Hoy domingo no he tenido que madrugar demasiado. No obstante, a las 7,30 ya estaba medio en vela, y poco antes de las 9 ya estaba en pie. En cuanto me tome el café y empiece bien el día, voy a salir a correr. Ayer no rendí suficiente, y mis razones tengo. Todo tiene que ver con el karma. O eso decía ayer mi hermano. Le doy un beso a mi madre, enciendo el iPod y salgo.
Mi maldito Karma
La verdad es que, con karma o no, este fin de semana ha sido bastante positivo. He descansado poco, pero me he despejado que da gusto. El viernes hicé ya mi último examen, y este lunes empiezo el nuevo semestre. Salgo a la calle, y el frío hace que más de uno se lo piense dos veces antes de empezar a correr. No en vano, tengo ganas de hacer mínimo diez kilómetros y nadie me las va a quitar.
Ayer tarde cuando salí iba también con muchas ganas de hacer diez kilómetros. Pero a las 7 y media de la tarde, la temperaturas bajas y la ausencia de sol, implicaba que me iba a costar más. Pero ¡nada! ¡yo iba a intentarlo! Otra veces lo he hecho.
El calentamiento dio poco de calentamiento, y las rodillas parecían estar bajo el agua. Pero lo peor empezó en el minuto 15. Mi estomago había decidido cortar la digestión o lo que fuera, y las nauseas eran para reirse de las que describía Jean Paul Sartre. Me vi obligado a detenerme, y dar media vuelta. Ahora andando. Con el frío que hace y yo en camiseta sin mangas y pantalones deportivos que parecen unos boxers. Que frío. Hoy ya eso no va a pasar: hace sol y llevo algo de abrigo encima. El estómago mejor, y la verdad, estoy haciendo muy buen tiempo.
Digo que la culpa de lo de ayer es del karma, porque por algun lado tenía que fallar. Este fin de semana tengo motivos más que suficientes -de sobra- para agradecer a Dios todo lo que hace por mi, porque ha sido impresionante. Con la familia, y con los amigos. He visto amigos a los que tengo un cariño bestial, y he pasado gratos momentos. Y he visto a dos de mis hermanos y dos de mis sobrinos, y he pasado muy buen rato con mis padres. Esto es lo que verdaderamente me recarga la batería para empezar el nuevo semestre. No estoy solo.
Justo en el momento en el que ese pensamiento rondaba en mi cabeza, y ya en línea de playa, suena en mi iPod una canción de Juanes "No creo en el jamás". Con una letra que admito que me la he llevado a la oración. Destaco:
"El miedo es un asesino
que mata los sentimientos
Y sé que no estoy solo
Yo sé que Dios está aquí dentro"
Muchas veces soy esclavo del miedo. Voy a empezar un nuevo semestre y las cosas van a cambiar. También un pequeño repaso de cómo ha ido el anterior, me hace pensar que son muchos mis errores y defectos. Y no dejo de ser dependiente de la opinión de las otras personas. Y eso duele bastante. Pero... ¿acaso olvido por qué estoy en el Seminario? Sí, yo he dado un paso, pero ¿quién me ha empujado? ¿quién verdaderamente no deja de acompañarme y darme el ciento por uno? ¿quién me hace verdaderamente feliz? ¿por quién rezo "Aunque camines por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vienes conmigo"? Él me acompaña. Ahora y siempre. Y no me a dejar. Sé que yo soy bastante especial, y que Él no va a dejar de sostenerme la mano, para que casa paso que dé, lo pueda dar seguro.
Y si alguna vez permite que la vida me ponga a prueba, y me caigo... Él va a ser quien me recoja. Me dé el abrazo fuerte de Padre ("Como uno niño débil se arroja compungido en los brazos recios de su Padre").
La prueba está en que con karma o sin él, he hecho los diez kilómetros. Como diría Nietszche, "Querer es poder". Y aunque mi pensamiento se aleja bastante mucho del nihilismo, salta a mi mente el pasaje del Evangelio "Si quieres, puedes limpiarme". Cristo respondió: "Quiero, queda limpio". Dios sólo quiere lo mejor para cada uno de nosotros, y si Él lo quiere, yo podré hacerlo. No tiene sentido que tenga miedo.
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