martes, 18 de septiembre de 2012

Mi nuevo comienzo de curso


Se acaban las vacaciones. Eso es algo inminente e inevitable. El pasado viernes ya empezamos en el Seminario el nuevo curso, y -con ello- poner en orden tanto el dormitorio como la planificación de cada día. He estado dos días sin poder correr. Una agenda algo apretada y un agotamiento físico acumulado han hecho estragos. Pero el lunes no podía dejarlo. Y hoy, tampoco. Así que -respetando que estamos de ejercicios espirituales, y debo correr solo- después de la meditación planifico que tengo tiempo para correr siete kilómetros aproximadamente. No está dentro del plan de entrenamiento propuesto por Nico, pero es lo que hay. Hasta que no esté todo en orden, ese plan lo tengo de adorno en el móvil.

Empiezo a correr. Como parto del recorrido que pasa por El Calvario, es todo cuesta arriba. Y bastante inclinado. Para empezar ya me siento algo agotado. Y pienso que no voy a aguantar suficiente. Aunque eso son naderías, como diría Super López. Además, como dice San Juan de Ávila, el pesimismo es algo que no viene de Dios. Así que nada, nada. No debo dejarme derrotar por lo que creo que no puedo. Todo es intentarlo, y sí, puedo.

Los ejercicios espirituales giran en torno a la figura de San Juan de Ávila. Y están siendo bastante interesantes. Como el hecho de que ahora me toca una cuesta abajo también muy inclinada. Lo malo vendrá a la vuelta. Pero no dejo a mi cuerpo llevarse cuesta abajo. Hago algo de resistencia, para así fortalecer las piernas, y no dejar que todo el peso caiga sobre mis muy muy doloridos tobillos. 
Sí, podría haberme dejado llevar y no oponer resistencia a la bajada. Pero esa actitud que -en apariencia y solo apariencia- parece más descansada, es a la larga más agotadora. Y eso en la sociedad actual no suele entrar en la sesera de los que fardan de eruditos y grandes pensadores. Ellos alaban el dejarse llevar por la naturaleza y, sí, nuestra propia naturaleza. Por un lado, es totalmente opuesto al "ir contracorriente". Y por otro, además, como dejar una casa abandonada en medio de un bosque. ¿Qué pasa? El edificio, si se descuida, acaba reventando. Como nosotros si nos descuidamos.

Llevo más de tres kilómetros y el reloj ya me mete prisa. Así que vuelvo. Ahora, después de volver a patear un poco la Malagueta, me toca la cuesta arriba. Me encanta -pese a que me asfixio con facilidad- subir cuesta arriba. Creo que significa demostrarme a mi mismo lo que puedo hacer. Y que lo hago bien. Así que es un verdadero placer y una auténtica falta de oxígeno coger esa inclinada cuesta. Sé que aunque corro solo, no estoy solo. Él me ha acompañado, y ahora -cuando todo pinta un poco más difícil- Él va a seguir conmigo. Y efectivamente, he hecho siete kilómetros y medio. Contento, hago los debidos estiramientos y elongaciones. Ahora hay Plática, y llegaré puntual.

martes, 4 de septiembre de 2012

Mi "puedo hacer más"

Después de mucho tiempo, me tomo en serio madrugar para correr. Hoy no puedo fallar. He quedado para correr con el amigo de un amigo. No sé la capacidad de esta persona, pero el correr con otra persona me compromete a respetar el horario y la distancia prevista.
Son las 8 de la mañana y él ya está en la entrada del Vialia. Es puntual, y eso es buena señal. Por lo "canijo" que está, da la impresión de que ya ha practicado deporte antes. No presume de ello, no en vano acepta que hoy hagamos doce kilómetros. Empieza la prueba.
Me sorprende. La única vez que he corrido con alguien a esa velocidad es... con mi entrenador. Vamos hablando. Sí, no es un novato corriendo. Le apasiona correr y ha participado ya en unas cuantas competiciones de atletismo. Es más, aunque voy a mi velocidad normal, el hecho de ir hablando empieza a asfixiarme. Mis pulmones de viejo fumador -aunque no soy ni viejo, ni fumo- empiezan a dar la tabarra. Tengo que adecuarme al ritmo controlando la respiración. Puedo hacerlo en seguida, pero me enfrento con una persona que está retomando el correr, y que probablemente me dé mil vueltas en menos de un mes. Eso me motiva.
¿Por qué? Quizás me he acomodado a correr a una velocidad, a un ritmo, determinado recorrido. Él va proponiendo otros circuitos, competiciones, e incide en pruebas de velocidad. Yo no quiero caer en la tibieza de "bueno, yo no puedo ya hacerlo mejor". En todos los sentidos.
Es natural en el hombre acomodarse a una rutina. Es lo fácil. Ya me pasó en el cumplimiento del Plan del vida. Y pensar que ya hago suficiente. No, nunca hacemos suficiente. Siempre podemos hacer más: ya sea en nuestra relación con los demás, nuestra relación con Dios, en nuestra capacidad intelectual o, como en este caso, corriendo. Y -al menos a mi- me apasiona darme cuenta de que puedo hacer más. Nada ni nadie me limita.
Antes de que me dé cuenta, hemos hecho los primeros seis kilómetros, y empezamos la vuelta. Y ya planificamos que mañana volvemos a correr a las 8 de la mañana. Mañana tocan cincuenta minutos de trote suave. Algo menos que hoy, que cumplimos los doce kilómetros en menos de una hora. Genial.