. E inmediatamente, recordé el Evangelio de hoy… "La mies es abundante pero los obreros pocos". Y con la calle vacía, por un lado me sentía solo: no había nadie. Pocos corredores, pero eso no tiene que hacer que desestime mi esfuerzo. Hay pocos que se peguen semejante madrugón para correr, vale. Igualmente hay pocos sacerdotes para tanta población. Faltan vocaciones, personas que den su vida al servicio de Cristo, por Cristo y con Cristo.
Voy por el kilómetro 2, en poco menos de 9 minutos. Voy bien. Estoy solo, pero sigo avanzando. Vale la pena seguir corriendo, aunque mi mirada no atisbe otra persona.
Voy por el kilómetro cuatro. Pronto daré media vuelta. Y recuerdo otro pasaje del Evangelio de hoy: ¡Poneos en camino! Cuántas veces no nos ponemos en camino. Dejamos proyectos, propósitos o decisiones. Naufragamos antes de tiempo porque pensamos que no podremos, o no nos cansamos con facilidad. Yo mismo estoy ya cansado… de correr. Llego al kilómetro cinco, y todavía me quedan siete. Estoy cansado pero me motiva pensar en lo que estoy haciendo y por qué lo estoy haciendo. Es importante echarle valor a todo. La vida está sosa si carece de valor, sino se hace por algo en concreto. Si se vive al día. Si no prestamos atención a lo que estamos haciendo.
Kilómetro seis. Seguiría corriendo más lejos aunque esté cansado. Pero debo llegar a tiempo al seminario, y me quedan correr los seis de vuelta. ¡Allá voy!
Cuando esta mañana salía a correr a las 6 -todavía de noche- saltaba a mi mente que ¡ya hace un mes que entré en el seminario! La pasada noche se cumplía un mes. Más de cuatro semanas. Por un lado, se me ha pasado volando; por otro, me parece que ya llevo aquí toda una vida.
Y cuando empezaba a correr, también me acordé de la fiesta de hoy… ¡San Lucas! Gran apóstol. E inmediatamente, recordé el Evangelio de hoy… "La mies es abundante pero los obreros pocos". Y con la calle vacía, por un lado me sentía solo: no había nadie. Pocos corredores, pero eso no tiene que hacer que desestime mi esfuerzo. Hay pocos que se peguen semejante madrugón para correr, vale. Igualmente hay pocos sacerdotes para tanta población. Faltan vocaciones, personas que den su vida al servicio de Cristo, por Cristo y con Cristo.
Voy por el kilómetro 2, en poco menos de 9 minutos. Voy bien. Estoy solo, pero sigo avanzando. Vale la pena seguir corriendo, aunque mi mirada no atisbe otra persona.
Voy por el kilómetro cuatro. Pronto daré media vuelta. Y recuerdo otro pasaje del Evangelio de hoy: ¡Poneos en camino! Cuántas veces no nos ponemos en camino. Dejamos proyectos, propósitos o decisiones. Naufragamos antes de tiempo porque pensamos que no podremos, o no nos cansamos con facilidad. Yo mismo estoy ya cansado… de correr. Llego al kilómetro cinco, y todavía me quedan siete. Estoy cansado pero me motiva pensar en lo que estoy haciendo y por qué lo estoy haciendo. Es importante echarle valor a todo. La vida está sosa si carece de valor, sino se hace por algo en concreto. Si se vive al día. Si no prestamos atención a lo que estamos haciendo.
Kilómetro seis. Seguiría corriendo más lejos aunque esté cansado. Pero debo llegar a tiempo al seminario, y me quedan correr los seis de vuelta. ¡Allá voy!
martes, 11 de octubre de 2011
No es un Dios de muertos, sino de vivos
Los últimos días han sido prácticamente un desastre. O aprendo a ponerme las pilas, o muero en el intento. Los proyectos pastorales, las implicaciones formativas, los actos de piedad, las clases, los apuntes, los trabajos… dejan poco tiempo libre, incluso para la familia o los amigos. Ya me lo habían advertido, me había hecho el cuerpo… pero casi que no me imaginaba que sería así. Ni que disfrutaría tanto, por supuesto.
