El Evangelio de la Misa de ayer me bino como anillo al dedo para meditar la importancia de la oración. Transcribo un fragmento:
Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada. Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.
En pocas palabras, hay dos modelos de vida: los que planifican sus decisiones importantes y los que se lanzan a proyectos sin tomar las medidas oportunas. Para los primeros, es crucial "cavar profundamente" en su vida, es decir, conocerse, y esto significa que -con humildad y orgullo- sepan tanto reconocer sus limitaciones y defender sus virtudes y, en ambos casos, no dejar nunca de trabajar en ellas. Y trabajar en ellas exige un tiempo para uno mismo, de oración y reflexión: una puesta a punto antes de hacer nada, un diálogo sincero con el Señor, en el que se reconoce si es posible hacer eso que uno tiene en mente, y cómo y cuándo. Respecto a la oración decía la Beata Teresa de Calcuta que "tenemos necesidad de encontrar a Dios, y no le vamos a encontrar ni en la agitación ni en el medio del ruido. Dios es amigo del silencio". Muchas veces necesitará en este caso, como el que edifica su casa, unos planos, es decir, unas directrices: la experiencia de otra persona de la que leamos, o que ella mismo nos aconseje -un acompañante espiritual, un amigo-. En esos casos, además, el hecho de tener otra persona que nos apoye o nos guíe, nos da esa confianza de pensar que si "sobreviene una inundación", él nos va a ayudar.
En cambio, el que no planifica ni presta importancia al qué puede pasar (ojo, tampoco hay nunca que obsesionarse por eso, porque eso nos puede acobardar, y siempre sacar pegas a alguna decisión) puede que le salga bien, puede que no. Y a la primera de cambio, que un torrente se lo lleve por delante, todo lo que ha hecho se puede ir al traste.
De la misma forma, esto es parecido a un entrenamiento físico: primero, yo no puedo decir a lo loco "Venga, voy a participar en una marathon", si nunca he corrido más de 30 minutos o no sé si mis capacidades físicas lo aguantarían. Porque en cuanto se empieza a correr ya en la competición, vendrán las dificultades con las que no hemos contado. Por eso, hay que trabajar con un plan bien propuesto, con tiempo de antelación, y la ayuda de alguien que haya hecho eso mismo o algo parecido. De esta forma, siempre que pienso en mi entrenador, salta a mi mente la figura de un director espiritual, que va siguiendo tus logros, planteándote metas y consolándote por tus errores.
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