No todo está perdido. Han pasado años desde que me tomaba en serio un buen entrenamiento para correr. Miento. Este verano lo hice, hasta que me hice un esguince.
Pero el sobrepeso no perdona, y me veo obligado a volver a una vieja afición que me hizo cumplir un sueño: correr no una, sino dos maratones. Así que en Semana Santa me puse las pilas, retomé mis viejas deportivas, compré un chandal de talla grande y ¡A correr!
Mi resistencia no es la misma. Mi capacidad pulmonar está limitada. Mi empeine se resiente fácilmente. Pero no todo está perdido. ¿Sabes? Cuando uno quiere algo, por muy difícil que sea, el primer paso es poner de su parte. No vale justificarse en sus limitaciones. Y eso es lo que yo había estado haciendo hasta ahora.
Que soy la neuróloga me dijo que no corriera a mucha velocidad, que sólo trote. Que no tenía tiempo para estudiar. Que también me merezco tiempo para mi... ¡¿Tiempo para mi?! Saltó a mi memoria palabras de un santo... ¡Tiempo para Dios! Así que este nuevo proyecto de recuperar esta vieja afición que creó en mi tantas ilusiones lo encomiendo a Dios.
Cuando hoy salía a correr estaba agotado. Llevo varios días seguidos que hago el mismo trote. Y descubro que mi reproductor de mp3 no tenía batería. ¡La perfecta excusa para no hacerlo! Eso me pasa en muchos momentos del días... esto puedo dejarlo para otro momento, esto ahora no tengo tiempo, al final no tengo los medios... Pero sí pongo mi empeño y mi voluntad, todo es posible. ¡A correr sin música!
Empiezo por la cuesta. Es una gozada escuchar los pájaros. No había dado cuenta hasta ahora. Naturaleza creada por Dios. Ahora entiendo porque el Papa ha escrito Laudato Si. Seguro que a él también se le quedó el iPod sin batería. Y disfruto más del paisaje, del paseo marítimo, del olear del mar, de las conversaciones de las Maris (que sí, que sí, que la Paqui realmente no está mala, que está viaje)... Corro agradeciendo a Dios esta nueva oportunidad que me da de empezar de nuevo.
Al dar media vuelta, recapacito de cuantas veces he perdido la oportunidad de retomar esta afición que llenaba gran parte de mi vida y de mi día. Como con otras cosas que me brinda la gracia de Dios. En el examen de esta noche, seré consecuente con eso. Llego al seminario, me ducho y escribo estas palabras. ¡Nos toca formación!
Pero el sobrepeso no perdona, y me veo obligado a volver a una vieja afición que me hizo cumplir un sueño: correr no una, sino dos maratones. Así que en Semana Santa me puse las pilas, retomé mis viejas deportivas, compré un chandal de talla grande y ¡A correr!
Mi resistencia no es la misma. Mi capacidad pulmonar está limitada. Mi empeine se resiente fácilmente. Pero no todo está perdido. ¿Sabes? Cuando uno quiere algo, por muy difícil que sea, el primer paso es poner de su parte. No vale justificarse en sus limitaciones. Y eso es lo que yo había estado haciendo hasta ahora.
Que soy la neuróloga me dijo que no corriera a mucha velocidad, que sólo trote. Que no tenía tiempo para estudiar. Que también me merezco tiempo para mi... ¡¿Tiempo para mi?! Saltó a mi memoria palabras de un santo... ¡Tiempo para Dios! Así que este nuevo proyecto de recuperar esta vieja afición que creó en mi tantas ilusiones lo encomiendo a Dios.
Cuando hoy salía a correr estaba agotado. Llevo varios días seguidos que hago el mismo trote. Y descubro que mi reproductor de mp3 no tenía batería. ¡La perfecta excusa para no hacerlo! Eso me pasa en muchos momentos del días... esto puedo dejarlo para otro momento, esto ahora no tengo tiempo, al final no tengo los medios... Pero sí pongo mi empeño y mi voluntad, todo es posible. ¡A correr sin música!
Empiezo por la cuesta. Es una gozada escuchar los pájaros. No había dado cuenta hasta ahora. Naturaleza creada por Dios. Ahora entiendo porque el Papa ha escrito Laudato Si. Seguro que a él también se le quedó el iPod sin batería. Y disfruto más del paisaje, del paseo marítimo, del olear del mar, de las conversaciones de las Maris (que sí, que sí, que la Paqui realmente no está mala, que está viaje)... Corro agradeciendo a Dios esta nueva oportunidad que me da de empezar de nuevo.
Al dar media vuelta, recapacito de cuantas veces he perdido la oportunidad de retomar esta afición que llenaba gran parte de mi vida y de mi día. Como con otras cosas que me brinda la gracia de Dios. En el examen de esta noche, seré consecuente con eso. Llego al seminario, me ducho y escribo estas palabras. ¡Nos toca formación!
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