Como en todo. Hay momentos difíciles, acompañados por dudas, tristeza, nostalgia… pero también hay estados de ánimo casi plenos, momentos felices, otros eufóricos y otros que te plantean si bien cortarte las venas o bien dejártelas largas. De todo.
Esto implica que en los últimos días no tuviese tiempo para mi entrenamiento -concretamente domingo y lunes-, lo que hacía que sintiera como "si me faltara algo". No corro, no soy yo. Pero hay otras cosas que merecen mayor prioridad.
Así que esta mañana, aunque descansé mucho anoche, no podía dejar de lado de nuevo el deporte. En pie a las 5:30, y corriendo desde la 6. Hoy cincuenta minutos. O menos. Con 10 kilómetros me quedo contento. Y cuando empiezo a correr, ver las calles vacías -completamente vacías- me da la impresión de ver un desierto, donde no hay vida humana. Y aunque una especie de ahogo me hace sentir que esto haciendo el "paria", que quizás ha llegado el momento de tirar la toalla, y que no seré capaz de alcanzar nada, salta a mi memoria el pasaje del Evangelio: "No es un Dios de muertos, sino de vivos".
Dios no quiere que desistamos de nuestros proyectos, que abortemos y abandonemos rápidamente. No. No valdría entonces la pena que hayamos sido creados, si no confiara en nosotros, y no nos enseñará que tenemos que aprender a confiar en nosotros mismos.
Y es que los mayores fracasos son los que son fruto de que no hayamos puesto constancia. En cualquier ámbito de la vida nos enfrentamos a contratiempos, dificultades, "sequías" espirituales, físicas o de tiempo. Ante ese, si nos sentimos abatidos -yo al menos- tengo que aprender a tener presente que mi vocación primera no es el sacerdocio. No, mi primera vocación es la de vivir. Él quiere que viva, que lleve una vida activa. Que dé frutos. El resto ya lo iré viendo con el tiempo. Pero no debo desistir nunca: Él es Dios de vivos.
Y consigo mis diez kilómetros. Y eso me anima. Si cuento con Él, todo será más fácil.
Como en todo. Hay momentos difíciles, acompañados por dudas, tristeza, nostalgia… pero también hay estados de ánimo casi plenos, momentos felices, otros eufóricos y otros que te plantean si bien cortarte las venas o bien dejártelas largas. De todo.
Esto implica que en los últimos días no tuviese tiempo para mi entrenamiento -concretamente domingo y lunes-, lo que hacía que sintiera como "si me faltara algo". No corro, no soy yo. Pero hay otras cosas que merecen mayor prioridad.
Así que esta mañana, aunque descansé mucho anoche, no podía dejar de lado de nuevo el deporte. En pie a las 5:30, y corriendo desde la 6. Hoy cincuenta minutos. O menos. Con 10 kilómetros me quedo contento. Y cuando empiezo a correr, ver las calles vacías -completamente vacías- me da la impresión de ver un desierto, donde no hay vida humana. Y aunque una especie de ahogo me hace sentir que esto haciendo el "paria", que quizás ha llegado el momento de tirar la toalla, y que no seré capaz de alcanzar nada, salta a mi memoria el pasaje del Evangelio: "No es un Dios de muertos, sino de vivos".
Dios no quiere que desistamos de nuestros proyectos, que abortemos y abandonemos rápidamente. No. No valdría entonces la pena que hayamos sido creados, si no confiara en nosotros, y no nos enseñará que tenemos que aprender a confiar en nosotros mismos.
