jueves, 22 de septiembre de 2011

A mi manera, eso sí



"Este cambio debe inaugurar una novedad en mi historia. Mucha mayor exactitud, delicadeza, finura, en mi trato con el Espíritu. A mi manera, eso sí: la delicadeza o finura del león o del búfalo, y no precisamente la de las alumnas de colegios de monjas antiguas". Esta pequeña reflexión del Padre José Rivera (1925-1991) fue una de las últimas que leí anoche haciendo oración. Y se me quedó grabada. Por un lado, el término "cambio" -en su caso, hacía referencia a la fiesta de Pentecostés; yo, a mi entrada en el seminario-; y por otro, el "a mi manera".

Todos tenemos nuestra propia forma de entender las cosas. No cabe duda. Y por eso podemos trabajar en nuestra vida -interior y exterior- desde una serie de patrones, reglas u horarios, pero la forma de hacerla de cada uno es algo estrictamente personal. Y eso es lo que la hace algo grande. Porque nos exige trabajarnos cada uno según nuestras propias condiciones, nuestras limitaciones. Habrá veces que podamos hacer más, y otras en las que menos. Sino vivimos la vida desde esa óptica -salta a mi memoria las palabras de D. Fernando Sebastián el martes- "llegaremos a un temible día del desencanto". Dejar de entender el qué vivimos, y finalmente caer en la mediocridad.

Esto atañe al tema vocacional, pero también es posible verlo desde mi entrenamiento. Así que sin más dilación me levanto de la cama. Hoy, media hora antes. Me tocan sólo 10 Km., pero tengo el mono de hacer un pelín más. Ayer era el día de descanso, y hoy tengo el mono. Además, el martes el correr fue una rutina: 20 minutos de trote suave, pruebas de velocidad, ejercicios, y otros 10 minutos dando vueltas. Sé que tengo que hacerlo cuando me toca, pero no me gusta. Mi mente va absorta en el hacer bien la actividad, y no puedo disfrutar tanto.

Bien. Como decía, me preparo para salir a correr. Un entrenamiento exige saber el por qué lo hacemos. En mi caso, participar en la maratón. Y eso es lo que me motiva a hacerlo. Así que gorra y linterna en cabeza, y el iPhone en la cartuchera. Ya estoy listo.

Ayer ya terminé de leerme "La Pasión de Correr", que recoge entrevistas a personas de diferentes sectores que tienen una misma afición: correr. Me llamó la atención el testimonio de un jubilado que ya había participado en todas las maratones de Madrid: "las carreras son una especie de diario que vas escribiendo cada año, y tú vas viendo como todo cambia a tu alrededor". A su lado, un chico más joven que participó sólo una vez, le dice más adelante: "Correr implica disciplina, sacrificio, ir descubriendo tus límites… La experiencia es la propia carrera". Eso en sí es la vida humana, un trabajo constante para llegar a la gran meta. La meta final, por supuesto, el Reino de los Cielos. Al respecto, D. Fernando lo dejó bien claro: el error del hombre -curiosamente comparó la vida con una competición ciclista- es desistir, querer detenerse porque esté pasando sed, esté agotado, o porque piense que ya no puede más. En ese caso, ya se olvida de por qué está corriendo. Y ahí enumera una serie de afecciones terrenas, problemas de personalidad, y necesidad de reconocimiento, que interrumpen nuestra vida. Yo me quedo cuajado, está claro. Sé que muchas veces me olvido de por qué estoy aquí o por qué estoy viviendo. En ese momento, en el iPhone salta la canción de "Aproximación" de Pereza. Sí, todo esto que estoy ahora viviendo, conociendo y estudiando es sólo una aproximación de lo que me espera. Leches.

Para más inri, la chica del Runkeeper me interrumpe -muy cortés, ella- diciendo que solo llevo 780 metros. Y dale. Algo le pasa a esa chica conmigo. Estoy seguro de que he hecho más de un kilómetro -¡Estoy a tope con las pulsaciones!- y ella sólo quiere amargarme. Allá ella. Ella es un programa, y yo soy un humano. Ahí te quedas.

Sigo corriendo, y para no desanimarme, empiezo a recordar todo el ánimo que me han dado mis amigos y familiares desde el Facebook respecto a la maratón. Creen en mi. Inocentes. Algunos habrá que no crean, y sé que hay algunos que piensan que no podré ni participar. Bueno, no todo tiene que ser laureles.

De repente, me doy cuenta de que ¡me he perdido! Y encima llevo ya 10 minutos y sólo 1´60 Km. El error sería desesperarse. Detenerse o ir marcha atrás. No, eso no lleva a nada. Sigo hacia delante. Sino lo encuentro por mi mismo, algún transeúnte me podrás ayudar. Eso nos pasa algunas veces en la vida -o en un mismo día-: el sentimiento de que vamos por un camino erróneo, que no sabemos ni a dónde vamos. Ahí juega un papel crucial la confianza. La confianza en Dios y en uno mismo. ¡Y seguir adelante!.

Vislumbro desde lejos los maristas. Eso significa que sí, que voy voy bien, ya he vuelto a mi ruta. Pero el el runkeeper insiste en que voy más lento de lo normal. Me da lo mismo. Yo sigo. Tengo sed, pero tengo que aguantarme. No me traje botellín porque la distancia no es demasiado larga.

Ya sobrepaso el O2 -¡Que tiempos, cuando yo iba a ese gimnasio!- y saludo al Dr. Jose Luis, que está entrando con su bolsa deportiva. En otro momento ya hablaré de él. Ahora no. Sigo corriendo, y tengo que llegar a un buen ritmo.

Justo en el minuto 30 voy por el kilómetro 6. Y en el 35, 7´23 Km. He logrado alcanzar -y superar el ritmo que tenía previsto- y ya doy media vuelta. A una velocidad constante, al final he hecho 14´30 Kilómetros… ¡Olé!

No hay comentarios:

Publicar un comentario