sábado, 27 de agosto de 2011

La Parábola de los Talentos

El Evangelio del día de hoy me ha venido como anillo al dedo para la oración. En los últimos días -tan próxima ya la entrada al Seminario- no han parado de asaltarme dudas, inquietudes, la típica vocecilla interior que emite un chirrido molesto, mientras susurra: "No podrás, no podrás". El pensar que me pueda estar equivocando, que no pueda hacerlo, que cuando llegue el momento, voy a hundirme.
Bien. Eso no es síntoma de cordura, sino de cobardía. De baja autoestima y de "mejor me quedo donde estoy, para evitar riesgos". Es una conducta natural, sobre todo si la decisión que se ha tomado implica un cambio de semejante índole. Por eso, la Parábola de los Talentos ha tenido tanto significado hoy para mi: uno recibe cinco, otro dos, y otro uno. Los dos primeros se lo curran, y obtienen los beneficios que les corresponden. El tercero en cambio... lo entierra, se queda como estaba... no se arriesga a obtener lo que su Señor le ha encargado. Y cuando llega la hora de la verdad, se justifica: "Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo". Esa ha sido mi actitud durante muchos años: he tenido miedo. Miedo al fracaso, miedo a no saber enfrentarme a la realidad, miedo a la soledad. En definitiva, miedo a mi mismo.
Así el Señor me ha recordado que nunca nunca voy a fracasar, nunca dejaré de saber salir de los apuros, y nunca estaré solo, si deposito siempre mi confianza en Él.
Y me ha demostrado que lo que quiero, puedo hacerlo. Y así, han saltado a mi memoria tantos logros, pasos que he dado, que jamás -hace doce años- habría pensado que haría. El claro ejemplo es las recientes marcas corriendo. De un vago asentado en un sillón, a un corredor entusiasta. ¡Quién me ha visto y quién me ve!
Todo hay que decirlo. Ahora he quedado para cenar y espero no recogerme muy tarde, porque mañana a las 9 de la mañana me esperan dos horas y media a trote ligero. Mientras que una parte de mi piensa que ni loco podré levantarme mañana para hacerlo, la otra está deseando empezar ya a correr. Veinticinco, veinteseis kilómetros... ¡Aaaah! ¡Que ganas!

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