Y es que los mayores fracasos son los que son fruto de que no hayamos puesto constancia. En cualquier ámbito de la vida nos enfrentamos a contratiempos, dificultades, "sequías" espirituales, físicas o de tiempo. Ante ese, si nos sentimos abatidos -yo al menos- tengo que aprender a tener presente que mi vocación primera no es el sacerdocio. No, mi primera vocación es la de vivir. Él quiere que viva, que lleve una vida activa. Que dé frutos. El resto ya lo iré viendo con el tiempo. Pero no debo desistir nunca: Él es Dios de vivos.
Y consigo mis diez kilómetros. Y eso me anima. Si cuento con Él, todo será más fácil.
viernes, 7 de octubre de 2011
La riqueza del hombre se basa en lo que no necesitas
Verdaderamente, el testimonio de Dean Karnazes en "Ultramaratón" está encendiendo en mi más todavía -si se puede- la llama que supone participar en la maratón.
Habla de sus experiencias, de su volver a nacer cuando cumplió los treinta, de la reacción de su familia, el apoyo de su mujer -Julie-, y de sus impresionantes ganas de vivir. Me identifico con él en como el hecho de correr es una como una terapia de autoayuda. Bueno, rectifico. Dejémoslo en ayuda. Para mi, mi fe católica es crucial en esta práctica deportiva. Reconozco el por qué lo hago, pero también con quién lo hago. No importa que vaya con unos compañeros del seminario, o alguno de mis mejores amigos de la infancia. O que vaya solo.
En el momento que salgo me preocupo de llevar las llaves, el iPhone, botellín si va a ser una gran distancia, etc. Pero puede que alguna vez me despiste de algo. Pero nunca nunca me olvido de santiguarme y ofrecerlo. Y pedirle a Cristo que me acompañe. Le necesito. Y cuando emprendo la marcha le veo en ese anciano que va solo por el paseo marítimo; en aquel padre de familia que sale de su casa para ir al trabajo; en aquel joven que sale a clases o se recoge de una noche de marcha; en ese otro que va corriendo; y en mi. Le veo en mí. Y en mí, le siento llevando la cruz, abrazado a ella. Y abrazándola, se que me abraza también a mi, para que me sienta más ligero.
Y me doy cuenta de lo poco que hace verdadera falta para ser feliz. Vale, yo estoy usando un iPhone. Sí, es una pijada. Pero podría correr sin él. De hecho, a penas llevo tres meses con él (pero le he cogido un cariño…). A lo que iba. Que uno puede estar rodeado de miles de cosas y no sentir ese estado de paz al que te lleva la Eucaristía, o la oración personal, u otros actos de piedad; o correr, como estoy diciendo.
Karnazars cita a Thoureau, que dijo una vez que la riqueza del hombre se basa en lo que no necesitas. Quizás necesitando menos, realmente estás ganado más.
miércoles, 5 de octubre de 2011
Dios es infinito
Son las 5:30 de la mañana. El despertador del iPhone ha sonado justo 15 minutos antes y ahora de nuevo. Si quiero salir a correr, no me queda más remedio que incorporarme. Así que directamente, lo silencio y… lo programo para que me avise una hora más tarde. Entiéndanme. Anoche volví a acostarme algo tarde, entre una cosa y otra: pasar apuntes, preparar trabajos, o preparar el recordatorio de las próximas ordenaciones de Diácono. Y de todas formas, hoy las clases las termino antes: a las 12:15 puedo salir a correr y seguir el entrenamiento luego en mi dormitorio.
Me resulta algo difícil reincorporarme a este ritmo. Ya sabéis, no lo de madrugar o trabajar, sino lo de volver a asistir a clases,participar, tomar apuntes, etc. No en vano, lo estoy haciendo; con la gracia de Dios, eso sí.
Son ya las 12:15 y -como había previsto- ya estoy saliendo del seminario. La hora es muy diferente a la habitual, claro. Y me enfrento a la tremenda jungla que hay a esa hora en la calle, especialmente en el centro. Además, aceras estrechas y personas que parece que están esperando que alguien se les cruce para obstruirte el paso, abundan. Y vaya que sí abundan.
