Me dijiste "Ya es hora de despertarse del sueño". Me llamaste e inmediatamente salí a buscarte. Ni siquiera te conocía, pero salí a buscarte. No me hice el rezagado. Pero de buenas a primeras, no te encontré. ¿Dónde estás, Señor?
No me hice el rezagado. Así que decidí preguntar a la gente. Primero a los conocidos. Algunos no sabían dónde estabas. Otros ni te conocían. Por fin uno me dijo que te había visto y que habías preguntado por mi. Me dio la dirección y allí fui.
No me hice el rezagado. Allí te conocían, allí te sentían, y te amaban con locura. Pero allí para mi no estabas. Ellos me recibieron, me acogieron, me formaron como hombre. Como el hombre que soy ahora. Pero allí para mi no estabas. ¿Dónde estás, Señor?
Volví a sentir tu llamada. Así que salí de nuevo a buscarte. No me hice el rezagado. Una buena mujer, una hermana, me dijo que te había visto, y que vivías con ellas. Fui a su casa. Allí todos te sentían. Una gran familia. Y me invitaron a quedarme con ellas y ellos. Estuve algo de tiempo. Aprendí mucho allí. La riqueza del voluntariado, el amor desinteresado. Pero tampoco te encontré. Allí para mi no estabas, así que salí de nuevo a buscarte. No me hice el rezagado. ¿Dónde estás, Señor?
Pasaron los años. Seguía preguntando. Y entrando en las casas que me invitaban, pero tampoco te encontraba. ¿Dónde estás, Señor?
Entonces me presentaron a una amiga. Me dijeron que con ella te encontraría. Que ella sería mi compañera en la búsqueda. Y emprendimos un camino. Un camino juntos. Un largo camino juntos. Para sentirte y encontrarte. Pero no fue así. Me estaba cada vez separando más de ti. De lo que buscaba. De lo que quería. De a quién quería. Así que decidí volver a emprender la marcha. Otra vez yo sólo. No me hice el rezagado. ¿Dónde estás, Señor?
Llegó un momento en el que me detuve. Desde la primera vez que sentí tu llamada habían pasado dos, cinco y hasta doce años. Una larga búsqueda. Desesperado entonces decidí ya tirar la toalla, bajaría de la cruz. Sin ti. Estaba malherido. Ya había pagado todos mis pecados. Y nunca te encontraría. Nunca me buscarías. Aunque te sintiera cerca. ¿Dónde estás, Señor?
Entonces, me volviste a llamar y me dijiste: "si sabes que aunque camines por cañadas oscuras, nada tienes que temer, porque Yo voy contigo. ¡Que necio has sido! Me buscaste en todos los caminos, en extremos perdidos, y esquinas ocultas. ¡Y yo ya iba contigo! Necio ¿por qué no miraste dentro de ti?".
Era cierto. Si te escuchaba y ya te sentía en mi, ¿por qué fui tan cobarde? Hice examen ¿realmente yo quería encontrarte? No me hacía el rezagado, pero creo que en el fondo tampoco quería encontrarte. No quería conocerte. Y creo -temo- que ahora tampoco. Tengo miedo a la cruz. A eso que la gente llama cruz.
Ha pasado ya algo de tiempo de esa primera vez que salí a buscarte, pero al final aquí me tienes. Me dices "Me presenté a los que preguntaban por mi. Me hallaron los que no me buscaban". Sí, a veces la cruz aparece sin buscarla. Lo he rezado tanto que creo que ya ni sé qué significa. Y es entonces cuando vuelves a preguntar por mi. Y tocas profundo. Tocas hondo en mi corazón. Me duele. Pica. Escuece. Pero es como el alcohol que desinfecta las heridas. Vale la pena. Me sana. Me da vida.
¿Y realmente seré capaz de emprender este camino? ¿o llego ya demasiado tarde? He corrido muchos kilómetros, muchos, demasiados por las vías equivocadas, las que yo elegí libremente. Lo sabes. Me siento cansado. El tobillo se resiente. Las suelas de mi zapatos ya están gastadas. Mi fe ya está erosionada. Es débil. No puedo.
Por eso te pido Señor paciencia conmigo. Ya estoy aquí. Y lo sabes. Llevo ya unos meses pero todavía me queda mucho hacer, por aprender. Y tropiezo, y me caigo. Y tú me diriges una mirada amable, esa sonrisa, un gesto cariñoso. En ti, en el hermano, en el amigo. Y vuelves a alzarte fatigosamente abrazado a esa cruz. Decía San Josemaría: "Soñad y os quedaréis cortos": Y lo primero con lo que sueño es que esa paciencia que te pido que tengas conmigo, me le des también a mi… conmigo. Soy necio, inútil, inseguro, cobarde… Y es entonces cuando me recuerdas que soy hombre. Soy humano. Dejas suaves huellas en la arena y las quiero seguir. Vivir es un regalo.
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