jueves, 15 de diciembre de 2011

¡No tires la toalla!



Puede pensar alguien que sí, mucha palabrería de lo bonito que es correr, lo sano que es hacer deporte, pero una vez conseguido mi objetivo de la maratón, tiraré la toalla, me retiraré. Nada de lo que dije el último día tomará una forma real o tangible, pueden pensar. Por supuesto, la teoría -los proyectos- tiene que ser llevada a la práctica. Pues "no todo el que dice ´Señor, Señor´entrará en el Reino de los Cielos". Lo mismo: no todo el que dice "voy a correr todos los días", "voy a empezar a hacer gimnasia" o "este nuevo año voy a dejar el tabaco" luego lo consigue. Tiran la toalla, porque piensan que no pueden, que no merece la pena o -a su juicio- ya han hecho suficiente.

Eso rondaba mi cabeza los días post-maratón, pero tengo mis razones: agotamiento acumulado. El mismo día, después de los 42 Km, comí y dormí media hora y ensayé teatro. Y tuvimos charla. Y Misa. Y presentación del Belén hasta tarde. Así fueron los días hasta la noche del 8 de diciembre, que fue la gran fiesta. Y el fin de semana, la vuelta al ritmo normal. Estudia, prepárate, retiro… descansa poco. En definitiva, el domingo cuando terminé de estudiar fui a ver a mi padres, comí con ellos, y cuando salí a dar una vuelta… no me sostenía. Mi cuerpo había tocado por fin fondo. Cogí el coche, y volví temprano al seminario: necesitaba cama, mucha cama. Y así hice.

El lunes ya estaba mejor. Tenía mucho que estudiar. Mañana es el segundo parcial de Teología Fundamental, que no es poco. Pero me organicé, puse en orden mis prioridades y por qué hago las cosas. Así que decidí que el correr tenía que volver a mi ritmo de vida. Pero por el momento sin ser parte de un entrenamiento. No por obligación, sino por vocación. Vocación de corredor. Es decir, me tomaría unos días de vacaciones de correr. Correría solo, sin reloj, sin runkeeper que me controle, sin mariconera… solos mi shuffle y yo. Y qué mejor hora que después de cenar, que no tengo ninguna obligación, ni restricciones de ningún tipo. Con estar en el cuarto a las 11 es suficiente. Así que salí… y disfruté. Y repetí el martes. Y anoche. Hoy no, porque tendremos Adoración a las 10. Pero mañana sí lo haré justo después del examen.

Y, creedme, no hay nada como correr a las 10 de la noche por la Malagueta. Ni un alma por las calles, sólo otros corredores y farolas encendidas. Sin pensar que puede que no llegue con tiempo. Y sin controlar si voy más rápido o más lento. Sin obligarme a llegar a cierto punto. Y sin nadie que me restrinja. Verdaderas vacaciones, de verdad. Miro a la playa. Hay olas, el agua está picada. Pauso el mp3 para escucharlas. Respiro profundamente. Es verdaderamente bello. La mejor película del mundo es sin duda la creación, la mejor banda sonora el oleaje, y el Oscar al mejor director es, obviamente, para Dios. Y toda la calle iluminada de Navidad. Sé que tengo que volver, pero me quedaría todo el tiempo que hiciese falta corriendo.

Regreso a mi cuarto. Ducha, rezo de las completas y caer redondo a la cama. Me cuesta coger el sueño. Estoy cansado, pero con ganas de más. Mañana será otro día, sin duda, y probablemente mejor que ninguno de los que he vivido. Tonto de mi si hubiera tirado la toalla.

Por cierto... El sábado nos dieron la noticia de que repetiremos el teatro la semana que viene: al Obispo le gustó mucho y quiere que anime la convivencia sacerdotal del 22 de diciembre. ¡Cualquiera diría que la próxima vez a Broadway, jejeje!

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