Además, el sol aprieta, y esos cambios constantes de ritmo para no arrasar con esa mujer especialmente gruesa, o el típico funcionario que ha salido a tomarse su café de dos horas, cansan bastante. Se convierte en un auténtico Via Crucis. (IV Estación "El obeso que sostiene un bollicao con una mano y un café con la otra"). Pese a todo, voy a buen ritmo.
Y salta a mi memoria una de las cosas que hemos visto hoy en "Introducción a la Teología" con D. Juan Antonio Paredes. Se define a Dios como un ser infinito, inalcanzable por el hombre. El hombre, si acaso, puede ver de él "una mijita". De esta forma, describió el cielo como una infinita excursión en la que conoceremos verdaderamente la grandeza de Dios. Y puntualizaba: "una excursión, eso sí, en la que no tendrás dolores de tobillo, ni nadie se te pondrá en medio ni tendrás que llevarte el sandwich para media mañana". En ese sentido, para mi el cielo sería como una interminable maratón. Sólo pensarlo me ilusiona. No me cansaría nunca. Y lo que contemplaría sería impresionante. Y no sería en plan competición, todos los participantes vamos al mismo ritmo.
Ya casi voy por el kilómetro cinco y me encuentro a mi hermano. ¡Hacía ya una semana que no lo veía!, y en breve tiene que volver a Roma. Me paro con gusto para hablar con él. Mañana vendrá a verme el seminario, lo que me alegra mucho. Retomo lo de correr y en breve doy media vuelta: otros cinco kilómetros… ¡que luego me toca entrenamiento!
Dios es infinito
Son las 5:30 de la mañana. El despertador del iPhone ha sonado justo 15 minutos antes y ahora de nuevo. Si quiero salir a correr, no me queda más remedio que incorporarme. Así que directamente, lo silencio y… lo programo para que me avise una hora más tarde. Entiéndanme. Anoche volví a acostarme algo tarde, entre una cosa y otra: pasar apuntes, preparar trabajos, o preparar el recordatorio de las próximas ordenaciones de Diácono. Y de todas formas, hoy las clases las termino antes: a las 12:15 puedo salir a correr y seguir el entrenamiento luego en mi dormitorio.
Me resulta algo difícil reincorporarme a este ritmo. Ya sabéis, no lo de madrugar o trabajar, sino lo de volver a asistir a clases,participar, tomar apuntes, etc. No en vano, lo estoy haciendo; con la gracia de Dios, eso sí.
Son ya las 12:15 y -como había previsto- ya estoy saliendo del seminario. La hora es muy diferente a la habitual, claro. Y me enfrento a la tremenda jungla que hay a esa hora en la calle, especialmente en el centro. Además, aceras estrechas y personas que parece que están esperando que alguien se les cruce para obstruirte el paso, abundan. Y vaya que sí abundan.
Además, el sol aprieta, y esos cambios constantes de ritmo para no arrasar con esa mujer especialmente gruesa, o el típico funcionario que ha salido a tomarse su café de dos horas, cansan bastante. Se convierte en un auténtico Via Crucis. (IV Estación "El obeso que sostiene un bollicao con una mano y un café con la otra"). Pese a todo, voy a buen ritmo.
Y salta a mi memoria una de las cosas que hemos visto hoy en "Introducción a la Teología" con D. Juan Antonio Paredes. Se define a Dios como un ser infinito, inalcanzable por el hombre. El hombre, si acaso, puede ver de él "una mijita". De esta forma, describió el cielo como una infinita excursión en la que conoceremos verdaderamente la grandeza de Dios. Y puntualizaba: "una excursión, eso sí, en la que no tendrás dolores de tobillo, ni nadie se te pondrá en medio ni tendrás que llevarte el sandwich para media mañana". En ese sentido, para mi el cielo sería como una interminable maratón. Sólo pensarlo me ilusiona. No me cansaría nunca. Y lo que contemplaría sería impresionante. Y no sería en plan competición, todos los participantes vamos al mismo ritmo.
