lunes, 25 de julio de 2016

Mi trote personal

- Como sigas corriendo así pronto no te podremos ni ver – exclama mi madre, al verme entrar sudando. Mi padre me pregunta: ¿Hasta dónde has llegado hoy?.

- Como ayer – respondo mientras me acerco a llenar un vaso de un agua – hasta el Palacio de Deportes-. Miento. Hoy he llegado hasta el Málaga Nostrum. Poco a poco, en mi entrenamiento, estoy poniendo a prueba mi capacidad física. Y estoy demostrándome que soy el mismo de hace seis años. Dentro de mis proyectos, está volver a presentarme a alguna prueba deportiva. La Maratón de Málaga. Quizás alguna de 8 horas o quien sabe si otra Maratón de otra provincia. La de Londres es mi sueño. Puedo mejorar mis marcas porque, como el buen vino, con los años estoy mejor: tengo más resistencia física, y mi capacidad pulmonar es inmejorable.

Acompaño a mis padres en el desayuno casi todas las mañanas. Me tomo mi segundo café, éste más rápido que el primero. Quiero ir a comprar el pan, y otras cosas que hacen falta en la casa, antes de rezar el oficio de Lecturas. En este café sale a conversación que esta tarde acompañaré a mi padre a hacer una compra grande en el Carrefour.

De todas formas, mientras conversamos, de mi cabeza nunca se van ninguno de mis proyectos. Y muy especialmente mi vocación. Mi vocación sigue ahí. Los contratiempos que han ido surgiendo en los últimos cinco años no han apagado esa llama, sino que han hecho más viva esa llamada del Señor. Me han hecho sentirle más y más cerca en la Eucaristía, y en esas personas que me encuentro en el camino. En ellas está Él.

Y, como cuando llevo corriendo ya 45 minutos y siento como se resiente algún miembro de mi cuerpo, sé que eso no es señal que he detenerme. Si no que he de continuar, aprender a continuar mi marcha articulándome de otra manera. Trabajando más en ese momento el músculo glúteo, o no pedir tanta velocidad y reducir un poco el trote durante unos minutos. Pero sin parar ni un segundo. Y aunque muchos compañeros con los que empecé esta “competición”, ya no están corriendo conmigo, porque o bien la abandonaron, o porque fueron más adelantados, o porque no han querido seguir "a mi trote", no me importa continuar estos kilómetros a mi ritmo, yo solo. Sé que es el Señor quien me acompaña.


Poco a poco, mi plan de entrenamiento sigue su ritmo. Y mi vocación también.