Hoy estamos de retiro. Después del almuerzo, algunos duermen la siesta. Otros hacen oración. Pero creo que la inmensa mayoría escoge la siesta. El silencio que nos invade no es el propio de un rezo profundo. Más bien de un sueño profundo. O eso, o cuando Santa Teresa entró en éxtasis se escuchó en su pasillo ronquidos como los de esta tarde. Puede ser, oye, yo no le quito mérito a nadie.
Yo prefiero correr. Llevo así ya dos semanas siendo especialmente constante. Así que salgo, enciendo el mp3, me santiguo y… ¡En marcha!
El día soleado está muy bien acompañado por un poco de viento. Da gusto correr, como ayer, en las zonas donde hay luz. Del martes al jueves el trayecto era insoportable. El viento, el nublado y la humedad hacían casi imposible llevar una marcha constante. No en vano, siendo consciente de ello, no dejé de hacer mis cincuenta minutos. Este mérito se lo otorgo a la fuerza de voluntad y la profundidad en la oración que está empezando a tomar forma en mi. Nunca mérito propio, yo sé que esta Pascua está siendo diferente al de los años anteriores. Estoy tomando más presencia de Dios, y esto vale su peso en oro. Porque no sólo es el viento el que nos azota cuando corremos, sino hay otras series de dificultades en nuestro día a día, como puede ser el mal cuerpo, la relación con los compañeros, la dificultad en las asignaturas… Y en esos caso, lo que me empuja a seguir adelante, con una sonrisa -no forzada- de oreja a oreja es la oración. Y más concretamente la virtud de la esperanza. Eso sí, esa virtud es un don que merece un trato especial. Y en mi caso sé que debo trabajarla de forma constante. Como esa paz se traduzca en pasotismo, tarde o temprano, los frutos de la esperanza se me pudren.
Ya llego a los Baños del Carmen. Hago siempre un poco de gimnasia y me doy media vuelta. Llámalo operación Bikini u Operación Bombona de Butano. Me da lo mismo. Pero si estoy corriendo no lo hago exclusivamente por mi forma física, sino también porque disfruto; y súmale a eso la salud y la competitividad. Que se prepare Nico, que la próxima vez que corra con él, no volveré a quedarme atrás.
Y por supuesto, que corriendo se me refrescan las ideas, y me siento más cercano a Dios. Cristo está conmigo. Ël me acompaña, y me aconseja. Y me advierte cuando debo reducir la velocidad, me pone límites. Y me anima a seguir. Y me hace sentir bien. Nunca sabes lo que es tener verdaderamente un buenísimo amigo si uno no se ha relacionado con Cristo tan personalmente. Y cuando corro, contemplo el mar, la arena, la gente… Siento al Señor verdaderamente ahí. Llámame loco, pirado, o llámame por teléfono… pero es cierto. Y cuando llego me ducho, y bajo a la segunda meditación. Y las palabras del Padre Amalio -el director de este retiro- me lo verifican. Porque habla de las formas de hacer oración. Y cuenta el testimonio de un amigo que le dijo que cuando le era más difícil tener presencia del Señor, se iba al Paseo Marítimo. Y allí, al ver todo lo que había creado, la belleza del mar y el cielo, verdaderamente lo sentía. Y ya podía empezar a conversar con Él.
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