Ya casi voy por el kilómetro cinco y me encuentro a mi hermano. ¡Hacía ya una semana que no lo veía!, y en breve tiene que volver a Roma. Me paro con gusto para hablar con él. Mañana vendrá a verme el seminario, lo que me alegra mucho. Retomo lo de correr y en breve doy media vuelta: otros cinco kilómetros… ¡que luego me toca entrenamiento!
Me resulta algo difícil reincorporarme a este ritmo. Ya sabéis, no lo de madrugar o trabajar, sino lo de volver a asistir a clases,participar, tomar apuntes, etc. No en vano, lo estoy haciendo; con la gracia de Dios, eso sí.
Son ya las 12:15 y -como había previsto- ya estoy saliendo del seminario. La hora es muy diferente a la habitual, claro. Y me enfrento a la tremenda jungla que hay a esa hora en la calle, especialmente en el centro. Además, aceras estrechas y personas que parece que están esperando que alguien se les cruce para obstruirte el paso, abundan. Y vaya que sí abundan.
Además, el sol aprieta, y esos cambios constantes de ritmo para no arrasar con esa mujer especialmente gruesa, o el típico funcionario que ha salido a tomarse su café de dos horas, cansan bastante. Se convierte en un auténtico Via Crucis. (IV Estación "El obeso que sostiene un bollicao con una mano y un café con la otra"). Pese a todo, voy a buen ritmo.
Y salta a mi memoria una de las cosas que hemos visto hoy en "Introducción a la Teología" con D. Juan Antonio Paredes. Se define a Dios como un ser infinito, inalcanzable por el hombre. El hombre, si acaso, puede ver de él "una mijita". De esta forma, describió el cielo como una infinita excursión en la que conoceremos verdaderamente la grandeza de Dios. Y puntualizaba: "una excursión, eso sí, en la que no tendrás dolores de tobillo, ni nadie se te pondrá en medio ni tendrás que llevarte el sandwich para media mañana". En ese sentido, para mi el cielo sería como una interminable maratón. Sólo pensarlo me ilusiona. No me cansaría nunca. Y lo que contemplaría sería impresionante. Y no sería en plan competición, todos los participantes vamos al mismo ritmo.
Ya casi voy por el kilómetro cinco y me encuentro a mi hermano. ¡Hacía ya una semana que no lo veía!, y en breve tiene que volver a Roma. Me paro con gusto para hablar con él. Mañana vendrá a verme el seminario, lo que me alegra mucho. Retomo lo de correr y en breve doy media vuelta: otros cinco kilómetros… ¡que luego me toca entrenamiento!
lunes, 3 de octubre de 2011
Volver a Empezar
Valga la redundancia: estos últimos días están siendo un "empezar" un volver a empezar. Ya empezamos el viernes los que serán nuestros proyectos pastorales del Seminario, y hoy ya hemos empezado la clase. En definitiva, a día de hoy, estoy re-empezando mi vida.
Eso mismo estaba pensando esta mañana cuando el despertador del iPhone pitaba a las 5 y media de la mañana, para poder salir a correr a las 6. Me tocaban 10 Kilómetros, y ahora el ritmo del día a día empieza una hora antes. A las 7 y media en la capilla. Como siempre, café rápido, afeitado sin apurar demasiado y ¡a correr se ha dicho!
No es lo mismo salir a las 7 de la mañana que a las 6. Todo hay que decirlo. No se ve ni un alma en las calles. Ni corriendo, ni yendo a pasear, ni cometiendo crímenes. Málaga sigue dormida. Menos yo, y cuatro gatos que salen o entrar a trabajar. Pero son pocos, y me miran con cara rara.
