martes, 20 de marzo de 2012

Mi Pasión por el Evangelio

El título es el que pega. Ha sido la campaña de Pastoral Vocacional de este año. Y de toda la Conferencia Episcopal. Y la semana pasada fue dedicada única y exclusivamente a esa campaña. Mi día a día ha sido empezar por la mañana con los chavales de institutos, y terminar por la tarde por la Parroquias donde daba mi testimonio. Una experiencia gratificante e impresionante.

Como salir a correr, tiene sus más y sus menos, claro. Poco tiempo libre, uno de sus aspectos negativos. Pero me daba la oportunidad de correr a las 4 de la tarde todos los días. Una gozada, oye. No ha quedado día que no corriera, y eso forma parte de mi Plan de Vida prácticamente. ¿Por qué? Porque corriendo siento que también me acerco más al Señor. Al correr, me libero de los trastos y preocupaciones que merodean por mi mente, y dejo un espacio exclusivo para Cristo en mi alma. Debiera dejarle siempre el 100%, pero eso lleva su tiempo. Y todavía me queda bastante por aprender.

Esta semana además la mayoría de los días no he corrido solo. Me ha acompañado Vladi, otro seminarista apasionado por el deporte. Y ha sido como un empuje para no dejar el deporte y perfeccionarlo. Él -antes de entrar en el Seminario- se pasaba los días enteros entrenando. Y aunque ya no sea tan constante, al poco tiempo de que recupere el ritmo, no hay quien le pare. Y esos 10 kilómetros se han convertido prácticamente en competición. No tanto por resistencia como por velocidad. Algo genial.

Y me hace ver que -como he estado explicando a los chavales de instituto- no importa cuanto tiempo haga que hayas dejado de hacer algo, que cuando te lo propones, puedes volver a intentarlo… e incluso superarte. Yo les hablaba de no darle importancia a cuanto tiempo haya pasado desde la última vez que se confesaron o pisaron una Iglesia. Dios siempre está ahí. Es la Parábola del Hijo Pródigo. Cuando volvemos, nos espera con los brazos abiertos. El riesgo es el caer en el "ya no puedo". ¿Quién dice que ya no puedes hacerlo? Incluso si hablamos de una práctica deportiva. Es posible que por el paso del tiempo no puedas hacer lo mismo, pero puedes volver a coger el hábito. Y lo que parece a primera vista un imposible, con el tiempo se convierte en una necesidad. Así fue para mi correr. Y también la Oración. Y la Eucaristía diaria. Aunque estas últimas superan con creces a la primera, claro.

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