Se acaban las vacaciones. Eso es algo inminente e inevitable. El pasado viernes ya empezamos en el Seminario el nuevo curso, y -con ello- poner en orden tanto el dormitorio como la planificación de cada día. He estado dos días sin poder correr. Una agenda algo apretada y un agotamiento físico acumulado han hecho estragos. Pero el lunes no podía dejarlo. Y hoy, tampoco. Así que -respetando que estamos de ejercicios espirituales, y debo correr solo- después de la meditación planifico que tengo tiempo para correr siete kilómetros aproximadamente. No está dentro del plan de entrenamiento propuesto por Nico, pero es lo que hay. Hasta que no esté todo en orden, ese plan lo tengo de adorno en el móvil.
Empiezo a correr. Como parto del recorrido que pasa por El Calvario, es todo cuesta arriba. Y bastante inclinado. Para empezar ya me siento algo agotado. Y pienso que no voy a aguantar suficiente. Aunque eso son naderías, como diría Super López. Además, como dice San Juan de Ávila, el pesimismo es algo que no viene de Dios. Así que nada, nada. No debo dejarme derrotar por lo que creo que no puedo. Todo es intentarlo, y sí, puedo.
Los ejercicios espirituales giran en torno a la figura de San Juan de Ávila. Y están siendo bastante interesantes. Como el hecho de que ahora me toca una cuesta abajo también muy inclinada. Lo malo vendrá a la vuelta. Pero no dejo a mi cuerpo llevarse cuesta abajo. Hago algo de resistencia, para así fortalecer las piernas, y no dejar que todo el peso caiga sobre mis muy muy doloridos tobillos.
Sí, podría haberme dejado llevar y no oponer resistencia a la bajada. Pero esa actitud que -en apariencia y solo apariencia- parece más descansada, es a la larga más agotadora. Y eso en la sociedad actual no suele entrar en la sesera de los que fardan de eruditos y grandes pensadores. Ellos alaban el dejarse llevar por la naturaleza y, sí, nuestra propia naturaleza. Por un lado, es totalmente opuesto al "ir contracorriente". Y por otro, además, como dejar una casa abandonada en medio de un bosque. ¿Qué pasa? El edificio, si se descuida, acaba reventando. Como nosotros si nos descuidamos.
Llevo más de tres kilómetros y el reloj ya me mete prisa. Así que vuelvo. Ahora, después de volver a patear un poco la Malagueta, me toca la cuesta arriba. Me encanta -pese a que me asfixio con facilidad- subir cuesta arriba. Creo que significa demostrarme a mi mismo lo que puedo hacer. Y que lo hago bien. Así que es un verdadero placer y una auténtica falta de oxígeno coger esa inclinada cuesta. Sé que aunque corro solo, no estoy solo. Él me ha acompañado, y ahora -cuando todo pinta un poco más difícil- Él va a seguir conmigo. Y efectivamente, he hecho siete kilómetros y medio. Contento, hago los debidos estiramientos y elongaciones. Ahora hay Plática, y llegaré puntual.