Cuando voy por el kilómetro 2 me acuerdo de mi experiencia de este último fin de semana. Me han destinado a Colichet, un centro de asistencia de enfermos terminales de sida. Es impresionante. Y me acuerdo muy especialmente porque Loli "la chica" -una mujer de 40 años, que aparenta 65- fue la primera persona que conocí. Simpática, agradable y consciente de su estado. Al sida, súmale el cáncer. Sus pulmones a penas le permiten desplazarse de un lado a otro. Es de Granada, y está orgullosa de su tierra. Se relaciona con sus otros compañeros con mucho cariño. El sábado a penas pude hablar con ella porque ella se encontraba especialmente mal. Y el domingo por la mañana se la llevaron muy grave al clínico. Los otros enfermos y el monitor ya vaticinaban que no saldría de ésta.
Voy un poco más lento de lo normal -fruto del madrugón, probablemente- por lo que me veo obligado a acelerar a partir del kilómetro 5. E igual de rápido que voy, podemos definir que así de rápida es la vida… ¡Que fugaces somos! Tan pronto estamos saliendo a correr, que sin darnos cuenta, hemos llegado al destino. A veces nos paramos, nos da pereza seguir o vamos más lentos, pero llega un momento que todo acaba. Y pensar que esa simpática mujer con la que entable conversación el viernes, es probable que ya no esté viva me genera tristeza. Pero es lo natural. Bello, pero duro.
Y sin darme cuenta, ya he llegado al seminario. Ya terminó esa parte del entrenamiento hoy. Como tantas otras veces.
Eso mismo estaba pensando esta mañana cuando el despertador del iPhone pitaba a las 5 y media de la mañana, para poder salir a correr a las 6. Me tocaban 10 Kilómetros, y ahora el ritmo del día a día empieza una hora antes. A las 7 y media en la capilla. Como siempre, café rápido, afeitado sin apurar demasiado y ¡a correr se ha dicho!
No es lo mismo salir a las 7 de la mañana que a las 6. Todo hay que decirlo. No se ve ni un alma en las calles. Ni corriendo, ni yendo a pasear, ni cometiendo crímenes. Málaga sigue dormida. Menos yo, y cuatro gatos que salen o entrar a trabajar. Pero son pocos, y me miran con cara rara.
Cuando voy por el kilómetro 2 me acuerdo de mi experiencia de este último fin de semana. Me han destinado a Colichet, un centro de asistencia de enfermos terminales de sida. Es impresionante. Y me acuerdo muy especialmente porque Loli "la chica" -una mujer de 40 años, que aparenta 65- fue la primera persona que conocí. Simpática, agradable y consciente de su estado. Al sida, súmale el cáncer. Sus pulmones a penas le permiten desplazarse de un lado a otro. Es de Granada, y está orgullosa de su tierra. Se relaciona con sus otros compañeros con mucho cariño. El sábado a penas pude hablar con ella porque ella se encontraba especialmente mal. Y el domingo por la mañana se la llevaron muy grave al clínico. Los otros enfermos y el monitor ya vaticinaban que no saldría de ésta.
Voy un poco más lento de lo normal -fruto del madrugón, probablemente- por lo que me veo obligado a acelerar a partir del kilómetro 5. E igual de rápido que voy, podemos definir que así de rápida es la vida… ¡Que fugaces somos! Tan pronto estamos saliendo a correr, que sin darnos cuenta, hemos llegado al destino. A veces nos paramos, nos da pereza seguir o vamos más lentos, pero llega un momento que todo acaba. Y pensar que esa simpática mujer con la que entable conversación el viernes, es probable que ya no esté viva me genera tristeza. Pero es lo natural. Bello, pero duro.
Y sin darme cuenta, ya he llegado al seminario. Ya terminó esa parte del entrenamiento hoy. Como tantas otras veces.
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